Toda vez que uno percibe una amenaza afuera se activa la ansiedad. A través de esta emoción, uno se prepara para hacerle frente a un futuro que visualiza como negativo. Pero esta no sólo afecta nuestra mente sino además nuestro cuerpo. Por ejemplo, cuando tenemos que rendir un examen empezamos a sentirnos inquietos, y después pueden aparecer cosas como un dolor de cabeza, malestar estomacal o insomnio.
Cuando la ansiedad es una reacción normal, que surge y desaparece rápidamente, nos ayuda a gestionar una presión exterior y de esta manera, preservar nuestra vida ante algo que percibimos como un peligro. El problema es que mucha gente, sin darse cuenta, pasa de experimentar un momento de ansiedad a vivir ansiosa todo el tiempo.
¿Cómo funciona una persona que está siempre ansiosa? En primer lugar, observa cualquier situación nueva como una tortura y sufre por ello. Esto es así porque la ansiedad cuando se hace crónica se transforma en un temor constante que no nos permite mover en la vida. Esta condición podría conducirnos al desánimo o en el otro extremo a una aceleración que no logramos manejar.
¿Qué deberíamos hacer cuando nos damos cuenta de que estamos ansiosos? Detenernos a ver qué es lo que estamos pensando. ¿Por qué? Porque los pensamientos generan emociones que luego nos llevan a accionar de determinada forma. La ansiedad negativa comienza en le mente. ¿Alguna vez le prestaste atención a las ideas que dan vueltas por tu mente y en ocasiones, se quedan a vivir allí? Si no lo has hecho, te animo a tomarte un tiempo para considerar qué es lo que pensás a diario.
Esto es fundamental porque ahí se encuentra la clave de la ansiedad: en los pensamientos que nuestro cerebro, erróneamente, interpreta como verdaderos. Tal vez, nuestro corazón sabe que no son reales, pero como los creemos a nivel emocional sentimos que son ciertos.
Cuando el cerebro cree que algo malo va a ocurrir comienza a mandar señales de ansiedad. Hoy más que nunca no tenemos que contaminarnos con lo que no nos resulta útil sino desarrollar el hábito de soltar de nuestra mente todo lo que venga a intoxicar nuestras emociones, que luego afectarán nuestras acciones.
La ansiedad es una emoción tóxica que a muchos se les ha disparado en este tiempo de pandemia. ¿La evidencia? Uñas comidas, atracones de comida, picazón intensa en distintas partes del cuerpo, tartamudeo, cabello que se cae, estreñimiento, transpiración excesiva, etc. Todos llamados de atención que indican la presencia de ansiedad.
Si la ansiedad excesiva no es tratada adecuadamente, puede derivar en lo que se denomina “trastornos de ansiedad”. Por eso, prestemos atención y busquemos ayuda profesional, si es necesario; pero procuremos poner a descansar nuestra mente y relajarnos, pues pensar continuamente en el futuro y preocuparnos por lo que, tal vez, nunca suceda no sirve de nada y nos priva de fuerzas para lo que de verdad es importante.