La resignación es: “me echaron del trabajo, ya está”; “me enfermé, ya está”; “me dejó mi pareja, ya está”. Es una declaración de derrota, es el cierre de un momento doloroso que no nos permite ver nada más hacia adelante.
Mientras que en el otro extremo, la aceptación es: “Perdí el trabajo o me separé, o me fue mal en el examen, es verdad, estoy mal”. Al igual que en la resignación, la persona reconoce la situación negativa, pero en la aceptación decide no estancarse sino ir hacia adelante y expresar: “Puedo hacer algo al respecto”.
Ningún ser humano elige las batallas que vienen a su vida. Sin embargo todos podemos elegir qué vamos a hacer con ellas. Viktor Frankl, el gran fundador de la logoterapia, decía: “Si no puedes cambiar el mundo externo es el momento de cambiar tu mundo interno”. Es importante saber que no somos responsables de lo que nos transmitieron desde pequeños en casa; pero sí somos responsables por lo que vamos a hacer con eso que incorporamos como cierto.
La resignación no sirve en absoluto. Por lo general, nos conduce a la victimización. En cambio, la aceptación nos permite decir: “Sí, estoy mal, sí, tengo problemas; pero no es el fin del mundo y puedo hacer algo al respecto”.
Ese algo que podemos hacer siempre debería ser de menos a más. Un pequeño cambio, algo que parece insignificante, muchas veces, es el comienzo de algo grande. Podemos comparar esto con una bola de nieve que empieza a rodar desde la cima de la montaña y, a medida que va avanzando, se expande y trae consigo una catarata de cambios extraordinarios.
La postura de aquel que es un optimista inteligente es distinta de aquel que es un optimista necio. Este último expresa: “Estamos bien, estamos bien, no pasa nada”; mientras que el optimista inteligente expresa: “Estamos mal, tenemos problemas, pero podemos accionar para seguir construyendo hacia adelante”.
¿Quién vas a elegir ser? La decisión está en tus manos. En última instancia, todas las crisis que hemos superado, las atravesamos utilizando la caja de recursos interna que todos poseemos. Y podemos seguir haciendo uso de esta hacia adelante. Cada día escojamos ver el vaso medio lleno, y no el vaso medio vacío.
Me gusta mucho la historia del rey David cuando tuvo que enfrentar al gigante filisteo de tres metros, era un adolescente pastor de ovejas. Aun así, el relato bíblico nos cuenta que el joven David pensó: “Cuando un oso y un león me robaban una oveja, yo les arrojaba una piedra. Si pude vencer eso también podré enfrentar a mi gigante”.
¿Cuál es el gigante que hoy debés enfrentar? Recordá que los osos y los leones que venciste en el pasado no te destruyeron. Todavía seguís de pie. Lo único que lograron es prepararte para vencer al gigante, a la prueba, a la crisis, que tenés por delante. Nunca te rindas, seguí adelante, ¡lo mejor está por venir!