Graves problemas macroeconómicos, desafíos en materia crediticia y un escenario político de implosiones constantes… el contexto que condiciona a Silvina Batakis en la compleja tarea de frenar la inercia de la crisis tiene riesgos por todos lados.
Sin embargo, el mayor problema consiste en la forma en que se emprenderá semejante tarea. Y si, tal lo expresado por la ministra, la idea es seguir usando las mismas herramientas y formas, entonces el final está cantado y sólo hay que esperar más incertidumbre.
El manejo que hizo el Gobierno argentino de los acontecimientos de los últimos días invita a pensar que la crisis está lejos de resolverse y que los dirigentes no comprendieron aún que son enormes responsables del estado de las cosas. Ya no caben dudas de que la crisis, además de ser económica, es en la misma medida política. La crisis interna que transita el oficialismo abona todos los días un nuevo capítulo de debacle en la estructura económica y también penurias para los argentinos.
La visceralidad que a diario exponen los dirigentes no hace más que contribuir a la caída de una sociedad a la que no se cansan de abofetear. Y si bien no es un fenómeno exclusivo de este Gobierno, sí resalta la falta de empatía que se produce en el actual.
Batakis tiene un margen de acción tan bajo como el perfil con el que asumió una tarea que exige un verdadero “superministro” que, además de conocimientos técnicos, debe reunir el consenso político dentro de lo variopinta que resultó ser la coalición gobernante.
No hay chances de conformar a todos los líderes del oficialismo al mismo tiempo y por cada acción que se tome se genera el disgusto de alguno de ellos. Lo que está muy mal en esa lógica es que se deja fuera a la sociedad que, en definitiva, recibe todo lo que le arrojan desde arriba.
Al fin y al cabo, en el menú de herramientas de Batakis apenas se ven dos, una recesión enorme o un shock grande. Así de corto quedó el margen de acción por haber dejado que la crisis tomara esta magnitud.