A quién no le pasó de tropezarse con una piedra cuando caminamos, es tan común. Podemos caernos y lastimarnos, cuando esto sucede si estamos apurados debemos detenernos e ir más despacio. A veces hasta parar para atender las heridas si nos hemos lastimado.
Podemos comparar esto con nuestra la vida, vamos caminando y nos tropezamos con piedras que muchas veces nos frenan el camino hacia donde íbamos. A veces estas piedras pueden ser un trabajo que no salió, una cuenta que no nos pagaron, una enfermedad, divorcio, una pérdida de un ser querido.
Tantas veces planificamos una ruta, un camino y de repente aparecen esas piedras que nos hacen tener que replantearnos todo.
En los talleres que doy suelo llevar este relato, la charla va hacia cuáles son las piedras que hemos tenido en nuestra vida y cuántas veces tropezamos con la misma. Pareciera que elegimos ir hacia allá, es más, pareciera que le tenemos cariño.
Las piedras que van apareciendo en el camino de nuestra vida pueden hacernos sufrir o aprender. Sé que es fácil decir, el tema es practicar, no victimizarnos y vernos como seres humanos que estamos aprendiendo.
No podemos quedarnos en la queja pensando: “¡si esto no hubiese sucedido!”, porque sucedió y nada ni nadie puede volver un segundo atrás, y aunque suene demencial, mucho tiempo nos quedamos ahí tratando de imaginar qué hubiese pasado solo trayéndonos más sufrimiento.
Compartir lo que sentimos puede ser una forma de aprender y sanar, en las charlas coincidimos en muchas historias dolorosas y nos damos cuenta que no solo a nosotros nos pasa.
Esa es la riqueza de encontrarnos, poder dialogar y escucharnos. Hoy podemos pensar qué piedras tuvimos en nuestra vida, qué nos lastimaron y a veces seguimos buscando una y otra vez en lugar de seguir nuestro camino.
Recordemos que las piedras seguirán ahí en el camino, cuando sorteemos algunas aparecerán otras, ellas no se van a mover, pero nosotros sí podemos elegir qué hacer.
Que Dios los bendiga.