Aceptar los errores y tener la humildad de aprender de todos. Es la premisa de esta profesional posadeña que se fue abriendo espacio tímidamente, cuando el universo laboral de la ingeniería pertenecía casi exclusivamente a los hombres. “La ingeniería me eligió a mí, porque yo quería ser Maestro Mayor de Obra (MMO).
Esa era toda mi aspiración”, señaló Zunilda Sosa, quien en 1984 se recibió de ingeniera en construcciones (MP N° 1856) en la UNNE y, hace dos años, completó la carrera de ingeniería civil (MP N° 3409), a la que consideraba una materia pendiente.
De chica observaba como su hermano Carlos Alberto, alumno de la Escuela Técnica Nº 1 “Otto Krause” (ex Escuela Industrial de la Nación) efectuaba láminas, amanecía dibujando y haciendo cálculos, cuando por cuestiones laborales de su padre la familia se radicó durante un tiempo en Buenos Aires.
“Yo lo admiraba, me gustaba mucho, pero no tenía idea de la diferencia entre las carreras. Cuando terminé el secundario, fui a inscribirme a arquitectura pero como en ese momento -pleno gobierno de facto- la facultad estaba tomada, me anoté en ingeniería. Después me fue gustando la carrera, y el ejercicio de la profesión. Cuando me recibí me pregunté ¿y ahora qué hago? porque no sabía si iba a tener trabajo como mujer”, admitió.
Entendió que la docencia era un espacio amigable para las mujeres, y ese fue el primer trabajo que la albergó. En la escuela Industrial empezó a dar las primeras materias, y esa fue una gran familia con la que mantuvo vínculos hasta el momento de su jubilación, el año pasado. En ese espacio, organizó con sus colegas la tecnicatura superior en construcciones civiles, de la que fue coordinadora.
En su primer trabajo de campo acompañó al ingeniero Carlos Alberto Freaza. La había convocado para hacer el cálculo de un tanque pero “no imaginé que iba a darme la posibilidad de continuar. Es que en ese momento no teníamos esa seguridad, ese empoderamiento. Me dio unas tablas rusas, me puse a hacer, a calcular, y después seguí trabajando a lo largo de mi profesión con este colega, de quien aprendí muchísimo y a quien agradezco infinitamente”.
Mientras se introducía en el mundo laboral, se casó con el estudiante de trabajo social, Juan Domingo Rodríguez, su compañero de toda la vida. Al quedar embarazada pensó que ya no podría ejercer. Sin embargo, las ofertas laborales se multiplicaron.
Y como dicen que un niño viene siempre con un pan debajo del brazo, la convocaron para armar la estructura del templo de la iglesia San Cayetano.
“Fue un trabajo especial porque hubo que hacer un recalculo de la documentación. Embarazada, seguí trabajando. Lo que pensaba que era un muro, una cosa que no podía atravesar, se fue dando naturalmente. De ahí pasé a trabajar con un tanque de 300 metros cúbicos que se hizo en el barrio lindante, que era el Yacyretá. Estuve hasta el día que fui a revisar la estructura del vaso, que es la parte más alta del tanque, y a la madrugada rompí bolsa y nació mi hijo Facundo Manuel. Siempre le digo a mi hijo, tengo dos, uno de hormigón y el otro sos vos”, manifestó entre risas.
Después vinieron Nicolás Sebastián y Alejandro Federico, y Sosa continuaba en lo suyo: haciendo cálculo de estructuras, seguimiento de obras, alternando con la docencia.
Era una época en la que no había muchas obras por lo que formó parte de un programa de Desarrollo Social que hacía infraestructuras en lugares con alto índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). La condición para que la contraten era que me animara a trabajar en zonas inhóspitas.
“Me presenté, me tomaron y recorrí las zonas más humildes de la provincia donde hicimos puentes, abrimos caminos en las colonias de la Zona Sur de la ruta 14, que era la más postergada, y abarcaba desde San Javier a Bernardo de Irigoyen. Fue la etapa más difícil porque había que viajar todas las semanas, quedarnos unos días porque teníamos muchísimos proyectos, cuando mis hijos aún eran chicos”, recordó.
