En primer lugar, no negarlos ni hacer de cuenta que no existen. Lo ideal es hablarlos, ponerlos en palabras para sacarlos afuera. En psicología, solemos emplear una expresión que es “elaborar el trauma”, o “elaborar el dolor”.
Se trata de historiar el dolor. Para decirlo en términos más sencillos, consiste en narrarlo, contarlo, convertirlo en una historia, transformarlo en un cuento. Porque, como acostumbro decir, al hablar, nos vamos curando. Somos seres hablantes y tenemos la necesidad de expresar lo que nos sucede y las emociones derivadas de ello. En especial, cuando las vivencias son duras.
Un ejercicio que me gusta mucho y que le ha hecho bien a miles de personas, consiste en: frente a eso triste que nos ocurrió en el pasado buscar a alguien en el presente y darle lo que nos habría gustado recibir. Por ejemplo, si mi mamá no me motivó para estudiar y eso me dolió, motivar yo a alguien a estudiar ahora. Es decir, hacer con alguien lo que nos habría gustado que hicieran con nosotros. De esa manera, logramos que el pasado se sane en el presente y en el futuro.
Reparemos hacia adelante
Si sos adulto y cargás con el hecho de que en casa te pegaban, no te lo guardes; narralo, escribilo, volcalo en palabras de algún modo. Y escogé no repetir eso con tus hijos u otras personas. Elegí acariciar, abrazar, felicitar, bendecir a tus familiares y amigos. Porque al accionar con alguien activamente lo que te habría gustado vivir, estarás sanando tu infancia dolorosa.
¿Y cómo deberíamos reaccionar ante los recuerdos tristes de otra persona?
Fundamentalmente con empatía. Se trata de un concepto de salud mental y de inteligencia emocional. No es otra cosa que “ponernos en los zapatos de los demás”. Cuando nosotros tenemos empatía somos emocionalmente inteligentes y sobre todo, conectamos con el otro. Hay gente que tiene baja empatía, que le importa poco el otro porque posee un nivel mayor de individualismo. Mientras que otros muestran exceso de empatía. Entonces, alguien les cuenta su historia dolorosa y se ponen a llorar con esa persona, se angustian, se cargan.
Tanto la baja empatía como el exceso de empatía no sirven. ¿Qué hacer frente al dolor ajeno? Una actitud sana consiste en identificarnos con lo que le sucedió al otro, sentir el dolor con el otro; pero, al mismo tiempo mantener una distancia emocional. Es decir, dejar una parte nuestra fuera de esa historia para mantenernos equilibrados y ser capaces de ayudar.
La verdadera empatía no me lastima. No es: “Yo sufro para que vos estés bien”. Tampoco es: “Yo me tiro al pozo con vos y lloremos los dos juntos”. En realidad es: “Siento tu dolor como también siento tu alegría, pero pensemos cómo podemos resolver esto”. En nuestras relaciones interpersonales es importante dar y permitir que nos den, ayudar y permitir que nos ayuden. Todo en balance.
¡Nunca es tarde para tener una infancia feliz!