Voy a comenzar este escrito con un dicho húngaro que leí alguna vez: “Quien entre dos sillas se sienta, termina de cola en la tierra”.
La honestidad comienza cuando aprendemos a contarnos la verdad. La mayor parte de nuestros problemas cotidianos comienzan cuando nos ocultamos partes a nosotros mismos, nuestros sentimientos, creencias, nuestro verdadero yo, cuando renegamos de nosotros mismos no podremos curarnos y menos aún entablar relaciones genuinas y sostenibles en el tiempo.
Tener una doble vida, cuando nuestros pensamientos no se corresponden con nuestros actos, cuando no somos coherentes empiezan los problemas. Nos enfermamos, nos peleamos con nuestro yo queriendo satisfacer al otro. Al que sacamos a la luz y nos es más conveniente, ya sea para nuestra pareja, para nuestros amigos, para nuestros hijos, negocios o relaciones en general.
A veces intentamos curar a otros sin curarnos a nosotros mismos, somos impostores. Ciegos de perfeccionismos y hasta que no somos capaces de afrontar la verdad somos esclavos de nuestros secretos.
Esos secretos tienen presos a nuestros hijos, parejas y amigos. Se hace una tela interminable de enredos hasta que no sabemos quienes somos en realidad.
El conflicto es humano, es normal. No hay que evitarlo, alejarlo u ocultarlo. Cuando nos pasa, nos acercamos más a la tiranía que a la paz y a la tranquilidad. Lo que nos atrapa y nos encarcela es la mentalidad rígida que recibimos como herencia, como legado o porque tenemos miedo al rechazo o a que no nos quieran.
He aprendido a lo largo de mi vida y de mis experiencias que una herramienta clave para gestionar nuestros problemas es dejar de negar la verdad a los otros.
Vieron cuando decimos por ejemplo: “Me encanta el guiso de mondongo” y un amigo nos replica: “Que asco, me dan arcadas de pensar solo en comer eso”. ¿Quién tiene razón? Nadie. Porque él o ella tiene lo que le concierne a su propia experiencia y nosotros en lo que a nuestro gusto respecta. No tenemos que renunciar a nuestra verdad, ¡no lo hagamos nunca! Porque la libertad consiste justamente en desistir de la necesidad de tener razón.
Las veces que sufrí por querer imponer mis gustos o por intentar convencer a alguien de que mi postura era la mejor o más acertada y el enojo o frustración que me provocaba no poder lograrlo y porque nuestro amigo, al final, nos daba la razón por cansancio y se notaba. Pensaba, encima me dice que sí como a los locos. Ser nosotros simplemente sin tener que probar ni demostrar nada. Hasta la próxima.