Después de exactamente seis años y un día de luchas donde murieron cerca de 60 millones de personas, el 2 de septiembre de 1945 llegaba a su fin la Segunda Guerra Mundial.
Una vez que el 7 de mayo de 1945 se había producido la rendición de Alemania, el único rival posible en la Segunda Guerra Mundial era Japón.
El 26 de julio de aquel año, los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y China se reunieron y firmaron la Declaración de Postdam, manifestando que se exigiría la “rendición incondicional” sólo a las fuerzas armadas.
Japón quedaría privada de todas las posesiones fuera de su área metropolitana, y se ocuparían ciudades japonesas hasta que se comprobara que los ánimos bélicos de la nación nipona se habían apagado.
El líder soviético Stalin, que se mantenía en conversaciones con el Gobierno japonés, anunció dos días después que Japón no aceptaba las condiciones de una rendición incondicional. Secretamente, el Gobierno japonés esperaba llegar a un pacto con la URSS, pero no lo consiguió y los rusos le declararon la guerra pocos días antes de su rendición.
El presidente norteamericano Harry Truman, intentando evitar una invasión soviética, ordenó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. El 6 de agosto un B-29, de nombre Enola Gay, arrasó la ciudad de Hiroshima.
Dos días después, viendo el final de la guerra cercano, y dado que querían parte del botín, los EEUU declararon la guerra a Japón e invadieron Manchuria. El día 9 se lanzó otra bomba atómica sobre Nagasaki.
Ni un día después, el emperador de Japón, Hirohito, aconsejó a su Consejo Supremo la aceptación de la Declaración de Postdam. Aún así, la flota norteamericana siguió atacando tierras japonesas, al norte de Honshu y los Kuriles, y el día 13 atacó Tokio.
El 2 de septiembre, Japón se rindió oficialmente. La delegación nipona se presentó ante el comandante de las fuerzas aliadas, el general Douglas MacArthur, a bordo del acorazado Missouri, anclado en la bahía de Tokio.
MacArthur fue nombrado comandante supremo y gobernador de Japón hasta las elecciones y Chester Nimitz añadió su firma como representante de los EEUU. La Segunda Guerra Mundial había concluido.
Los marineros, alborozados, no se detuvieron en las formas para prodigarle todas las humillaciones que el emperador temía sufrir.
En tanto, el pueblo japonés aún seguía rescatando sobrevivientes en las dos ciudades que la fuerza atómica había borrado del mapa.












