Cómo será de trágica la crisis que aun hoy, cuando a niveles técnicos comienzan a percibirse algunos datos positivos para la economía, el Gobierno argentino no los pueda aprovechar para confortarse al menos un poco en medio de la estrepitosa caída de popularidad que viene sufriendo.
Y es que el descrédito en la dirigencia política se acelera con fuerza todos los días y, en rigor, las mejoras económicas técnicas no se traducen en alivio para las economías familiares… y lejos están serlo. Lo visible sigue siendo la escalada de precios en las góndolas, los servicios y la pérdida de poder adquisitivo de la mayoría de los trabajadores.
El mareo del Gobierno que sigue a merced de su propia interna es tal que ni siquiera aprovecha los tiempos y las formas. La modificación del mínimo imponible del Impuesto a las Ganancias es el último ejemplo de una saga de errores monumentales.
Era un cambio positivo frente al creciente malhumor social, pero terminó siendo parte de la interna y volvió a dejar mal parado al Gobierno. Era la oportunidad para los que buscan todo el tiempo arrogarse un logro y buscar votos, una especialidad de los dirigentes. Pero ni esa vieron.
En los números, el costo fiscal de subir el piso era bajo (unos 4.000 millones de pesos mensuales, contra una recaudación promedio de Ganancias de 280.000 millones de pesos por mes).
Implicaba además un aumento de salario con efectos en el consumo y la recaudación. Pero la crisis del Gobierno es tal que terminó siendo una polémica que vuelve a impulsar a la baja la imagen de los dirigentes.
Empantanado en medio de una interna feroz, el Gobierno no hace más que hundir sus pies aun cuando hay sogas de las que agarrarse.
Con ese modo visceral de manejarse no hace más que condenarse y seguir condenando a todo un país.