Seguramente quien lo haya observado desde el alto cielo con la mirada de Eduardo Galeano lo hubiera descripto como un fuego loco, capaz de llenar el aire de chispas, ardiendo con ganas. Y aún a trece años de su desaparición física, la “luz propia” de Raúl Delavy continúa brillando en la Capital Nacional de la Yerba Mate, rincón del mundo que amó a pesar de no ser capaz de comprenderlo y que no le permitió si quiera cumplir su último deseo.
“Estoy subiendo la bajada, sueño enterrarme en la tierra colorada y hacerme yerba” escribió tiempo antes de morir.
Muchas son las obras que este artista que vivió adelantado para la época dejó pero, sin dudas, hay una que distingue a la Capital de la Yerba Mate, el monumento a San Martín, reconocido por el Instituto Sanmartiniano como el tercero más grande del país y el único que fuera realizado íntegramente en Argentina.
Delavy dedicó más de siete años a esta obra, “cuando papá tenía algo de dinero compraba cemento y seguía. Él lo emplazó, hasta las rocas basálticas sobre las que está emplazado se ocupó de acomodar”, explicó su hijo Claudio.
“Mi viejo nos enseñó una técnica, tamizábamos arena tres veces, cuando obteníamos la más fina la poníamos en una caja de madera, con un Jesucristo de yeso que él había hecho, dejábamos la forma en la arena, preparábamos una lechada de cemento y la volcábamos, esperábamos de un día para el otro, pintábamos la aureola de dorado, el cuerpo de marrón y salíamos a venderlo casa por casa”, relató Claudio para explicar la situación en la que vivían por aquel entonces.
Y agrega que “tengo cuadros que los das vuelta y hay otra pintura del otro lado, porque a veces no tenía ni para comprar la tela. Ninguno de sus monumentos está reconocido, se consagró en Brasil y el mundo por la pintura”.
Raúl Delavy nació en Palermo, Buenos Aires, a los cinco años conoció a su tierra colorada, cuando llegó junto a su familia, por un trabajo que ofrecieron a su padre. El estudio y más tarde el llamado al servicio militar lo llevaron nuevamente a Buenos Aires, donde la guerra civil lo retuvieron, pero en poco tiempo regresó a Misiones.
Nuevamente en Apóstoles abrió su atelier, donde llegaron solicitudes para llevar a cabo importantes obras, que hoy engalanan a la región.
Un grande para el mundo
Quizá por aquello que dicen que “nadie es profeta en su propia tierra” o quizá por ser un adelantado en su tierra, encontró en Apóstoles más piedras en el camino de las que un hombre pueda soportar.
Quienes vivieron la década del 80 en La Ciudad de las Flores recuerdan que a Delavy le había sido encargado un monumento a Andresito, de 4,5 metros de alto. “Era un monstruo, lo mirabas y estaba vivo”, dijo Claudio.
Llegó el momento de emplazarlo, pero el dinero no estaba, entonces decidió no entregarlo y fue, nada más y nada menos, que el hacer valer su dinero lo que lo obligó a hacer la valijas y llevarse a su familia.
Curitiba lo recibió. En poco tiempo vendió una exposición completa. Mientras, sus obras se promocionaban en Europa. Brasil, Europa, las mejores galerías del mundo reconocen a Raúl Delavy, un hombre que eligió una tierra que no supo estar a su medida.