La fatiga es síntoma frecuente entre quienes han suprimido su verdadero yo, pues en realidad no están cansados sino hastiados de no ser ellos mismos.
No ser quienes en verdad somos implica un trabajo extenuante. La persona auténtica no disipa su energía interior en contradicciones. Su rectitud consigo misma reduce los conflictos psíquicos y se siente viva, llena de ímpetu.
Cuando tal persona es motivada por lo que más le interesa su energía entra en acción. No desperdicia energías en conflictos ni en falsedades. Sabe a dónde va. Y al ser como es moviliza la energía de los demás inspirándolos. Con sólo ser él mismo está indicando lo que hay que hacer.
El ser humano auténtico como no derrocha energía en proteger un ego tembloroso, tiene energía suficiente para irradiarla sobre sí mismo y sobre los demás; es capaz de amarse a sí mismo y, por lo tanto, a los demás. Cuando no somos auténticos proyectamos desasosiego. No resulta fácil vencer en la lucha por ser auténtico.
Es una empresa de toda la vida. He aquí algunas maneras de iniciar la senda: esté consciente de lo que sucede en su vida, interior y exteriormente; escuche el diálogo interior y esté atento al devenir de la vida; acepte la idea de que no hay nada malo en ser diferente a los demás; busque sus convicciones más profundas y defiéndelas, vive por ellas.
Aprende a estar a solas: la soledad es la clave del autoconocimiento, pues en ella aprendemos a distinguir lo falso y lo verdadero.
Tal como sucede en la desintegración del átomo, la apertura del yo nos da acceso a un poder oculto. La autenticidad es una fuerza sensibilizadora y una bendición. Surge de sentirse a gusto consigo mismo y por ende, en el universo. Constituye el mayor poder del mundo: ser nosotros mismos. La fuerza de ser auténtico.
Bendiciones para tu vida.