A principios del Siglo XX, apenas cumplido su primer siglo como país independiente, Argentina era “el granero del mundo”. Una nación de pujanza y trabajo, generosa y receptiva. En 1912 Europa anidaba la crisis que desataría la Primera Guerra Mundial. Don Emil Franke, hojalatero, estaba preocupado: tenía una familia y sobre el pueblo se cernía el fantasma de la sinrazón. Había escuchado de ese país del sur de Sudamérica. Embarcó solo, para probar suerte y preparar el nido. Tenía oficio, buenas manos para ejercerlo, pericia y empuje. Destino: Buenos Aires. Enseguida lo contrataron en una empresa, no recuerdan sus descendientes si francesa o inglesa.
En sólo dos años pudo traer a su familia, esposa y tres hijos: una mujer y dos varones. El pequeño era Curt, nueve años. Se instalaron en Núñez, donde los niños concurrieron a una escuela alemana mientras aprendían el idioma y las ventajas de la vida en la gran ciudad.
Pero el fin de la guerra, la derrota alemana, significaron que los inmigrantes de esa nacionalidad perdieran sus trabajos. Emilio se subió a un ferrocarril y a otro ofreciendo sus servicios. Así llegó a Tornquist, como empleado de estancia. Su esposa Clara se desempeñó como cocinera y los chicos como peones generales.
Sin borrón, cuenta nueva: otro principio
No les iba mal, pero Emilio quería seguridad. Una tierra propia, techo seguro para la familia. Donde estaban ya no hubo escuela para los chicos. Un conocido instalado en Bonpland, Misiones, les habló de las ventajas que daba el poblamiento en estas tierras. Ahorraron lo suficiente para el traslado y la sobrevivencia hasta el asentamiento definitivo. Desde Tornquist a Buenos Aires, en tren, y desde el gran puerto, en barco, con la mudanza a cuestas.
Apenas llegados a Posadas, averiguaron cómo hacer para llegar a Bonpland. Quiso el destino que se cruzaran con Carlos Culmey, de la Colonizadora del Alto Paraná, quien sugirió “qué va a hacer en Bonpland, tierras poco propicias para la agricultura… vénganse a Montecarlo, tengo lotes disponibles”. Hubo que volver a levantar con grúa la pesada carga de lo único disponible de los viajeros. En ese menester fue que perdieron todos los enseres y parte del mobiliario de la cocina, que fue a para al fondo del río, para angustia de la atribulada madre de familia.
Llegaron a destino el 23 de marzo de 1923. Por unos días fueron albergados en el hotel de la señora de Naujork, hasta que se les adjudicó el Lote 19 de Colonia Aterrada. Vivieron unos meses en un ranchito cedido por el vecino Herrmann Völm, mientras empezaban a voltear monte, limpiar el terreno, y a erigir su propia primera vivienda, en tanto conseguían una gallinita clueca, algún cerdito, y empezaban sus primeras experiencias como agricultores, urgidos por procurarse la subsistencia.
En 1926, satisfechas las urgencias, don Emilio empezó a añorar el oficio. Notó que había necesidades entre los vecinos. Su hijo Erwin estaba en Buenos Aires, trabajando en la empresa Klöckner, de modo que le pidió intercediera para adquirir las máquinas necesarias para montar una hojalatería, ahí mismo, en Aterrada. Uno y otro necesitaban un pedazo de chapa o de hierro, un poco de estaño, alguna herramienta. Se precisaban ollas, baldes, palanganas, rodillos… ¡todas cosas que él era capaz de hacer! Hasta las primeras cocinas a leña surgieron del germen de lo que sería la Ferretería Franke. Planchas y hornallas se fundían en Buenos Aires.
Todo lo demás se construía en el taller del hojalatero, incluidas las “taca-taca” empleadas para cultivar maíz. Así se fue gestando, junto al taller en que se forjaban enseres y herramientas para las múltiples necesidades de la zona, el emporio de los materiales para la construcción, bazar e incluso algo de papelería, librería y juguetes para los chicos. No hubo sin embargo despacho de comidas ni bebidas, lo que no fue impedimento para que las familias que venían de Guatambú, Itacuruzú y otros puntos de la colonia que iban extendiéndose raudamente, pernoctaran por horas en ese lindo predio que se transformó en sitio de solución para necesidades, charla amena, descanso y encuentros antes de regresar por la tarde al rigor y menesteres de la vida en contacto con la tierra.
