Valentín nace en el 85 d. C en Phrebón (Egipto). Tras predicar en Alejandría se trasladó a Roma donde permaneció durante casi 30 años.
Era un gran orador y tuvo muchos seguidores por lo que formó 2 escuelas, la de oriente y la de occidente donde impartía las palabras secretas de Jesús que recibía en su corazón, dejando esta enseñanza gnóstica esotérica reservada para una minoría preparada con lo cual la doctrina que daba al resto no desentonaba con la ortodoxia, así y todo se ganó 3 excomuniones de la insipiente iglesia romana.
Escribió salmos, homilías y cartas que se han perdido conservándose algunos fragmentos suyos en la obra de Clemente de Alejandría, hasta que en 1945 se encuentran 52 textos gnósticos conocidos hoy como Biblioteca de Nag Hammadi por haberlos hallado en la cercanía del pueblo actual de ese nombre. Fueron los monjes del convento cristiano de San Pacomio, que allí estaba, y qué en el año 367 copiaron los códices y los escondieron en sus inmediaciones y el Evangelio de la Verdad, escrito por Valentín, es uno de ellos.
Mientras los Evangelios canónicos tratan al Jesús histórico, o sea, si su papá era viejo o joven, si Jesús tenía hermanos o no, por lo tanto si María su madre era virgen o no y otras cosas de su vida que sólo sirven para separar entre los que creen en la virgen y los que no, entre los que creen en el mismo Jesús y los que no, etc., el Evangelio de Valentín desarrolla lo que es la Verdad, que dijo Jesús que nos hará libres, y no es otra que aquella de saber que nuestro origen es divino.
Él consideraba a la Gnosis como el conocimiento de los orígenes celestiales del hombre y de su fin: el regreso a la esfera celestial. El paso por este mundo de abajo es para el hombre un tiempo de embriaguez, de sueño, de ignorancia y de ceguera.
El gnóstico, al irse a lo profundo de su ser restablecía lo que le es propio fundiéndose con el Todo Divino, ahí despierta y su alma toma consciencia de su dimensión superior espiritual, siendo Cristo la luz que ilumina este conocimiento y con la cual todo hombre debería querer identificarse. Fuente: David Gerz.