De esa manera “salí de la burbuja porque empecé a ver la realidad de la gente del interior, trabajar con grupos muy humildes, de los cuales algunos ni siquiera hablaban castellano, ni siquiera sabían leer y escribir, pero el hecho de llegar y modificar la realidad sea por un sistema de agua, por un camino, por una escuela, un salón, fue importante”, aseguró.
Ese programa contaba siempre un ingeniero o un técnico y un antropólogo o un trabajador social y “esa ósmosis que se produjo entre los profesionales, casi me convirtió en una ingeniera social al trabajar con los grupos, organizarlos. Fue un trabajo muy interesante, una apertura de mente a otra realidad. Y la gente agradecida”.
Para Sosa fue, realmente, “ver la ingeniería desde otro lado, y ver que la ingeniería no es solamente algo elemental, la estructura, la obra, sino que se puede desarrollar en otro ámbito. Y que sirve para muchísimas cosas. Lo difícil de eso era que tenía que dejar a mis hijos. No lo podía haber hecho sin mi familia, que contuvo a mis hijos.
Mi esposo también viajaba pero nos organizábamos. Nada de eso podía haberlo hecho sola”, acotó, visiblemente emocionada. Como toda madre, le preocupaban sus hijos.
“Siempre pensé que me iba a costar, que no estaba o que estaba poco con ellos, pero supe que no es necesario todo el tiempo físico, sino cuando hace falta. Ellos entendieron y siempre recuerdan que venía de donde venía, por la noche les leía el cuento. Iba de cama en cama a contarle alguna aventura para que se durmieran. Pero hubo momentos que me tuvieron que despertar para que terminara de contarles. Ahora son mi fortaleza y mi orgullo porque crecieron libres”, expresó.
Después de recorrer Misiones, tierra adentro, Sosa coordinó otro programa, también de infraestructura, pero en comunidades indígenas. “Había recorrido todas las colonias, y ahora me tocaba ir a las aldeas en las que falta todo. Seguí en otra etapa de mi vida, haciendo caminos, sistemas de agua, y otros proyectos financiados por el Banco Mundial (BM) con comunidades indígenas.
“Tenía un equipo Mbya con el que trabajaba a la par y hacía de nexo para poder ingresar, hablar con los integrantes. Si con los colonos fue difícil, con las comunidades muchísimo más porque había que entender la cosmogonía”, dijo, y consideró que esa apertura a la ingeniería social “fue importante”.
Más adelante, se embarcó en el plan de terminación de obras de Yacyretá. Le tocó la zona comprendida entre la estación de trenes hasta el Zaimán, supervisando el refulado, relleno, desmalezamiento, levantamiento de vías, construcción del acceso Sur, y la defensa costera. “Fue la obra más grande y duró unos nueve años, hasta que se convirtió en esto”, sostuvo, al señalar la magnificencia del principal paseo posadeño.
También le tocó en suerte hacer el seguimiento del viaducto Cabred, hasta su finalización en 2015. “Estaba en una consultora que hacía el seguimiento de toda la obra. Eran edificaciones inmensas, y fue una hermosa experiencia”, alegó.
Al llegar a su fin, se disponía a descansar un poco cuando la llamó el ingeniero Carlos Krause, jefe de obra del Complejo IPLyC Costanera para que cumpliera tareas de supervisión de terminaciones en la Torre IPLyC Centro. Fue por un lapso de tres meses pero pasaron tres años y “sigo en ésta, que ya contaba con las estructuras. Creo que es la más grande del Nordeste y es un orgullo pertenecer y trabajar con un equipo hermoso”.
La tecnología, una aliada
Cuando Sosa comenzó a calcular lo hacía con una pequeña calculadora Casio y confeccionaba a mano la resolución de las estructuras, el cálculo, lo que le llevaba horas. “Podían pasar semanas para calcular una pequeña estructura.El avance de la tecnología y tener que estudiar todo el tiempo para aprender sobre ella nos mantiene vivos porque tenemos que aprender a adaptarnos”.
