El humor afloró en Jorge Raúl “Gurí” Molina (57) cuando se desempeñaba como enfermero durante la Guerra de las Malvinas y tenía que levantar el ánimo a alguno de los soldados heridos durante el traslado a algún centro asistencial. Después de eso, mucha agua corrió debajo del puente, y con el paso de los años “el hacer reír” se fue convirtiendo en la forma de vida de este correntino, nacido en Curuzú Cuatiá.
De adolescente su sueño era triunfar como futbolista, pero como hijo único de un suboficial mayor del Ejército y de la carnicera del pueblo, su opinión no importó demasiado. Así que debió seguir las normas que regían en la casa de Yaguá Rincón, un barrio populoso, humilde, “pero muy querido entre los curuzucuateños”.
Su padre, Gregorio, era militar y se casó “de grande”, con María Verón. La pareja se llevaba veinte años. “Cuando nací, papá tenía 51. Se habían conocido en el hospital militar de Curuzú porque él era uno de los que inauguró ese nosocomio en la década del 40”, contó.
Después, se retiró del Ejército y junto a la casa materna, ubicada en la entrada al barrio, instaló la carnicería “Raulito”, que llegó a tener tres sucursales.
“Gurí” llegó tras una larga búsqueda. “Mamá no podía quedar embarazada y tuvo que quedarse ocho meses acostada boca arriba, previo paso por un centro de Rosario, con inyecciones de por medio y la pérdida de tres mitaí. Hasta que llegué al mundo el domingo 15 de julio de 1962, a las 13.05, en la habitación Nº 14, del Hospital Militar. Creo que valió la pena”, precisó, estallando en una primera carcajada.
“Los nervios de los cinco minutos previos a subir, existen siempre. Luis Landricina me dejó en claro que el día que no sienta esas cosas, tenía que dejar de hacer lo que hacía porque quiere decir que perdiste el respeto a la gente. Para mí el chaqueño es el referente Nº 1. Y el Nº 2 se murió la semana pasada (por Marcos Mundstock, de Les Luthiers). Me gustaba Daniel Rabinovich, el uruguayo Juan Verdaguer, y mucho, El Gran Sandy (Alejandro Hangano Cassab), un humorista boliviano que vivió en Argentina”.
Ahí se crió hasta la adolescencia. Cuando estaba en cuarto año de la escuela de comercio, se armó el revuelo porque el jugador Ricardo Elbio “El chivo” Pavoni, un número 3 uruguayo que jugaba en Independiente, vino a buscarlo para llevarlo a las inferiores del club de los “Diablos rojos”.
Por ese entonces, se destacaba en un club de barrio y en el Atlético “General Belgrano”, donde a los 14 había debutado en primera. Pero como era hijo único, “mamá no me dejó ir y como niño mimado, me encerré a llorar en la habitación por tres días, y a romper todo. Después de una buena laseada, papá me dijo: ‘o trabajas o estudiás’”, confió. Podía haber comenzado en la carnicería, porque para ese entonces ya había aprendido a carnear, pero su opción fue totalmente distinta. En octubre de 1980 había una campaña que convocaba a los jóvenes al Colegio Militar de la Nación.
“Y yo pensaba que ingresando, podía permanecer de lunes a viernes en el Colegio Militar, y después salir a jugar al fútbol. Y me mandé pero no resultó como esperaba”.
Permaneció allí durante 1980, 1981 y debía egresar recién en noviembre de 1982. “El 17 de abril entró un coronel de la Escuela Militar y dice: a partir de ahora, los que están acá, son suboficiales del Ejército Argentino. Como me había recibido de enfermero general, me pusieron en un avión y me mandaron al Hospital Militar de Evacuación 181-Hospital Militar Bahía Blanca del Ejército Argentino. Enseguida me destinaron a Río Gallegos. Subí a un Hércules junto a un médico y a un enfermero para traer a todos los heridos desde Malvinas o desde el punto que estuviese el herido, a El Palomar”, expresó.
Después de Malvinas, siguió la carrera militar de manera normal. En Bahía Blanca, se juntaban a guitarrear en el Club de Golf Palihue, por lo general los miércoles. “Tocaba la guitarra y cantaba junto a Carlos Sánchez, Rodolfo Ledo, “Manu” Ginóbili (jugaba al básquet en Bahiense del Norte), entre otros. Con el paso del tiempo, empecé a moverme dentro del ambiente folclórico de Bahía Blanca, hasta que en 1999 voy a una fiesta en Baradero, donde conozco a Fabián Scoltore y Claudio Salomone”, que trabajaban con Marcelo Tinelli, y en 2000 lo convocaron para el Campeonato Nacional del Chiste.