Seguir un rumbo
Curt, el varón que eligió quedarse y acompañar el emprendimiento, siguió las huellas trazadas por el padre. Sostuvo el taller que llegó a contar con siete empleados estables, entre los que se contaba el simpatiquísimo papá de Helmut y Ula Kiess -ese señor afable con aspecto de duende-, el negocio y también la agricultura: la familia había ido adquiriendo parcelas para cultivar citrus –el producto que había dado tanto empuje por muchos años, al punto de convertir la fiesta del cincuentenario en una celebración popular dispendiosa, participativa, inolvidable-, tung, yerba y aún algo de animales.
Mientras tanto, el pueblo crecía. Erwin se trasladó para colaborar con la pequeña empresa que adquiría personalidad, y se abrió una sucursal donde después se estableció la Estación de Servicio de Paz. Galpón de madera, sobre terreno propio, que se sostuvo como Franke hermanos, entre 1938 y 1941.
Curt había crecido. Había elegido compañera. Puso los ojos sobre la joven Luisa Schaible, un ser que dio en la vida muchas muestras de fortaleza y resiliencia. Había nacido en 1913 –él, Curt, en el mismo país, Alemania, en 1905- marcada ya por aires de conflicto-. Tenía un año cuando su padre falleció, víctima de la guerra, dejando seis pequeños y una esposa que sucumbió a la desesperación. La beba fue entregada para su guarda y crianza a una familia Waidelich, y permaneció en su tierra hasta 1932. Dos de sus hermanas habían escogido emigrar en 1930. Las noticias sobre el país, sobre esta región, eran buenas, así que tomó la iniciativa y, como tantos otros, cruzó el océano, fue río arriba y llegó a Montecarlo antes de la mayoría de edad. Fue todo un trámite poder celebrar la boda: novia menor, sin tutores que autorizaran el matrimonio. Hubo que conciliar y en Buenos Aires, lugar de asentamiento de su llegada, cambiar un numerito –el de año de nacimiento-para que la audaz jovencita pudiera tomar las riendas de su nuevo hogar -1934- y muy pronto embeberse de los detalles de manejo del negocio y lo relativo a las chacras, en tanto formaban una familia.
En Aterrada, fue creciendo la prole… Evaldo (1935), Roberto (1937), Elisa (1939), Alfredo (1942), Margarita (1945), Ester María (1947). La casa de infancia se conserva intacta, protegida por el esmero de Alfredo, el hijo que junto a su padre, daría continuidad a la empresa, que siempre fue una sociedad anónima familiar. Fue así porque el primogénito, Evaldo, que había elegido la economía para liderar el manejo contable y la complejidad de un emprendimiento que crecía, y que a raíz de eso y del surgimiento de otros negocios semejantes, se trasladó al pueblo, a la actual locación, en 1965, falleció temprano, aunque tuvo tiempo de gestar su pequeña familia: había contraído enlace con Haidi Plocher, y dieron vida a Norberto e Ingrid.
Los hermanos fueron por otras carreras y otros destinos. Roberto optó por la medicina y por ello se trasladó a Córdoba. Elisa viajó a Buenos Aires e hizo la carrera de enfermería en el Hospital Alemán. Margarita se inclinó por la obstetricia, también en Córdoba, donde también escogió radicarse Ester. De modo que Alfredo, que había concluido el magisterio, fue naturalmente el apoyo de sus padres. Un apoyo importante si se recuerda que Curt Franke siempre tuvo inquietudes cívicas y políticas.
Don Curt, el ciudadano, el vecino
Acompañó con entusiasmo el crecimiento del pueblo, sostenido por años de buenos precios de los productos primarios y las pequeñas industrias instaladas: citrus, yerba mate, tung, té, pinos y madera de nuestros montes nativos… Cuando el afianzamiento del nazismo en Alemania, tomó la decisión de adoptar la ciudadanía argentina, en 1937, algo que le valió la molestia de muchos colonos, entusiasmados con el poder que iba adquiriendo el líder, Adolf Hittler. El vecino había tenido buena escuela hasta quinto grado, vivió en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires hasta los 18. Manejaba bien el idioma materno y el de la patria de acogida. Escribía con solvencia. Sobresalía del común por sus intereses y su cultura. Participó de la Comisión de Fomento, primer germen de organización política del municipio, fue miembro fundador de la Sociedad de Canto y su primer secretario por muchos años, presidente de la Cooperadora de la Escuela Nacional Nº 132 y del Club Argentino-Germano de Gimnasia y Cultura. Fue candidato a intendente por la Unión Cívica Radical del Pueblo y perdió los comicios frente a don Antonio Muruat, candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente.
