El viernes 20 de agosto de 1965 fue un día distinto para los obereños; la persistente llovizna que caía, propia de la época, se transformó en aguanieve primero y luego en una intensa nevada que cortó el marco natural de la ciudad. “No fue sólo aguanieve, no, fue nieve y mucha, tanto que salimos a hacer muñecos como veíamos en los libros”, evocó una vecina de nombre Nely a PRIMERA EDICIÓN.
Los recuerdos luego de 55 años se van diluyendo para algunos, pero otros memoriosos recuerdan en detalle lo que ofreció esa jornada, que tuvo un par de días después otra instancia similar y los rastros del fenómeno quedaron en algunos sectores de la ciudad por varias lunas. “Recuerdo muy bien, estaba en casa con mi mamá. Hacía frío y era un día lluvioso. Justo había una campaña en el Centro Cívico, una movilización para juntar ayuda para los inundados de Panambí. Empezó a caer esa agua que después se transformó en copos, salí de casa y me fui a la plaza San Martín, la gente se juntaba y los chicos jugaban a tirarse con copos, hacían muñecos, así que cuando volví a casa ligué un reto de mi mamá, porque había desaparecido”, relató José, quien tenía 15 años en aquel momento.
La imagen que queda en los testigos del extraordinario hecho es la sorpresa por el fenómeno inesperado en esta parte del continente: “Nunca esperamos tener un día de nieve. Fue una nevada en serio, no era esa aguanieve que se derretía con el contacto con la tierra: se acumulaba sobre vehículos, calles, plazas… La ciudad quedó cubierta y blanca”, describió José.
A pesar de que cada año los lugareños aguardaban que se repita el fenómeno, nunca más pasó y hasta en los recuerdos se fue derritiendo. “Ya no me acuerdo a qué hora empezó, creo que fue al mediodía. Sí me acuerdo que teníamos un paraguas, que era una novedad para nosotros, así que salimos a jugar con mi hermana, después hicimos un muñeco y al otro día, cuando ya no estaba porque se había derretido, mi hermanita lloró mucho, no entendía qué había pasado”, recordó entre risas Sofía.