Jean Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, es considerado el padre de la comedia francesa.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué quiso dedicarse al teatro; puede, quizá, que la muerte de su madre cuando sólo contaba con 10 años le empujara a evadirse de su realidad a través de la ficción de los teatros donde, durante unos minutos, como en el cine, los problemas son de otros.
Quizá también fuera esa la explicación de por qué optó por la comedia como principal estilo para sus creaciones.
La realidad irrefutable es que el autor de “Tartufo” hizo disfrutar a sus contemporáneos, que asistían a las representaciones de sus obras esperando reír con su humor, ironía y sarcasmo. Y esa misma ironía se cebó con él en su muerte.
Molière estrenó en 1673 la que sería su última obra, “El enfermo imaginario”, y es precisamente por su nombre por lo que viene lo irónico de su final.
Las tres primeras representaciones fueron muy bien recibidas por el público, ansioso por ver una nueva creación del famoso autor, quien no escuchó los consejos de su esposa el día de la cuarta representación.
Ese 17 de febrero Molière estaba enfermo y su mujer le pidió insistentemente que no actuara. Él, haciendo caso omiso, fue al teatro e hizo una gran representación del hipocondríaco protagonista.
La obra, sin embargo, no pudo completarse, ya que el actor-autor sufrió un ataque en plena representación y tuvo que ser trasladado a su casa. Allí, horas más tarde, se firmaba su defunción.
Aunque es obvio que no hay pruebas evidentes, quedó para la historia la “leyenda” de que Molière actuó en esa última representación vestido de amarillo, un color que desde ese momento se convirtió en odiado por todo tipo de artistas, llegándose a convertir en una superstición muy extendida en todo el mundo.
Fuente: Theatre History