Fue autor de discursos impecables en ocasión de celebrarse los 25 años de la colonia y del inolvidable cincuentenario que el pueblo celebró por muchos días: gran muestra comercial, cultural, artesanal, festivales, baile aniversario, inolvidables juegos de artificio en la plaza central, mayo de 1970. Tuvo el privilegio y la responsabilidad de acompañar el crecimiento comunitario desde los incipientes y esforzados inicios, de facilitar con herramientas, enseres, maquinaria al trabajo y la vida de la gente del pueblo y la colonia. Gestó, desde los rudimentos logrados por sus padres, una empresa atenta a los avances tecnológicos y las necesidades del entorno, fortalecida siempre por el taller, donde se sorteaban inconvenientes y se optimizaban recursos. Conservó interés también por explorar la veta de la agricultura.
Los recursos obtenidos con la venta de naranjas y tung se volcaron a la construcción de la sede que se inauguró en 1965. Jamás descuidó ese taller que iniciara el padre. Instalada Celulosa Argentina en Puerto Piray, tomó a Franke SA como proveedora y confió al taller la elaboración de canaletas, techos, instalación de agua de las primeras casas de la planta. La complejidad crecía, se complicaba el manejo de algo que se volvía grande: habían agregado grifería, un bazar selecto, bicicletas, la representación de las motocicletas DKV. Hubo que elegir: don Curt cedió el manejo total: maquinarias, herramientas, finanzas, galpón, a sus ex siete empleados. Cerró sus puertas cuando el señor Kiess sintió llegado el momento del descanso.
Tiempo de elecciones
Culminados sus estudios, los hijos buscaron otros destinos. Fallecido Evaldo, su esposa Haidy y sus hijos Norberto e Ingrid emigraron. El joven falleció también en un accidente. Roberto se dedicó a la clínica y a la obstetricia. Se casó con Annegret Voegeding. Un vecino inquieto y comprometido, tanto en su profesión como en la elección de militancia política. Fue diputado provincial por la UCR. Ejemplo para sus hijos Miguel -Otti-, bioquímico, radicado en Leandro N. Alem, y Cristina, dedicada a la biomedicina, en Posadas. Elisa contrajo enlace con un Riesenberg. La pareja se disolvió pero tiene continuidad en Betina, Viviana y Oscar, y en Gustavo y Roxana, fruto de un nuevo matrimonio. Margarita unió sus días a los de Daniel Nelson Rodríguez, odontólogo. Se radicaron también en Montecarlo y construyeron su vivienda en terreno aledaño a la firma.
Cada cual se dedicó a su profesión, en el ámbito de la salud. Margarita fue partera por muchos años en el hospital de área. Rodríguez fue electo intendente municipal por el Justicialismo, en 1973. Años después -recuperada la democracia tras el golpe de 1976- fue diputado provincial, lo que determinó el traslado de la familia a Posadas. Tuvieron tres hijos: Daniel, Claudia y Fernando. Ester vivió muchos años en Córdoba. Su unión con Juan Antonio Salonia, descendiente de italianos, significó la llegada a la familia de Alejandro, Marcos y Natalia, que eligieron Europa para hacer su vida. El fallecimiento del esposo determinó la radicación de Ester en Mallorca, donde reside Natalia.
Portador de un legado
Alfredo se quedó. Protagonizó el crecimiento del emporio. Cuando sintió el llamado del amor, ejercía su segundo año de docencia en la Escuela 254. En el “Copetín al paso” (avenida El Libertador casi Lavalle) que gestionaba don Herrmann Böttger -papá de Neca y Charly, esposo de Noni Wiedl-, una linda jovencita. “Sobrina”, le dijeron. Sabía que pernoctaba en el hogar de otra de sus tías, la señora de Spengler. Vaya casualidad: ¡era maestro de Curty!… “¿quién es la chica que está en tu casa?” “¡es mi prima, del Paraguay!”
Johana Magdalena Böttger, residente de un paraje cercano a Encarnación, se había ganado el corazón del Franke que había puesto sobre sus hombros el manejo de la firma, junto a su padre. Esperó pacientemente al novio que debió hacer el Servicio Militar Obligatorio en la Marina. Dos años, lo aguardó. Hubo muchos trámites para lograr la radicación definitiva, documentos oficiales, boda. Maidy -así la conocimos- nunca renunció a la ciudadanía de su país de origen. Vivieron muchos años en Línea Aterrada, convenientemente adecuada para una familia de cuatro niños, ahí, en el parque generado en el viejo lote 19.
