El turf, deporte conocido como “de los reyes” tiene en la Argentina miles de apasionados adictos que son a la vez aficionados a las carreras de caballos y a la posibilidad de apostar a esos competidores y ganar (o perder), una no siempre pequeña suma de dinero. Los equinos son los animadores principales de los espectáculos turfísticos, aunque no les van en zaga ni en fama ni en protagonismo sus montas, es decir, los jockeys, quienes justo es mencionarlo, son los que cobran por participar y demostrar su maestría con las riendas y la fusta.
En la Argentina hubo y hay nombres de jockeys destacados por su calidad como conductores de caballos y por su habilidad para ganar carreras y en Posadas hay un hipódromo, ese circo donde se realizan las carreras, en el cual surgieron algunos conocidos nombres al cartel nacional. Tal el caso de Francisco “Kirolo” Ramírez que con su esposa, Ramona Sandes, la casi docena y media de hermanos, sus 4 hijos (Mirta Gladis, Lidia Esther, Diego Javier y Francisco Eusebio), constituyen parte del grupo de pioneros de la posadeña Colonia Aeroparque, sector de la capital de Misiones conocida actualmente (y denominada así oficialmente) como Nemesio Parma. Con su familia, Kirolo había vivido antes en Ombú Chico a orillas del arroyo Itaembé, cuyo cauce cruzaban en carro tirado por caballos, para ir a vender al pueblo (como conocían ellos a Posadas), leche, verduras, queso, miel y otros productos de la chacra.
Don Kirolo nació en San Carlos, Corrientes, el 4 de junio de 1928, en el seno de la familia en la que se contaban también sus quince hermanos. Pero en realidad la historia de Kirolo tiene otro escenario, ya que a los 13 años se inició en lo que lo haría famoso: el turf. Y es que Ramírez, que entre otras cosas se procuraba el sustento familiar como “buscador de oro y metales”*, frecuentaba la cancha de cuadreras que tenía su hermano Jorge “Lilo” Ramírez en Nemesio Parma.
Las cuadreras en Parma no se suspendían por mal tiempo. No, porque los domingos aún con lluvia el pueblo de la localidad se reunía al borde de la marcada cancha para ver a los dos pingos tratar de ser los primeros en cruzar la línea de llegada. Kirolo no se conformó con ser público y ver y en ese tiempo, sí ser del campo, púes a la edad de trece años un niño podía ser sólo un escolar o un chico mandadero, pero él se había fijado una meta y la cumplió. Los familiares que lo recuerdan en los días cercanos a su cumpleaños , cuentan que a esa edad, el gurí ya había montado y taloneado los ijares de un potro reservado. Los equinos, tanto los criollos en Posadas como los pura sangre de carrera que montaría en Palermo, lo mostraron como un experto Jockey luciendo colores de la gorra y la chaquetilla de varios conocidos studs.
Es preciso, sin temor a ser reiterativo, que a los 13 años se inició en las cuadreras y logró su meta a los 15 debutando en el Hipódromo de Palermo y luego en los de La Plata, San Isidro y en los de Córdoba, Rosario, Mar del Plata, Corrientes capital y el de Las Flores, Santa Fe. Más adelante llegó a ser poseedor de caballos de los cuales era su entrenador, vareador y jockey y como cuidador de profesión atendía también caballos de terceros. Se debe tener en cuenta que el Hipódromo Argentino de Palermo y en otros circos turfisticos de Argentina, el ahora recordado don Ramírez, Kirolo, el chico de Nemesio Parma, se mezcló en la pista con Irineo Leguisamo o el mendocino Valdivieso, entre otras fustas de reconocidos méritos incluso internacionales.
Rescatando los logros y la trayectoria de Ramírez unida a una vocación y al tiempo como hombre de campo y trabajo, sus familiares reseñaron esta historia que debe llevar sus nombres José Miguel Encina, Diego Javier Ramírez, Mirta Gladis Ramírez y Rosa Elisabeth Encina (nietos e hijos) , lo recuerdan como administrador de la Estancia El Tape Cué, en Nemesio Parma, montado en un pingo metálico y naftero tal lo era un legendario Jeep – yip para la gente del Oeste posadeño –y luego un Ford Falcon verde, vehículos con los cuales los Ramírez, pioneros del oeste posadeño, habían cambiado el carro con caballos para cruzar el Itaembé para “ir al pueblo”.
Antes, el émulo de Legui solía montar un caballo, su preferido, de pelaje rojizo, clinas y hocico negros, como el Alazán de la canción. Era tal la consustanciación de animal y humano, que Ramírez semejaba un centauro de las leyendas; el alazán cuando salían lo esperaba hasta que se desocupe y si el hombre se había pasado al beber, y dormirse montado, el potro lo depositaba frente a la puerta de la casa familiar. Nunca en otro lado. Otorga vigencia ese episodio a aquello de que “quien entiende a los caballos es entendido por ellos”. El 4 de junio, cumpleaños de Kirolo, por razones de cuarentena y pandemia, no hubo ceremonias ni misas pero los familiares y amigos de este hombre nacido en Corrientes tuvieron para su alma una oración, un recuerdo y quizá una furtiva lágrima de quienes aún lo extrañan.