El amor es una construcción que consiste en dar y cuidar al otro, por el puro placer de hacerlo. La pareja es un proyecto que se arma de a dos, es decir, una “alianza hacia una meta en común”. Pero para que todo esto tenga lugar, debe haber compromiso de ambas partes. Muchas mujeres se preguntan actualmente por qué hay tantos hombres que no desean comprometerse.
Las respuestas son muchas, pero te invito a analizar las tres más frecuentes:
Un hombre no quiere comprometerse por exceso de individualismo. Él se excusa: “Mirá, yo ya tengo mi vida organizada. El lunes voy al gimnasio; el martes hago un curso; el miércoles tengo clase de inglés; el jueves…”. Aquí hay un exceso de individualismo que hace que a la persona le cueste armar pareja.
“Mañana a las dos de la tarde tengo un huequito… ¿No podés? Ok, lo siento”. Esta es la actitud de quien no está dispuesto a sacrificar cosas por alguien más y no es capaz de compartir.
Un hombre no quiere comprometerse porque se siente asfixiado. Algunas mujeres, sin darse cuenta, asfixian a quien tienen al lado (esto aplica no sólo a una pareja). “Dale, vení, decime, contame, acompañame, ¿por qué no me llamaste ayer?, ¿a dónde fuiste hoy?, ¿con quién estuviste?”.
Esta actitud conduce al “síndrome del correcaminos y el coyote”, donde uno persigue y el otro huye. La verdad es que a nadie le gusta ser hiper controlado todo el tiempo, al punto de sentirse asfixiado. Por esta razón, muchos le escapan al compromiso en busca de aire fresco.
Un hombre no quiere comprometerse por exceso de infantilismo. Un niño y un adolescente no se hacen cargo. El compromiso consiste precisamente en hacerse cargo. Un hombre con actitud infantil o adolescente dirá frases tales como: “La culpa es de… yo no hice nada… a mí nadie me dijo nada… no me siento capaz”.
Una persona adulta madura es responsable, se hace cargo, reconoce sus equivocaciones, y las enmienda si es necesario, y no tiene inconvenientes en comprometerse. Hoy en día vemos tanto a varones como mujeres con un exceso de pensamientos adolescentes que prefieren no hacerse cargo de la construcción de una pareja y/o una familia.
Estas actitudes que acabamos de describir tienen su origen en la sociedad posmodernista en la que vivimos, que nos ha llevado al consumismo, al hedonismo, al placer superficial y al individualismo. Todos elementos que pueden hacerle mucho daño al ser humano. Recordemos que nosotros somos seres relacionales y nuestra máxima satisfacción es tener un vínculo de intimidad con el otro.
La felicidad no se halla en el dinero ni en la vocación. Esos son componentes externos que, en su justa medida, pueden enriquecer nuestra vida. Pero la verdadera plenitud consiste en relacionarnos sanamente, primero con nosotros mismos y luego con los demás.
No puede existir amor si no hay un “yo” y un “tú”. Hoy, tal vez más que nunca en medio de una crisis mundial que nos ha separado por un tiempo, podemos darnos cuenta de cuánto necesitamos del otro.