Cada 11 de agosto, la Iglesia Católica celebra a Santa Clara de Asís, patrona de la televisión y de las telecomunicaciones. Así la declaró en 1958 el papa Pío XII para ofrecer la bendición y protección de la Iglesia para esta nueva tecnología, pero también es patrona de los clarividentes, de los orfebres e incluso del buen tiempo, motivo por el cual desde la Edad Media existe la tradición de que las novias ofrezcan huevos a santa Clara para que no llueva el día de su boda.
Fundó, junto a San Francisco de Asís, de quien era coterráneo y amigo, la Orden de las Hermanas Pobres (clarisas), que constituyen la rama femenina de los franciscanos. Clara fue la primera y única mujer en escribir una regla de vida religiosa para mujeres.
Santa Clara, cuyo nombre significa “vida transparente”, nació en Asís (Italia) el 16 de julio de 1194 en el seno de una de las familias nobles de la ciudad y falleció en el mismo lugar el 11 de agosto de 1253. Un año después fue canonizada por el papa Alejandro IV. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Basílica de Santa Clara de Asís.
Tradicionalmente se la representa con el hábito propio de las clarisas: un sayal marrón y un velo negro, sujeto con el tradicional cordón de tres nudos de cuyo cinturón sale un rosario. Sus atributos tradicionales son el Santísimo Sacramento y el báculo. Otro atributo característico lo constituye el lirio, flor que representa la pureza y la virginidad.
Una de sus frases más conocidas es: “El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre”.
Uno de sus milagros más conocidos sucedió el día de la Solemnidad de la Natividad de Cristo. Estando gravemente enferma, fue transportada milagrosamente desde su cama a la iglesia de San Francisco. Allí asistió a todo el oficio de los maitines y a la misa de medianoche, además pudo recibir la sagrada comunión; después apareció de nuevo en su cama.
Clara jamás tuvo una buena salud. Se dice que pasó enferma por 27 años en el convento de San Damián, soportando sus dolencias de manera heroica. El papa Inocencio III la visitó en el monasterio hasta dos veces, durante alguno de los peores momentos de su enfermedad. En una oportunidad, después de verla, el Pontífice exclamó: “Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita”.
Benedicto XVI comentó que la vida de Santa Clara es un ejemplo de cuán importantes son las mujeres en la vida eclesial. Para él, la Santa había demostrado “cuánto debe toda la Iglesia a las mujeres valientes y ricas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo a la renovación de la Iglesia”.