Por: Claudia Marcela Vasquez
En una escuela muy bonita dentro de una linda ciudad había un alumno llamado René al que la maestra de quinto grado estaba cansada de decirle una y mil veces que no copie en los exámenes.
Le explicaba que es deshonesto estar haciendo trampa en el estudio, y que ya todos los docentes se habían dado cuenta que en los escritos él sacaba las mejores notas y sin embargo al pasar al pizarrón no lograba contestar bien una sola pregunta.
En realidad, René era un niño muy inteligente y por eso, si estaba en clases de matemática y la profesora preguntaba cuánto es cinco más seis él contestaba:
” ¿Tres? ¿Dos?”
Sabía que debía dar una respuesta numérica; aunque claro que, por la expresión en la cara de la maestra, se daba cuenta de su respuesta errada e intentaba con otro número:
” ¿Ocho? ¿Seis? ¿Cuatro?”
Por supuesto las notas en los exámenes orales eran bajas, pero cuando se trataba de pruebas escritas lograba notas muy altas, ya que al leer entendía todas las preguntas.
En la materia llamada “Lengua” ocurría exactamente lo mismo; al pasar al frente le preguntaban el nombre un sustantivo común y él contestaba: “Correr”. Entonces, le corregían y retomaban con otra consigna: “Decime un verbo”
Como la materia era Lengua, René se arriesgaba a dar algún artículo o sustantivo y decía:
“¿mesa?”
La cuestión es que siempre ocurría lo mismo, notas bajas en el oral y notas altas en los escritos, por eso creían que el niño copiaba en los exámenes.
En su escuela siempre estaban tratando de descubrir cuál era la treta: levantaban la hoja, revisaban la cartuchera, daban vuelta pata arriba la mesa, ¡hasta su silla! y en el respaldo de la silla del de adelante, investigaban hasta con lupa, pero ni un solo machete, entonces le reprendían: – “Si sos tan inteligente para copiar ¿por qué no estudias para cuando pasas al pizarrón lucirte sacándote las mismas notas que en los escritos?”.
René sabía que estaban enojados con él, pero no terminaba de comprender qué frases le decían y tampoco cómo debía responder, así que miraba con esos ojos grandotes, se encogía de hombros y no pronunciaba palabra.
En su hogar sucedía algo parecido, la mamá siempre se enojaba porque cuando le pedía que hiciera algo en la casa, la observaba atentamente sin contestar para luego no hacer nada.
Un día la madre le dio un papel con unos ingredientes de comida que acababa de comprar para hacerle una rica torta de cumpleaños.
René tomó el papel, y al ver los ingredientes supuso que eran para su cumpleaños, pero no había escuchado que su mamá acababa de comprarlos, la miro con esos ojazos celestes llenos de dulzura, salió corriendo y saltando con la lista en la mano exclamando a los cuatro vientos: “¡es mi cumpleaños, es mi cumpleaños!“ la madre al verlo salir de la casa pensó: -“ya va a contarle a todos sus amigos del barrio” y se dispuso a comenzar a hacer la torta, contenta porque a su hijo le encantó que ella haya reunido lo necesario para hacerle un delicioso casero pastel.
Mientras tanto René entro al almacén, recorrió todas las góndolas buscando con alegría uno a uno todos los ingredientes de la lista y al llegar a la caja el almacenero le comentó: “Me parece que esa lista la vi hace un ratito, una señora que seguro es tu mamá vino con esa lista y ya compró todo eso para darte una torta de regalo”
¡Pobrecito René! sólo escucho la palabra “regalo” y pensó: – “¡Hoy es mi día de suerte el almacenero me regala los ingredientes! voy corriendo a decirle a mamá”.
Emocionado agradeció al señor y tomo las bolsas mientras se alejaba corriendo. El almacenero salió gritándole atrás: “¡Ladronzuelo volvé! ¡sé dónde vivís! ¡vení a pagar las cosas!”
René estaba tan contento con su buena suerte y ensimismado en sus alegres pensamientos, que no vio un tronquito en el suelo y se tropezó, cayendo justo frente a un compañero de la misma escuela pero que era de otro curso.
El niño se encontraba ahí pegando carteles por el barrio, referentes a la importancia de la inclusión. René lo reconoció enseguida porque formaba en la fila de al lado.
“Hola yo soy Bautista”, le dijo su compañero, éste le contestó:
“Bien, gracias”
Bautista insistió:
“¿Cómo te llamas?”
“Creo que no me hice nada, apenas un raspón en la rodilla”, contesto René.
Bautista entonces, comenzó a darse cuenta de que Rene oía poco y nada. Justamente hacía unos días, le habían enseñado en la escuela a Bautista sobre las diferentes capacidades y sobre la inclusión, es más, él se encontraba en ese momento pegando carteles referidos a la inclusión.
Llegó el dueño del almacén gritando cada vez más fuerte, y se armó una acalorada discusión en la cual sólo participaba el almacenero que se decía y se contradecía mientras Bautista y René lo miraban fijamente.
Hasta que René por fin comprendió que lo estaban tomando por ladrón. Bautista calmó los ánimos diciendo:“Señor, él no tiene la culpa, me parece que él no oye bien”.
El vendedor detuvo sus gritos y comenzó a hablarle a René en voz baja hasta notar que efectivamente esa fue la causa del malentendido.
Como el héroe de nuestra historia llevaba en su mochila sus útiles, sacó un birome y un cuaderno, así fue como los tres conversaron por escrito durante un rato hasta que se pusieron de acuerdo.
Bautista tuvo una idea genial y les propuso comenzar a entender lengua de señas ya que estaban justamente por dar un curso al cual él estaba invitado.
Entonces una vez aclarado todo, Bautista y René se despidieron del almacenero que ahora se encontraba feliz con los ingredientes en la mano luego de que René comprendiera que ya la madre tenía todo para su torta.
El almacenero estaba tan feliz con poder colaborar para que en el barrio todos aprendieran una lengua nueva, inclusiva, que le había pedido a Bautista uno de los carteles que estaba pegando para exhibirlo en la vidriera de su negocio.
René acompañó a Bautista a su casa, y cuando llegaron le contaron todo lo sucedido a la mamá de René, la cual accedió gustosa a ir a aprender; invitaron también a los vecinos y al otro día lo conversaron con los maestros quienes se sumaron con agrado a la propuesta.
Y así fue como en esa escuela, en ese barrio, en esa ciudad de la tan hermosa provincia, dentro de la República Argentina, todos aprendieron una nueva y dinámica forma de comunicarse.
Fin.
Protagonista: Bautista Sánchez.
La autora
Nació en Posadas y es Técnica Superior en Aduanas y Comercio Exterior, es miembro de la Asociación Infantil y Juvenil de Literatura de Misiones y entre sus libros publicados están: “Laberintos de pasiones”, “La mas oriental”, “La bruja mecahialbache”, Viralatas, “El chicle embrujado” y “Paciencia que es mi hermanita”.
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