Por Guillermo Baez
Hace mucho que venimos echando al año que se va y recibiendo con los brazos abiertos al que viene, pero esta vez se sintió con más fuerza. Pasamos de seguir recetas de cocina a observar como elaborar barbijos caseros. De mirar partidos de fútbol a aprender cómo tomar distancia. De imaginarnos salidas de fin de semana a transformarnos en docentes de nuestros niños.
Fue raro, tremendo, agobiante, brutal, triste, tenso, largo… pero terminó. El año que acabamos de dejar atrás fue la prueba misma de que siempre se puede estar peor y, al mismo tiempo, una muestra nítida de que la humanidad se resiste a entender cabalmente su grado de responsabilidad por el estado de las cosas.
Porque a pesar de que el año haya sido todo lo dicho y mucho más, hoy estamos como estábamos antes de marzo de 2020, antes de que todo estallara por los aires de la mano de un virus que nos puso frente a la ironía de ser dominados en un mundo en el que nos sentimos dominantes.
El 2020 fue el año en el que, finalmente y después de haberlo repetido infinidad de veces como un mantra existencial que entendemos, pero que no respetamos, comprendimos que lo que importa es tener salud, tener vida. Y a pesar de la contundencia y la irrefutabilidad de esa premisa, la humanidad parece haber perdido el sentido y vuelve a sentirse por encima de todo.
En el futuro quizás podamos ver hacia atrás y, con la perspectiva correcta, tomar mejores decisiones de cara al futuro. Pero claramente las que fuimos tomando durante el proceso no nos alejan mucho del lugar en el que nos encontrábamos cuando comenzaron a escucharse los primeros reportes de un extraño virus surgido en un mercado chino. Barbijo, distancia social y sanitizante… no es tan difícil y sin embargo transitamos las peores horas.
El pánico es tan contagioso como el virus
La salud es, claramente, uno de los aspectos más desfavorecidos más allá de la existencia del virus en nuestros organismos.El aislamiento social, preventivo y obligatorio que comenzó a regir en Argentina a mediados de marzo del año pasado puso buena parte del país bajo un trauma psicológico: estrés, depresión y hasta abuso de sustancias describen una pandemia dentro de otra pandemia que afectó y afectará a millones de personas.
Y es que, de acuerdo a estudios pormenorizados, el impacto a largo plazo en la salud mental puede tardar hasta meses en ser completamente aparente.
“El miedo es el virus más grave que puede afectar a los seres humanos. Hace que entremos en pánico y tomemos actitudes irracionales como discriminar a los demás, desarrollar una ansiedad grave y en algunos casos causar depresión y perder la habilidad para reinventar y responder inteligentemente en situaciones estresantes”, advierte el psiquiatra, investigador y escritor Augusto Cury, autor de “Ansiedad, cómo enfrentar el mal del siglo”.
Al mismo tiempo la cuarentena impulsó la inactividad física, lo que contribuyó a cambios adversos en la salud, como el envejecimiento prematuro, la obesidad, la vulnerabilidad cardiovascular, la atrofia muscular, la pérdida ósea y la disminución de la capacidad aeróbica.
Causa y efecto
Otra de las fuertes evidencias que dejó el año del encierro fue la aceleración de los procesos. Lo que estaba mal terminó por romperse y lo que estaba bien se perfeccionó. Parejas que se disolvieron, familias que hallaron el tiempo para reencontrarse, emprendimientos que quebraron por no contar con un plan de acción o una hoja de ruta, otros que se fortalecieron por haberse pensado en contextos no convencionales como una pandemia.
También nuevos conceptos que deberán analizarse para ser optimizados. La educación virtual acorta brechas, pero también las ensancha cuando se aplica en regiones donde la luz eléctrica es un lujo, o donde tener Internet depende de recorrer quince kilómetros para llegar al pueblo.
De la mano de la política, la economía funciona mal con o sin pandemia. Está muy claro para todos que la crisis sanitaria profundizó la recesión, pero también es cierto que la misma ya llevaba años de existencia y su inercia no daba ninguna señal de freno antes de la crisis sanitaria.
