En esta época del año abundan los buenos deseos y la palabra felicidad se encuentra a flor de piel. Si bien existen muchos caminos para llegar a la felicidad teniendo en cuenta su duración y sustentabilidad podríamos agruparlos en dos tipos. El más conocido por todos: el disfrute del placer mediante los sentidos, por ejemplo, el sexo, las compras, una buena comida, etc.
El otro más profundo es la felicidad de la mente como ocurre con el amor, la compasión y la generosidad. Este tipo de felicidad se caracteriza por la sensación de plenitud que conlleva.
Comparando ambas maneras de felicidad, los estudios científicos concluyen que la alegría o felicidad que se siente a través de los sentidos es breve y la de la mente en cambio es mucho más duradera.
La felicidad de los sentidos provee una satisfacción breve, limitada y condicionada, ya que para sentirla dependemos de estímulos externos por ejemplo, un aumento de sueldo, un reconocimiento de otra persona, alguna compra, etc. Este tipo de felicidad nos hace muy vulnerables y dependientes de otros, ya que cuando no ocurren solemos sentir frustración, angustia y hasta depresión.
La felicidad o alegría de la mente en cambio es interna, es algo que se cultiva dentro nuestro y que, si está bien regada y firme más allá de lo que suceda afuera siempre nos dará una oportunidad para mirar la vida con una sonrisa. Si no hay alegría y felicidad en la mente, si sólo hay lugar para miedos y preocupaciones, el placer y las comodidades físicas no conseguirán acallar ese malestar mental.
El desafío es lograr un equilibrio entre ambas maneras de felicidad, teniendo en cuenta que sin felicidad mental difícilmente se pueda lograr la plenitud con cosas materiales.
Científicamente está comprobado que cuanto más experimentamos cualquier forma de placer externo -felicidad de los sentidos- más inmunes nos volvemos a sus efectos y menos los valoramos.
Teniendo en cuenta que el camino de la felicidad de los sentidos, en una sociedad como la nuestra es el más conocido, les propongo un recorrido por caminos que pueden llevarnos a la felicidad de la mente y así celebrar plenamente esta Navidad.
El punto de partida es el agradecimiento, valorar lo que tenemos nos lleva a vibrar desde la gratitud y eso nos permite mirar compasivamente. De esta manera estaremos listos para desarrollar un verdadero interés por el bienestar del otro y cultivar el valor de la compasión, nuestros relacionamientos, expresar el amor y la generosidad en cada acto de nuestro cotidiano.
Por ejemplo, en este preciso momento, piensen en alguien y, luego de leer la nota, hagan algo por su bien. Puede ser una llamada, quizás un buen pensamiento, quizás intentar comprender algo que nos molesta de esa persona, elevar una oración, hay infinitas maneras de ser compasivo.
También pueden hacerlo con alguien a quien no conocen, regalar una sonrisa, acompañar con una buena escucha, todo es cuestión de mirar desde los ojos del amor.
En esta Navidad, comencemos a vivir la alegría haciendo bien a alguien más. La felicidad es una forma de aproximarse al mundo. Hagamos de la vida una celebración. ¡Felicidades!