Después de dar sus primeros pasos en la danza clásica en su querido Jardín América, Edgardo Daniel Altamirano entendió que “eso era lo que me gustaba, lo que quería para mí y era lo que iba a hacer en adelante, el resto de mi vida o hasta que el cuerpo me diera”. Con esa claridad abrazó a la profesión que lo proyectó al país y al mundo, pero sin olvidar sus raíces. A pesar de brillar en la cúspide, aseguró que “todos los bailarines somos iguales, y todos tenemos la posibilidad de llegar a ser el primer bailarín”.
Contó que, de acuerdo a los dichos de su madre, Fidelina, comenzó a bailar a los tres años, cuando lo llevaban a la Escuela Municipal de Folclore de su pueblo natal. “Así que desde que tengo uso de razón dije que soy y que quiero ser bailarín. Empecé con folclore, seguí con el tango, y de adolescente me pasé al clásico. En mi familia siempre estuvo presente el arte y tuve como ejemplo a dos bailarines de folclore y tango que admiro mucho, que son mis hermanos, Héctor Carlos y Viviana Carolina, que fueron mi primer acercamiento a la danza”, dijo quien, tras esa etapa, pasó por el Estudio de Andrea Stick, de la mano de la profesora Natalia Cabrera.
Comentó que por ese entonces tenía 14 años y varias obligaciones como hijo y ciudadano, a punto de terminar el colegio secundario y de definir una carrera. Sostuvo que, hasta ese momento, “la danza no estaba contemplada, menos en un varón, como medio de vida. Tenías que ser, por ejemplo, un profesional de las ciencias exactas para poder tener cierta aceptación”. Decidió establecerse en Resistencia, Chaco, donde se perfeccionó en el estudio de danzas clásicas con la maestra María Teresa Porfirio, “quien me tuvo paciencia y a quien estoy agradecido”.
Para Altamirano, establecerse en otra ciudad después de egresar del secundario, fue una especie de trampolín y un medio como para llegar a la danza, “a un estudio especializado en ballet, a un estudio donde me pudieran brindar herramientas de técnica, donde me pudiera desarrollar, donde pudiera decir esto es lo que quiero, y voy por ello. De Jardín América, fui a Resistencia, de allí a Buenos Aires, donde estudié en la fundación Julio Bocca”.
En ese momento también cursaba la carrera de diseño gráfico en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, de la UNNE, y seguía con la de danza. De alguna manera, “tenía que dividirme en dos partes, un Daniel estudiante y un Daniel bailarín. Llegó el momento en que la vida me puso en una situación bastante difícil, donde empezó a jugar el tema de la salud, y tuve que elegir entre uno de los dos caminos. Me decidí por el Daniel bailarín, con muchos miedos e incertidumbre de lo que podría llegar a pasar. Pero también hay algo que siempre agradezco y es que nunca tuve dudas de lo que quería. Siempre quise ser bailarín, ese fue y sigue siendo mi gran sueño”, aseveró.
Para Altamirano, establecerse en otra ciudad después de egresar del secundario fue una especie de trampolín y un medio como para llegar a la danza, “a un estudio especializado en ballet, a un estudio donde me pudieran brindar herramientas de técnica, donde me pudiera desarrollar, donde pudiera decir esto es lo que quiero, y voy por ello. De Jardín América, fui a Resistencia, de allí a Buenos Aires, donde estudié en la fundación Julio Bocca”.
Los caminos de la vida
Altamirano se remite a su vida en Buenos Aires, y se emociona al evocar al “amigo, maestro y consejero”, José Luis Lozano, el bailarín, director, coreógrafo y maestro de ballet de gran trayectoria, fallecido a principios de este año. “Terminó siendo una familia para mí, y cuando lo recuerdo se me cae una lágrima porque él me enseñó de ser un bailarín estudiante a aspirar a ser un profesional, me enseñó el respeto por esta profesión, me enseñó un montón de cosas dentro y fuera del salón de clases”, dijo. Y tuvo “la suerte y el honor” de compartir con Lozano muchas vivencias ya que fue él quien lo preparó para muchas audiciones, “porque parte de ser un bailarín es audicionar en muchos ballets. Son como diferentes pruebas que uno va pasando para poder entrar a un ballet. Al venir del interior, era muy tímido y, de pronto, llegar a la gran ciudad y tener a un maestro que te apadrine de alguna manera también es importante porque uno puede tener muchas ganas, mucho entusiasmo, mucho empuje, pero también es necesaria la voz de una persona con experiencia que te dice va por acá”.