“Con el tiempo me di cuenta. me gustaba mucho el fútbol pero ya en la escuela siempre tenía que estar sobre el escenario, recitando o haciendo de negrito mazamorrero. como único e hijo de unos padres medio antiguos, era como un perrito atado, cada vez que me soltaban hacía desastre”.
Así empezó su historia con el humor, donde llegó hasta la final con “Cacho Garay”. Fue en ese momento que se retiró de la fuerza “y empiezo a dedicarme a esto. Inicié los shows en Bahía Blanca e hice todo el Sur, después toda la provincia de Buenos Aires. Conocí a Carlos Hoffman (hermano de Sergio Denis) que empezó a vender mis presentaciones” y a llevarlas a distintos lugares de la gran urbe. En 2007 lo convocó Gerardo Sofovich e integró el elenco de la obra de teatro “El champan las pone mimosas”, como reemplazo de Gabriel Almirón (Pacotillo). Después, estuvo en “Terapia intensísima del humor”, con Waldo Navia, Violeta Lo Re, “Toti” Ciliberto. Luego se sucedieron una infinidad de festivales como Jesús María, Cosquín. “Soy el humorista que estuvo en más festivales de pesca del país (mojarrita, langostino, trucha, corvina). Me falta participar solamente de la pesca nacional de la brótola, que se hace en Ingeniero White”, comentó.
Compromiso con su trabajo
Entendió que la única forma de hacerse conocer era recorriendo el país y que en ese lapso, el humor cambió mucho. “De lo que nos reíamos antes, hoy ya no se ríen. Por ejemplo, los chistes sobre mujeres o los defectos físicos, de a poquito, los fuimos erradicando. Es difícil discernir lo que puede llegar a molestar o no. De todos modos, nunca hice cuentos pesados, y si alguna vez hice alguno que pudo herir, pido disculpas. Ahora me tiro más por las historias: de mi suegra, de mis padres, de mi barrio, de la pobreza, cosas que tengan que ver con el humor cotidiano. Lo mío es un humor muy tranqui, piola. Trato de no decir malas palabras, no me gusta el humor chabacano. Si es inteligente y pícaro habla por sí solo”.
Para Molina, el humor “es cosa seria y cosa de inteligentes. Con quien primero se tiene que aprender a hacer humor es con uno mismo. Me levanto y me río de alguna pavada que yo mismo me provoco. Para poder hacer reír a la gente, tengo que saber reírme de mi mismo. Siempre busco que se rían de mí o de lo que cuento, pero no de la gente”.
En noviembre pasado cumplió 25 años como humorista sobre los escenarios, pero debe tener más de 30 porque empezó en los asados, como comienza cualquier humorista, en la escuela, entre los amigos, entre parientes. “Cuando uno toma la cosa de manera profesional es difícil porque tenés la necesidad y la responsabilidad de no errarle a nada. Porque está en juego tu carrera, la gente que confió en vos, que creyó en tu trabajo”, dijo, para quien “fue un orgullo, un enorme placer”, asistir a la 50 edición del Festival Nacional de la Música del Litoral.
Sentimiento profundo
Aseguró que de Malvinas “me quedaron muchas cosas, la solidaridad, eso de dar la mano al otro. Fue ahí donde empecé a hacer humor porque venían los chicos heridos, shockeados, entonces les hacía bromas, vestido de verde y con la cruz roja. Mientras iba a poner una inyección, un calmante, les contaba un chiste, y si eran de nuestra zona, de Misiones o Corrientes, con más razón”.
Recordó a su amigo Dardo Peroni, oriundo de Monte Caseros, a quien tocó socorrer cuando era soldado y se eyectó de un avión. “Lo rescatamos en Monte Kent. Pasó cuatro meses internado boca abajo porque la esquirla le arrancó parte de la nalga. Pasaron los años y me tocó actuar en un festival de su pueblo. En medio de mi actuación, anuncian que alguien quería saludarme. Delante de todo el pueblo me entregó una medalla de honor que le habían dado. Y no pude seguir actuando”, evocó emocionado.
“Malvinas es una herida que no cicatriza, es un lugar al que quiero volver cuando pueda. Y eso que solamente me ocupé del traslado y el cuidado, no soy excombatiente”, admitió, quien es padre de cuatro hijos bahienses y de Mía, que nació en la tierra colorada, hasta donde regresa con frecuencia para dar shows y “para visitar a amigos entrañables como Nico, Rafa y Nito Encina; Vanessa Avellaneda, Rulo Espínola, Joselo Schuap o José María Arrúa”.