La evidencia advierte que continúan faltando verdaderos estímulos estatales para que los emprendimientos privados se desarrollen generando producción y empleo.
La economía argentina tuvo una caída brutal durante 2020 y su recuperación para este año se calcula, en el mejor de los casos, en la mitad de lo perdido el año anterior. Hará falta mucha creatividad para crecer y abandonar la premisa de apostarlo todo a una cosecha récord.
El Estado jamás podrá absorber completamente las necesidades de la sociedad, necesita del aporte privado y el privado depende en gran medida del Estado y las condiciones que se le brinden. Pero el encuentro entre ambas partes se sigue demorando y continúan caminando en sendas opuestas. Ojalá que las notables diferencias no los lleven a encontrarse en la vereda de la quiebra.
La política no decepcionó… poco se esperaba de ella. Promesas incumplidas, peleas internas que repercuten en el drama social, más pobreza, más desempleo, más inflación, interminables exhortaciones al optimismo sobreactuadas y sin fundamentos, culpas hacia atrás, pases de factura, pases de bando.
La diferencia respecto a otros años es que la pandemia dejó desnuda a buena parte de la clase política, cierto exdiputado salteño puede dar fe de ello.
Hablando de…
Culturalmente la pandemia alternó buenas y malas. Las malas fueron para los artistas, que de pronto vieron jaqueadas sus fuentes de ingreso. Encontrar los canales de difusión para seguir llegando a la gente y poder vivir de ello fue difícil al principio y lo sigue siendo todavía hoy.
La buena fue de entrecasa. Hubo muchos que, frente al silencio y la quietud del aislamiento se dieron el tiempo para leer, aprender nuevas cosas, estudiar aquello que estaba pendiente.
Surgieron nuevas palabras o conceptos como la “infodemia”, un mal que corre a mayor velocidad que el virus y nos acecha con noticias poco confiables, maliciosas, que aumentan el pánico, alimentan la angustia y promueven conductas incorrectas.
Los “coronial” o “cuarentenial”, para referirse a la generación que nació en el período de cuarentena. Las siglas PCR (Polymerase Chain Reaction, o Reacción en Cadena de la Polimerasa), que refieren a la técnica ultilizada para identificar gérmenes microscópicos en pequeños fragmentos de ADN y que se popularizó por ser el método de referencia para hacer pruebas de detección del coronavirus. O “Burofax”, el instrumento legal para explicar que Lionel Messi ahora es feliz en la Selección Argentina y no en Barcelona.
Muy interesante
Tamaña situación límite también trajo consigo el entendimiento de cuestiones que presumíamos irrelevantes para nuestras vidas. La propia complejidad de la investigación científica que siempre nos mantuvo distantes y casi desinteresados, ahora nos abunda y sobrecoge.
El virus SARS-CoV-2 cambió todo, la economía, la política, la cultura y hasta la educación, pero también cambió nuestra percepción acerca de la ciencia y hoy comprendemos, por ejemplo, que nunca en la historia de la humanidad se había conseguido una vacuna en tan poco tiempo.
“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Esto constituye una fórmula segura para el desastre”, decía el astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y divulgador científico estadounidense Carl Sagan. El coronavirus lo confirmó.
El “reset”
A fines de marzo del año pasado aparecían los primeros videos y las primeras fotos que nos confirmaban el tamaño de la huella que dejamos en el mundo. Aves, mamíferos e insectos ganaban terreno e “invadían” los espacios que semanas antes frecuentábamos los humanos.
Más allá de la simpatía que nos causaba aquello, a todos nos sobrevoló la misma sensación, la seguridad del daño que causamos, la certeza de que no generamos las condiciones para una convivencia más armónica con la naturaleza. La pandemia, entre muchos males, también nos brindó la posibilidad de generar las condiciones para dejar un mejor ambiente a nuestros hijos, de hacer un “reset” hacia un modelo de vida sostenible.
Pero a la luz de las evidencias tomamos el camino a la inversa y lo que parece suceder es que nos lanzamos desenfrenados a recuperar el terreno “perdido”. De no adoptar medidas en lo particular y en general, sólo quedará esperar y despedirse hasta la próxima pandemia.