Recomenzar, proseguir, afirmarse
Un fin de semana -Semana Santa- fueron a visitar a los abuelos Böttger. Al regreso hallaron las cenizas de lo que había sido un hogar ruidoso y alegre. Lamentaron perder los recuerdos de una trayectoria juntos, las fotos de los chicos, los juguetes. Alfredo y Maidy agradecieron siempre el gesto de don Horst Pölher, que tiempo después llegó a casa con fotos de los negativos que había guardado en su laboratorio.
Sobre el mismo fundamento, construyeron una nueva casa, pero con el trabajo ya en el pueblo, los chicos en edad de ir a la escuela, optaron por un domicilio en el centro. Calle Bischoff, a apenas media cuadra de la ferretería.
Ahí crecieron Gerardo, hoy el contador público que perfila para la conducción de la firma, padre de Priscilla -radicada en Suiza- y de los pequeños Thiago y Ainhoa, los niños que tuvo con Amelia Bagnatto; Eduardo -Eddy- colaborador del emprendimiento, muchos años piloto aficionado de nuestro Aero Club, el descendiente más interesado por el origen, la historia, el que se prepara para concretar un pequeño museo con las máquinas, testimonios, documentos de una firma que tiene solo seis años menos que los oficiales que cumplió el pueblo; Hugo Marcelo -Hugui-, padre de Mariano, residente en Chaco, el que apoya con presencia, buen humor y entusiasmo a la vez que se dedica a explorar otros territorios vitales, y Corina, hoy dedicada a la crianza de Greta, la niña que tuvo con su compañero, Jorge Wiedmann, fallecido a los 49 años. Maidy -vital, coqueta, emprendedora, los dejó en 2016, a los 72 años.
Mirar con perspectiva
Don Emilio y Clara pusieron el empeño inicial. Don Curt y su familia, dejaron un proyecto consolidado en un país donde nada es fácil, sometido como otras naciones del sur a remezones políticas, económicas, ambientales… ciclos breves de crecimiento y aparente bienestar, años de confusión, yerros, necesidad de cubrirse y repechar. Pudieron elegir no arriesgar, vivir un poco más cómodos, buscar otros horizontes. Se quedaron para acompañar el latido comunitario. Siguen.
Curt Franke falleció a los 69 años, después de haber dado muestras de ser un sagaz negociante, un emprendedor, un padre prolífico, un buen compañero, pero sobre todo un ciudadano comprometido e inquieto. Puso entusiasmo, empeño y responsabilidad en la tareas sociales -honoríficas todas- que abrazó con empatía.
La hábil Luisa Schaible vivió una vida larga, con la entereza suficiente para despedir a cuatro hijos: Evaldo, Elisa, Roberto, Margarita. Siempre puso garra y optimismo, porque aseguraba que celebraría su propio centenario… pero el fallecimiento de Margarita le quitó empeño y alegría. La recordamos empecinada en al menos dos tareas simultáneas, y los ojos quizá en una tercera, que se llevaba a cabo cerca de ella: caja y tejido, caja y charla con los circunstantes, caja y echar una miradita entre las góndolas, caja y vigilancia del hogar en planta alta, tardes de paseo a lo de las amigas, y otear cómo iba el pueblo, desde el volante… caminatas en compañía…
Quienes dirigen y gestionan hoy lo que fue un intento en tiempos de colonia, recibieron la posta también de la buena ciudadanía. Alfredo formó parte de la comisión directiva del Club Argentino Germano de gimnasia y cultura, y a su tiempo también lo hizo Gerdi. Alfredo fue concejal por la UCR, y su primogénito fue un candidato interesante y propositivo. Eddy, siempre un entusiasta militante por el sostenimiento del hábitat. Hugui levanta banderas de salud integral, convencido que cada uno de nosotros es un pequeño cosmos, complejo y maravilloso
La firma -siempre sociedad anónima familiar- sigue aportando crecimiento, porque quienes la sostienen –dueños, empleados, colaboradores- saben que un pueblo se gesta, se levanta, se sostiene, con trabajo. Que para trabajar se precisan herramientas; para construir, insumos. Para crecer, se necesita creer. Por eso, analiza, gestiona, se adapta y se pone a disposición de una comunidad que confía en que progresar es ir juntos, con esfuerzo, con solidaridad, con voluntad presta.
Por Verónica Stockmayer febrero 2121.