Producto de la falta de liquidez y recursos, las economías familiares ven diezmadas sus posibilidades frente a las góndolas, con lo que la calidad de la alimentación se resiente enormemente por estos días.
Prueba de ello es la debacle que viene sufriendo la industria láctea argentina, que en 2020 alcanzará el nivel más bajo de actividad de los últimos diez años.
Lo aseveran una caída del 33% en la producción de leche fluida y del 27% en el caso del yogur, según datos del sector.
Un estudio realizado por la consultora Claves, basado en datos oficiales y fuentes privadas, revela una tendencia declinante registrada en el mercado lácteo argentino desde el 2010 -salvo un leve repunte registrado entre 2011 y 2012- con un 4,5% en el último año.
En línea con estos datos de achicamiento del sector lácteo, desde la industria se señala que desde el 2010 a la fecha el yogur perdió presencia en el 24% de los hogares del país, lo que significa que más de 3,2 millones de familias argentinas dejaron de consumir ese alimento.
La disminución en el consumo de productos lácteos encuentra un paralelismo, según detalla Claves, al considerar la tendencia declinante del PBI per cápita, que se redujo 17% durante la última década, período en el que por el contrario hubo un crecimiento poblacional del país de más de 5 millones de habitantes.
Según los resultados de la última Encuesta Nacional de Hogares realizada por el INDEC, solamente un 72,8% incluye en sus hábitos de consumo al yogur, y de ese porcentaje, apenas el 38,8% declara una frecuencia de compra de, al menos, una vez por semana.
La disminución en el nivel de ingresos de los hogares, sumados a las restricciones tanto en la oferta como en la demanda, derivan en la contracción que viene sufriendo el consumo de bienes y servicios en general.
Ya no sólo se trata de crisis de mercados y falta de confianza en el modelo… la crisis también es nutricional.