Con eso no quiere decir “que todo en la gran ciudad sea malo, sino que uno al venir del interior, al estar solo, se encuentra de alguna manera con ciertas cosas a las que no está acostumbrado, que no entiende, que no sabe, entonces, como dice el dicho, uno aprende por los golpes. Y lo que tiene esta carrera es que es muy dura, y muy hermosa a la vez”.
Se considera “una persona feliz, bendecida y, sobre todo, agradecida, porque tengo la oportunidad de ganarme la vida, de trabajar de lo que me gusta, de lo que me apasiona. Entonces estoy bailando de 8 a 20 pero no lo veo como un trabajo que me genere sacrificio, que sea mucha demanda. Todo lo que tiene que ver con la danza, lo hago con placer, con mucho cariño”.
Además, para un artista de su talla, trabajar en un teatro “es algo mágico”. Ingresó hace seis años y no pierde la ilusión “al pasar por el escenario, al ver la platea, al entrar al salón de clases”. En su clase diaria de técnica tiene la posibilidad de trabajar con un pianista y “trabajar con música en vivo, prepararte para un ballet, para una escena, una variación es, en lo personal, algo mágico. Pero como no deja de ser un trabajo, hay cuestiones legales, de burocracia, cuestiones que exceden al hecho artístico en sí. Entran a jugar cuestiones que escapan a uno, que dependen de otras personas. Pero románticamente, trabajar en un teatro para un bailarín, para un artista, es algo realmente mágico”, insistió.
Mientras explicaba esto, aseguró que se le vino una imagen de cuando tenía cinco años y en su casa había una tele de tubo, en la que miraba la transmisión de ATC, el canal de entonces, la transmisión de los ballets. “No entendía mucho lo que era la danza, no sabía qué era la danza clásica, pero sabía que quería hacer lo que hacían esas personas. Y tenía muchas ilusiones con eso. Entonces, trabajar en esto es también remontarme a esa imagen de ilusiones. Cada vez que me toca hacer un rol de primer bailarín o un rol de solista es remontarme a ese recuerdo de ilusiones, de que me puede salir mejor, de que algún día podría llegar a ser como esas personas, los bailarines de aquel momento”, reflexionó.
La mayor satisfacción
Para Altamirano, artísticamente, ocupar este lugar, es algo con lo que un bailarín, un estudiante de la danza, o un aspirante, sueña durante toda su vida. “Llegar a ser primer bailarín de un ballet es un proceso bastante difícil, bastante duro, pero que a la vez es súper emocionante. Es muy satisfactorio cuando llega el momento y se abre el telón, y tenés el traje puesto, las luces encendidas. Es una sensación como de mirar para atrás y decir ¡wow! Pero en ese proceso hubo mucho trabajo, desde la preparación física, mental, porque no es que uno sale a bailar así nomás. Es necesaria una preparación, de acuerdo al ballet que se esté por hacer”, explicó quien toma de manera particular clases de teatro, lo que ayuda muchísimo y enriquece al personaje a la hora de llevarlo a escena.
Y así, como todo en la vida evoluciona, la danza también y “tuve la suerte y el honor de cruzarme a lo largo de mi carrera con esos bailarines que veía por esa tele tubo, sentado, tomando la leche que me preparaba mi mamá a la salida del jardín. Cruzarme con esos bailarines, poder trabajar con ellos, tomar clases con ellos, y por eso siempre digo que me siento una persona agradecida con todos esos procesos. De verlos de chiquito a estar al lado, tomar una clase e incluso de trabajar con ellos”, celebró.
“A Misiones trato de viajar con la mayor frecuencia que me permitan las programaciones. Gracias a Dios tengo una familia muy unida, así que se festejan muy grandes los cumpleaños, las fiestas, las pascuas, las fiestas patrias, y siempre hay un motivo para festejar”.
