Comparto este relato de Mario Mendoza para reflexionar sobre algo tan sencillo y a nuestro alcance como elegir desde dónde vivir.
“Un señor que estaba sentado en la primera fila de un auditorio pidió la palabra y habló sobre cómo desde niño, le enseñaron a odiar. Creció en un hogar de católicos recalcitrantes y le enseñaron a odiar a los ateos, gente sin fe y sin Dios, sospechosa de llevar vidas licenciosas y desordenadas. Luego, en sus años de adolescente, unos tipos en Cuba hicieron una revolución, y entonces le enseñaron a odiar a los comunistas, gente rara que no creía en el trabajo ni en la propiedad privada. Más tarde, le enseñaron a odiar a los negros, una raza de perezosos y sinvergüenzas que si no la hacían a la entrada la hacían a la salida. Y así, a lo largo de su vida, toda su educación había sido siempre en contra de algo o de alguien, consejos para defenderse, para contraatacar, para protegerse de los demás.
“Esta lista puede volverse infinita, los cónclaves masculinos hablando en contra de las mujeres, las madres y abuelas previniendo a sus hijas y nietas contra los hombres, los conservadores hablando contra los liberales, los de izquierda hablando contra los liberales y los conservadores, los de tal universidad contra tal otra, los de una tribu urbana contra las otras, los del norte contra los del sur, los del sur contra los del norte, ciertos fanáticos religiosos alegando contra los gays, los bisexuales y los transexuales, ciertas pandillas de homofóbicos aborreciendo a sus colegas homosexuales, los flacos contra los gordos, los apologistas de las buenas costumbres contra los yonquis, a los que no les gusta el deporte contra los deportistas, los que se creen exitosos detestando a ‘los fracasados’, los resentidos en contra de los que hacen bien su trabajo, todos contra los judíos, todos contra los musulmanes, todos en contra de los extranjeros que practican costumbres raras, en fin, todos contra todos”.
¿Te reconocés en alguno de esos discursos?, ¿nos alimentamos del odio? ¡Cuidado! se contagia muy fácil.
Odiar va creando además, una personalidad narcisista que se va anclando cada vez con mayor fuerza en el yo. Lo único importante es lo que me sucede a mí. Yo soy el centro del mundo. Yo tengo la razón. Nadie se da cuenta de la verdad excepto yo. Nadie ha sufrido como yo. Yo, yo, yo. Odiar debilita nuestro sistema inmune, odiar insume demasiada energía que podríamos utilizar en disfrutar y proyectar. Odiar no nos permite escuchar para enriquecer nuestro punto de vista.
¡Despertemos!, está en nuestro poder cambiar estos discursos del odio. Sumemos, incluyamos, compartamos, enriquezcámonos de las experiencias de los demás, disfrutemos la generosidad.
Sólo el amor nos fortalece, tanto en lo personal como en lo comunitario. Dejemos de vivir desde el miedo.
Cómo dice Jorge Drexler, el odio es el lazarillo de los cobardes. Armémonos de valor y animémonos a ¡amar! AMAR ES COSA DE VALIENTES.