“Lo fuimos incorporando. Tenemos un sofware, un programa de cálculos que si uno no sabe de estructuras, por más que apriete los botones no te sale, pero te posibilita hacer dos o tres veces en una tarde esa estructura. Lo que antes te costaba una semana, ahora en una tarde vas resolviendo y podes ver varias posibilidades para optimizar esa estructura. Fue un paso impresionante a lo largo de toda la carrera. Sigo aprendiendo, porque siempre hay programas nuevos y cosas que van incorporando”, relató.
La profesional aseguró que todas las obras que llevó adelante “me quitaron el sueño. Cada obra es como un hijo, al que vas acompañando. A las 5 me agarra la depresión matinal y empiezo a pensar que es lo que me falta. Es una responsabilidad muy grande. Y si una mujer se equivoca es mucho más grave. Los hombres se equivocan siempre, pero nosotras, como somos pocas, todavía tenemos que dar examen”.
“No tuve error de cálculos al menos que yo sepa o, al menos, no se tradujo en una estructura. Somos responsables civiles por diez años de lo que nosotros calculamos”, subrayó.
Algo que desde el CPAIM siempre insisten “es que la firma no se presta, no se regala, no se vende, porque una es responsable civil y penalmente de lo que firma. Entonces, el ejercicio de la profesión es sagrado. Hay profesionales que no se matriculan porque tienen que pagar, y ejercer la profesión sin matricularse, es un delito”.
“Desde la institución vamos haciendo ese trabajo de hormiga. Hay docentes, que son ingenieros, ejercen la profesión o están en el Estado, tampoco se matriculan. Hay mucho ejercicio ilegal de la profesión. No se concibe un médico que no tenga matrícula, entonces tampoco debería cobrar un ingeniero por ejercer la ingeniería sin matricula”, aseveró la mujer, para quien “aún hay mucho por hacer”.
Lleva 35 años de profesión y piensa seguir trabajando. “La docencia es parte de mi vida y las mejores situaciones de afecto se produjeron dentro de esa faceta, me sigo comunicando con alumnos, egresados, profesionales, y si bien no es la que elegí, es la que me ayudó a vivir, la que me dio las satisfacciones más grandes porque sigo recibiendo el cariño de mis alumnos”.
“Siempre decía que cuando me jubilara quería dedicarme exclusivamente a lo que es el cálculo de estructura. Lo sigo haciendo pero también estudiando porque en el día a día se aprende algo nuevo”, reflexionó.
Al mirar hacia atrás, concluye que “nunca pensé que iba a hacer tantas cosas. Mi mayor aspiración era ser una MMO. Incluso pensé que tendría a mis hijos y me dedicaría a cuidarlos. El poder de la mente en ese momento no tenía un panorama de seguir, y menos en obras tan grandes como las que me tocó participar. Por eso recalco que ´es más lo que confiaron en mi, mis propios colegas, que yo misma´. Por eso les agradezco muchísimo”.
Alegó que las mujeres tienen, en este momento, otro panorama: ya vieron otras cosas, otros ejemplos. “Creo que nosotras ya hicimos un caminito para que ellas puedan seguir. Y que se les facilite un poco, más que nada para el desarrollo de la profesión de las carreras técnicas”.
A pesar de eso, “hay mucho por hacer, hay pocas ingenieras empresarias, hay pocas técnicas en lugares de poder, de mando, esas decisiones siguen eligiendo a hombres”.
En Resistencia Sosa vivió en casa de una viuda que alquilaba habitaciones. La primera compañera de pieza fue su amiga de toda la vida, la licenciada en letras, Raquel Saunik.
“Ella me enseñó a tomar mate porque acá no lo hacía. La escuchaba leer sus libros pero todavía me queda leer la Illíada y la Odisea. Ella no entendía nada de lo mio. Nos seguimos viendo y mis hijos le dicen primos a los suyos”. Continúo cultivando la amistad con mis colegas de Chaco.
La primera vez, viajó sola en el Expreso Ciudad de Posadas. Pero la mayoría de las veces se juntaban entre tres o cuatro y hacían “dedo” para volver a casa los fines de semana. “Tomé la decisión de ir a estudiar en un momento muy difícil, en el 76, en plena dictadura militar, que abarcó toda la carrera, y mi familia me apoyó”.