El día a día
Contó que arranca la jornada y la vida comienza a girar en torno a ciertas cosas que van dependiendo del ballet. “Se empieza con la clase diaria de técnica, tiene un entrenamiento físico, en mi caso hago clases de teatro, después se vuelve al ensayo, luego es el turno del ensamble donde va la parte solista con el cuerpo de baile, viene una prueba de vestuario, prueba de maquillaje”. Y aseguró que “tengo la suerte de estar en un teatro que cuenta con una orquesta, entonces muchas de las puestas en escena de los ballets que hacemos, también está sujeto a la orquesta sinfónica”.
Admitió que el Teatro San Martín tiene una orquesta sinfónica “que es increíblemente bella, donde tienen a muchísimas personas que están del otro lado, entonces coordinar con los músicos es un proceso bastante complejo, bastante arduo, que lleva una concentración, donde no se puede estar dos milímetros desenfocado de su tarea porque es el trabajo de muchas personas que también está en juego, no sólo el de los vestuaristas, escenógrafos, músicos, maquillaje, sino el de los mismos compañeros del cuerpo de baile”.
Desde el momento que “tu nombre aparece en la grilla de solistas o primeros bailarines hay una especie de mezcla de emociones, primero es la felicidad de que te hayan elegido, que alguien te ve trabajando en clase, ve el trabajo que uno hace diariamente, después uno tiene la sensación de intriga, de qué va a suceder, de qué va a pasar, de quién va a venir, de cómo va a pasar todo, y después la sensación de ¿esto me va a salir?, ¿seré capaz de llevar esto adelante?, ¿cómo me veré?, ¿me saldrá bien todo?, ¿estaré a la altura? Y después cuando todo empieza a fluir, empieza a tener satisfacción de hoy me salió, hoy me siento bien. Es una constante de subidas y bajadas de emociones muy fuertes, porque un artista está todo el tiempo con las emociones a flor de piel, por ahí un día que no me salió algo, que no fue el mejor día, uno piensa que ya se viene todo abajo, eso también siempre está. Pero cuando termina el ballet y uno ve la sensación y el agradecimiento del público a través del aplauso, o a personas que dicen me emocionaste a través de tu baile o de tu danza, ahí uno entiende que eso es lo importante. Que el público se lleve una emoción a la hora de visitar o de ver una obra”.
“Nunca considero que estoy establecido definitivamente en un lugar. Puedo decir que el lugar donde más estuve fue en Misiones, donde viví mi infancia y adolescencia, tuve oportunidad de acceder a becas que me fue proporcionando la danza, fui a Nueva York, tuve la oportunidad de recorrer casi la mitad del mundo bailando, entonces pienso que cualquier lugar del mundo, cualquier lugar de Argentina puede ser un lugar”.
El tiempo corre
A la distancia, Altamirano extraña mucho la comida de su mamá, las reuniones familiares, el hecho de no poder estar cerca de los suyos, no poder estar en el nacimiento de las nuevas generaciones, los cumpleaños que, por lo general, coinciden con alguna gira fuera del país. Pero gracias a la tecnología puede verlos a través de una pantalla y a eso considera una bendición. “Cada vez que los veo me dan ganas de abrazarlos y de no soltarlos más. Extraño mucho la calidez de la casa, de los hermanos, las bromas con ellos. Uno se va poniendo más grande, a pensar ciertas cosas, en la importancia que tienen ciertas situaciones, y que la vida es una y el tiempo corre y no vuelve”, acotó.
Sostuvo que “uno extraña el tiempo que no comparte con su familia. la danza me dio mucho y me sacó mucho, pero es algo de lo que no me arrepiento. Nunca me voy a arrepentirme de haberme dedicado a esto. También sé que hoy todo está como mucho más cerca a través de internet, pero siempre está el temor de si me va a ir bien o mal. Cada vez que puedo y tengo la oportunidad, digo a las nuevas generaciones que la danza no tiene un estatus social, es para todos. Soy agradecido porque nunca me faltó nada, pero tampoco me sobró, y acceder a la danza clásica para un pibe que nació en Misiones, que sólo conocía la chacarera, el gato, el chamamé, lo folclórico regional, y hoy poder dedicarme a la danza clásica, es una muestra de que todos podemos hacerlo, que todos podemos lograrlo. Y si es un sueño, me parece que luchar por esa convicción propia está bueno. Y lo importante es saber que uno nunca está solo. Siempre hay personas que aparecen y te dan ese ánimo para seguir y decir: es por acá, dale, seguí”.