Por: Lic. Sergio Dalmau
Marcos Galperin, Alberto Roemmers, Alejandro Bulgheroni, Eduardo Costantini, Eduardo Eurnekian, Gregorio Pérez Companc y Paolo Rocca, son nombres seguramente conocidos por muchos y que en este caso no fueron elegidos al azar. Esta pequeña lista realizada al comienzo reúne a los siete empresarios argentinos que entraron en el ranking de patrimonios y fortunas personales de las personas más ricas del mundo, publicado recientemente por la revista Forbes.
Este ranking que copó la portada de todos los diarios del mundo y tan pomposamente se anuncia como si se tratara de algo para festejar, desnuda la profunda desigualdad que existe dentro de la sociedad en la que vivimos. Hace pocos días los datos de la pobreza confirmaron que el flagelo afecta a más de 17 millones de personas. Pero claro, la estadística y el dato duro dejan de sorprendernos al ser simplemente la confirmación de lo que ya se percibe en la calle, en las conversaciones cotidianas y en la fila del supermercado. Actualmente ni siquiera tener un empleo es garantía de llegar a fin de mes.
Además, como si tratase de una broma del destino o simplemente una cachetada de la cruda realidad, horas después de enterarnos quienes eran los “dueños del mundo”, el Instituto Nacional de Estadística y Censos daba cuenta de que en Argentina el 80% de las personas con ingresos individuales promedios de hasta $50.622 y el 50% de los hogares con hasta $71.295, no alcanzaban a cubrir en diciembre pasado el costo de la canasta básica total que define el nivel de pobreza.
Algo se está haciendo mal y sus consecuencias son cada vez más notorias. Hubo una pandemia de por medio y si bien hasta los multimillonarios sintieron los efectos económicos de la crisis sanitaria, hay quienes perdieron mucho más y estos fueron los mismos de siempre.
Sólo por elegir a los dos primeros, a quienes se pelean cabeza a cabeza el título de ser el mayor millonario argentino, si uno realiza un rápido repaso del informe elaborado por Forbes podrá notar que por ejemplo Marcos Galperin, fundador de Mercado Libre, hace más de dos años vive en Uruguay y su fortuna está valuada en unos 3.900 millones de dólares.
Asimismo, una vez más aparece Paolo Rocca, quien es el titular del Grupo Techint, un conglomerado conformado por los gigantes del acero Ternium y Tenaris; en energía por Tecpetrol y Tenova; en construcción por Techint Ingeniería & Construcción; y Humanitas en servicios de salud. El magnate de raíces italianas pero argentino por adopción y conveniencia cuenta con un patrimonio idéntico al del “rey” de las compras por Internet.
Hablar de esos patrimonios es una cuestión inconmensurable para gran parte de la sociedad, tanto para aquellos que tienen un buen pasar dentro del sistema y lógicamente para quienes son los eternos excluidos. Tomando los datos oficiales, en el cuarto trimestre del año pasado, el menor ingreso promedio total por hogar era de $21.580 mientras que el sector más alto promediaba los $274.874.
Ante la descripción de este escenario y más allá de las responsabilidades compartidas que pueden existir entre los políticos y los grandes empresarios del país, es preciso cuestionarse acerca del rol y la inoperancia del Estado que constantemente está llevando adelante políticas equivocadas que profundizan aún más la grave situación.
Un Estado que continuamente gasta más de lo que genera. Un dólar con decenas de cotizaciones, que alimentan la especulación y fomentan la fuga. Empresarios que desde su comodidad deciden no invertir, producen menos y ganan más remarcando precios. Salarios que pierden año tras año contra la inflación y empleos formales que son reemplazados por trabajos precarizados. Son estos, algunos de los ingredientes de un cóctel explosivo que va destruyendo a pasos agigantados a los estratos sociales más vulnerables de la sociedad.
Controles de precios y viejas recetas que reaparecen sin ningún tipo de cambio para abordar la situación actual. Groseros errores de comunicación que hacen aumentar la desconfianza y “funcionarios que no funcionan”, agravan la situación de un país que durante muchos momentos parece ir a la deriva.
Los que estaban antes vinieron a cumplir una misión y la llevaron a cabo casi a la perfección. Tomaron una deuda histórica con el Fondo Monetario Internacional y utilizaron la gran mayoría de esos dólares para pagarle favores a una parte de sus amigos. No lo digo yo, lo van reconociendo los propios exfuncionarios a cuentagotas en algunas entrevistas que para muchos, por omisión o conveniencia, pasan desapercibidas. Buscaron romper un mito, hicieron un daño para que dure más de cien años.
Los que están ahora heredaron parte de una crisis pero, llegaron sin un plan y durante los dos años fueron errando constantemente en cada paso. No alcanza sólo con frases épicas.
Una guerra nunca es buena y menos si no contás con las armas para encararla. Hasta el momento están fallando de manera regular en la ejecución de sus políticas y sobre todo en el diagnóstico.
El problema de Argentina y Latinoamérica pasa por la distribución de la riqueza, con el agravante de que el país se había distinguido siempre por su clase media y por contar con una distribución social ascendente. En el resto de la región pocos siempre tuvieron mucho y muchos tienen muy poco.
Argentina, producto de las malas gestiones y sobre todo de las políticas de extrema derecha que tomaron los gobiernos, que fueron pocos pero suficientes, hicieron migrar el modelo y lo insertaron dentro de la norma general.
En este escenario, es cuestión de tiempo para que quienes están en el medio de la pirámide comiencen a caer. Se destruyó la escalera que podía hacer subir a los que están en el piso. El medio deja de existir, sólo queda arriba y abajo.
El país cuenta hoy con muchos pobres que tienen casi nada y pocos ricos con miles de millones. Mientras el Gobierno contabiliza más de 17 millones de pobres, siete personas acumulan en conjunto casi 18 mil millones de dólares. Oligarquía le dicen en los libros de la facultad, “gorilismo” en la esquina del barrio.