En la colonia Valle Hermoso, municipio de Nueve de Julio, se encuentra localizada la Capilla “San Juan Bautista”. Está asentada en un predio donado por la familia Imhof, la que, además, colaboró materialmente con su construcción, y sin la cual no hubiera sido posible la concreción de esta obra demandada por la comunidad, en su mayoría de profesión católica.
Valle Hermoso se armó como un poblado, un caserío, en torno a un camino en el que se insertaban los galpones de acopio de la yerba mate canchada y los hornos o secaderos (barbacuá) de un establecimiento yerbatero privado.
La capilla es parte de este conjunto poblacional y social, y se encuentra en un recodo del camino, en un amplio terreno que comprende también un galpón utilizado para catequesis. Antes de la construcción del templo la colectividad del lugar se reunía en espacios no propicios para la función y acogimiento religiosos.
Eran utilizados lugares destinados al trabajo cotidiano como el predio destinado al secado de la yerba mate. Así lo reseña con precisión una de las vecinas de la zona.
“Soy nacida en 1950, y criada acá.En los primeros tiempos no teníamos capilla, entonces las misas se hacían en la planchada del secadero. Cuando las religiosas nos enseñaban la catequesis, lo hacíamos en el galpón ahí donde está ahora el molino. Unos dos años hicimos ahí. Se inauguró cuando yo hice la primera comunión entre el año 1958 y 1959 más o menos”.
Eleuteria Insfrán agregó que “el que donó acá el terreno fue el patrón de la empresa. José y Juan Alfredo Imhof colaboraron mucho para hacer esa capilla, todo hicieron ellos”. Lo destacable es que en esta familia había miembros de otra profesión religiosa, en este caso luterana, no obstante mancomunadamente impulsaron la construcción de esta capilla católica.
De acuerdo al jefe comunal, si bien todos participaron de este proyecto, el principal impulsor fue José Imhof. “Cuentan que fue el que siempre estuvo metido en el tema de la capilla, e inclusive ayudó económicamente, fue el mentor y siempre, hasta su muerte, estuvo ayudando para mantenerla”.
Valle Hermoso posee dos barrios. “Por un lado está el establecimiento de Don Imhof que tiene secadero con molino y envasado de yerba y, por otro lado, el barrio Konopacki que tenía un secadero que cerró hace más de diez años, ubicado en el mismo kilómetro. Ambos, portan los nombres de los dueños de los dos secaderos”, según contaron los lugareños al equipo de investigación dirigido por la arquitecta Liliana Oleksow.
La mayor parte de los pobladores de Valle Hermoso eran trabajadores del establecimiento Imhof, colonos que residen en zonas aledañas, y empleados de empresas de distintos rubros que se desplazan desde allí a sus lugares de trabajo, principalmente a Eldorado, que se encuentra a unos diez kilómetros.
Gran acontecimiento
Entre los vecinos que recuerdan como trabajadores activos en la materialización de la obra fueron: Don Velázquez, Don Villalba, y unos cuantos más que ya no están. También el abuelo del intendente Claudio Kobler, que era carpintero, participó junto a sus vecinos de la concreción de esta aspiración colectiva.
“Mi abuelo, que era alemán, se radicó acá en el kilómetro 24, y era de profesión carpintero. La capilla San Juan Bautista tiene puertas y ventanas, marcos, de fabricación de mi abuelo con la madera dura que sacaban del monte”.
Varios lugareños coincidieron en señalar que el nombre del templo responde al padre del actual propietario Juan Alfredo Imhof, que porta el mismo nombre que su padre. “El nombre es porque el papá del actual patrón, que donó el terreno, se llamaba Juan. Como era Juan el nombre del patrón, dijeron vamos a ponerle San Juan Bautista”.
Actualmente se sigue recordando el día de la inauguración del templo dado que fue un acontecimiento sumamente esperado por los lugareños. Se convirtió no sólo en un acontecimiento religioso, sino también social que permitió a la comunidad compartir la mesa de alimentos y diversiones varias.
“El día de la inauguración fue con fiesta, asado, juegos, un día 30 de mayo del 58 o 59 por ahí nomás”. Posteriormente se instaló la campana faltante que fue donada por uno de los empresarios del lugar y presidente de la comisión parroquial.
“La campana fue comprada por Franz Uberal, un empresario, un alemán de Colonia Victoria que tenía un aserradero. Se mandó a traer desde Buenos Aires en la época que él era presidente de la comisión”.
Como todo espacio religioso, en la capilla “San Juan Bautista” se realizaban bautismos, catequesis, primeras comuniones, casamientos e inclusive las denominadas “misas blancas” dedicadas a las jóvenes que cumplían 15 años. La más recordada de las celebraciones es la fiesta dedicada al Patrono de la iglesia, San Juan Bautista, tal como lo graficó Kobler.
“Las fiestas que se hacían eran de San Juan, era fantástico, los mejores recuerdos son de esa época. Quienes pasamos por esas fiestas tenemos los mejores recuerdos del toro candil, la pelota tatá, entonces era una fiesta que se estaba esperando, fue una fiesta muy linda, venía siempre mucha gente de Eldorado, de zonas aledañas a Nueve de Julio.
Bueno el cruce de brasas era espectacular viste. Si bien en todas las capillas se hace la fiesta de San Juan, la de esta capilla acá era ¡La fiesta!”.
Fuentes de trabajo
El secadero, por aquel entonces llamado “Imhof”, se fundó en 1935 mediante la obra de los hermanos Alfredo y José Imhof gracias a la cosecha de la primera plantación de yerba mate, y se dedicaron en los primeros años sólo a la plantación, cosecha y secado de esa materia prima.
Este cultivo es el cimiento sobre el que habría de construirse lo que hoy conforma un nuevo establecimiento. Anteriormente a su instalación estos lugares acá eran todos yerbales y tungales.
En el municipio de Nueve de Julio se instalaron los inmigrantes que eran de origen alemán. Tal como señaló Kobler al equipo de trabajo que realizó el relevamiento de la obra arquitectónica, “en este municipio se instalaron los primeros pioneros entre 1920 y 1921 más o menos. La primera Comisión de Fomento data del 29 de noviembre de 1934”.
Como era habitual, arribaron en búsqueda de fuentes de trabajo los inmigrantes de origen paraguayo. Como era costumbre de la época, los propietarios construyeron un conjunto de viviendas para alojarlos en el lugar de trabajo.
“Los primeros que se instalaron en el barrio para trabajar en el secadero eran paraguayos. Mi mamá y mi papá lo son, y cuando ellos vinieron en el 47, el establecimiento ya estaba. Cuando vinieron los primeros, acá era todo monte. Estaba el secadero y se fueron haciendo casitas, todas alrededor del secadero. La gran mayoría de los trabajadores eran tareferos”, manifestó una lugareña.