Como responsable de descubrir la anomalía cromosómica que da lugar al síndrome de Down y haber sido candidato para recibir el premio Nobel, era de esperar que su muerte, el 3 de abril de 1994, llevara a la comunidad médica y científica a expresar condolencias y reconocimiento a su grandeza. Pero el pediatra y genetista francés Jérôme Jean Louis Marie Lejeune (1926-1994) también tocó el corazón de la Iglesia católica.
Amigo personal del entonces papa Juan Pablo II (1920-2005), primer presidente de la Pontificia Academia para la Vida, hombre cercano a la organización conservadora Opus Dei y acérrimo crítico de las iniciativas para la legalización del aborto, Lejeune llegó a ser considerado como un futuro santo desde el día de su muerte.
Como el tiempo de la Iglesia no suele ser rápido, no fue hasta 13 años después de su muerte que se abrió su proceso de canonización, en fase diocesana, es decir, con religiosos e investigadores en París, donde vivía, recopilando información biográfica que da fe de su relevancia y potenciales virtudes. Cinco años después, en 2012, el caso se presentó al Vaticano.
En ese momento, Lejeune comenzó a ser considerado por la Iglesia un siervo de Dios. Su caso fue conducido luego por la Congregación para las Causas de los Santos. Una comisión de religiosos se encargó de preparar un dossier con las cualidades que lo harían apto para el reconocimiento de la santidad. Es cuando, a través de investigaciones y entrevistas, los religiosos buscan reconocer si el candidato a santo tenía virtudes cristianas compatibles con el honor de los altares.
Después del respaldo de este grupo de funcionarios, el papa Francisco, el 21 de enero, determinó oficialmente que Jérôme Lejeune es venerable. En otras palabras, va camino de la beatificación, un paso muy importante en el proceso de canonización.
A la espera de un milagro
“Con el reconocimiento de sus virtudes heroicas, se necesita un milagro atribuido a su intercesión para la beatificación“, explicó el vaticanista italiano Andrea Gagliarducci a BBC Brasil. “Algo que es científicamente inexplicable, atribuido a la intercesión del (candidato a) santo”.
Para ello existen dos comisiones en la Congregación para las Causas de los Santos: una compuesta por expertos médicos y la otra por teólogos.
“No será inmediato, pero puede que no pase mucho tiempo. Depende de cuántos casos (de milagros potenciales) se presenten a la Congregación”, adelantó.
En esta etapa del proceso, una buena campaña de información ayuda a aprovechar la causa. Esto se debe a que cuanta más gente sepa sobre la candidatura del futuro santo, más gente rezará por él. Y finalmente, cuantas más personas oren por él, mayor será la posibilidad de que se atribuyan eventos inexplicables a su ayuda.
Hasta la fecha, no hay constancia de que se esté analizando algún posible milagro atribuido a Lejeune.
Su descubrimiento y su lucha antiaborto
En 1952, poco después de graduarse en medicina, Lejeune comenzó a trabajar en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), la agencia pública de investigación más grande de Francia. Seis años más tarde, cuando estaba examinando los cromosomas de un niño con síndrome de Down, descubrió la trisomía 21, la anomalía genética que causa la enfermedad.
Con su equipo, avanzó en otros temas, mejorando la comprensión de la ciencia sobre cómo las anomalías cromosómicas pueden desencadenar enfermedades.
En 1963, por ejemplo, descubrió el síndrome de Cat Meow, también conocido como síndrome de Lejeune. Tales estudios lo llevaron a ser considerado el “padre de la genética moderna”.
Se estima que trató a más de 9.000 pacientes con discapacidad intelectual y analizó alrededor de 30.000 pruebas cromosómicas. En 1964, se convirtió en el primer profesor de genética en la Facultad de Medicina de París.
Sus descubrimientos lo hicieron elegible para el Premio Nobel, que nunca llegó. Según sus partidarios, la negativa de la Academia Sueca a reconocer su legado científico tuvo que ver con su religiosidad.
Cuando Lejeune se dio cuenta de que sus investigaciones acababan haciendo pruebas para la detección precoz (incluso durante el embarazo) de problemas genéticos del embrión – y, en consecuencia, justificando la interrupción de los embarazos- se convirtió en defensor público de la vida según la doctrina católica, es decir, desde la concepción. Y emprendió una lucha personal contra la legalización del aborto.
El vaticanista Filipe Domingues subraya, no obstante, que es necesario contextualizar el momento histórico en el que Lejeune realizó su investigación: “Vivió un período posterior a la Segunda Guerra Mundial, por lo que estaba al tanto de todo lo que había sucedido en términos de eugenesia y selección racial” por parte de los nazis, por lo que cuando hizo el descubrimiento de la anomalía cromosómica, “inmediatamente se dio cuenta de un riesgo”.
“Lejeune sabía que se enfrentaba a algo que cambiaría la historia de la ciencia y la medicina, de la vida en sociedad. Pero, desde un punto de vista ético, identificó de inmediato los riesgos de su propio descubrimiento. Y no aceptó que fuera instrumentalizado contra la vida”, añadió Domingues.
“Tal comportamiento generó mucha reacción negativa en la comunidad científica, en los movimientos feministas y en la sociedad en general, donde ya estaba creciendo un movimiento a favor de la legalización del aborto y los derechos reproductivos”.
“Como científico, realmente fue un hombre que legó un trabajo importante a la humanidad, pero es bastante cuestionable que reconozcamos las virtudes heroicas de un hombre que aportó y sigue contribuyendo con la muerte, siendo mencionado reiteradamente por grupos que son contrarios a la vida de las mujeres. Me refiero a grupos que se niegan a reconocer que es un derecho de las mujeres decidir cuándo, con quién y si quieren continuar con el embarazo”, sostuvo la socióloga María José Rosado.
Fuente: BBC Mundo