Los seres humanos actuamos fundamentalmente para evitar el dolor y sentir el placer. A menudo nos descubrimos buscando placer recreando en pretérito, circunstancias, lugares, relaciones… en definitiva un tiempo en el que fuimos más “felices” de lo que somos ahora.
Recreas aquellos momentos con las luces, el vestuario, el decorado, la música (la música tiene una carga emocional tan poderosa que si tu película mental tiene banda sonora, sólo con eso te basta) y tu cerebro reacciona a los estímulos sensoriales imaginados como si fuesen reales, generando una emoción expansiva.
Tu cuerpo genera hormonas que te producen bienestar y ya tienes lo que buscabas: una sensación placentera que te evade de este momento presente que no quieres vivir.
Es un recurso fácil e inmediato y por eso muchas veces nos volvemos adictos (literal) a ese proceso químico, aferrados a una ilusión que solo existe en nuestra cabeza. Nos aferramos a esa ilusión de un pasado recreado, pasado por nuestro filtro de creencias, a menudo idealizado, que ya no está porque el ciclo se cumplió y ya no es eso lo que nos toca vivir.
Nuestro cerebro está especialmente diseñado para generar aprendizajes que nos mantengan a salvo. Cuando vivimos circunstancias adversas que ponen, supuestamente, en jaque nuestra integridad, física, emocional o corporal, el cerebro hace que esa información sea recordada y tenida en cuenta.
Desde los 0 a los 7 años, aproximadamente, en función de nuestra herencia familiar, nuestra historia de vida y nuestro entorno sociocultural, generamos aprendizajes con respecto a experiencias que vivimos como amenazantes y cuando en el presente sentimos algo parecido, la emoción que ancló aquella experiencia se vuelve a manifestar con toda su intensidad para avisarnos y ponernos a salvo de la supuesta amenaza.
A salvo ahora de un peligro que ya no existe porque ya pasó, pero seguimos en ese bucle mental y emocional que nos aparta de vivir el momento. Es como si el software de supervivencia que se activó con aquella experiencia, siguiese operativo en el presente.
Es muy probable que una persona que tiene baja autoestima recuerde especialmente con más dolor aquel insulto o menosprecio. Es muy probable que una persona con una herida de injusticia recuerde con más rencor esas experiencias que vivió como injustas. La vida es tan generosa que nos pone delante las experiencias que nos ayuden a observar esa herida, reconocerla y liberarnos del patrón para poder actualizar el software y dar ese paso evolutivo. Por eso es tan importante aprender a soltar tu pasado y confiar en el presente.
Da gracias a esas personas o circunstancias que formaron parte de tu vida, por la vivencia que propiciaron, por todo lo que aprendiste en esas circunstancias duras o amables. Todo, absolutamente todo ha contribuido a lo que eres hoy.
La parte más útil de mirar el pasado es poder honrarlo y muchas veces la lección más grande de nuestro pasado es aprender a dejarlo ir.
Bendiciones para tu vida.