Por: Mónica Ortiz
Estaba harta de la monotonía gris e insípida de su vida. Cansada de la falta de ritmo en un matrimonio que ya no tenía sentido. Fingía sonreír hacía demasiados años. Sus pedidos quedaron en el olvido, primero sin ser escuchados, luego ya ni tenía sentido decirlo.
En la búsqueda de emociones, sin importar ya las consecuencias, Andrea comenzó a aceptar solicitudes en Facebook que antes ni las miraba. Era una mujer atractiva, a pesar de su kilos de más y sus casi 45 años. Entre esas solicitudes nuevas alguien envía un mensaje, sabía que era una mala decisión contestar, pero aun así lo hizo. El hola bonita, le pareció tan “de plástico” pero buscaba con quien sentir que estaba viva, que no había muerto como su matrimonio hacía tantos años.
El hombre en cuestión, trabajaba en la oficina de recursos humanos de la empresa donde trabajaba su marido. El riesgo inducía más las ganas de jugar.
Los mensajes iban y venían. Era sólo un juego, eso los dos se habían dicho, nunca tendrían un encuentro personalmente, no querían conflictos con sus parejas.
Esta situación se extendió por meses. Para Andrea muchas veces era el refugio a esa enorme soledad que la consumía, para Gustavo, una aventura que le devolvía la vida.
Ninguno de los dos asumía que el otro era importante, solo se enfocaban a demostrar que era un juego que no tenía ganador.
Las conversaciones eran diarias, Gustavo siempre le daba los buenos días, la manera atenta y cariñosa con la que la trataba cada vez era más apreciada por Andrea, y a Gustavo le encantaba saber de ella… era una mujer hermosa, con un alma cautivante, llena de misterios por descubrir.
Habían pasado momentos hermosos en esa compañía virtual, también tristes, pero hasta ese momento habían cumplido su promesa de no encontrarse personalmente, pero de vez en cuando se cruzaban.
Andrea se refugiaba cada vez más en Gustavo y él sentía por fin que podía proteger a alguien. Ella era una mujer frágil, como una pequeña mariposa arrojada al viento. Diferente de su mujer, que ordenaba, ejecutaba y manejaba todo a su antojo.
Se necesitaban. Era una realidad que tarde temprano debieron asumir, esa virtualidad necesitaba ser traspasada porque no era suficiente.
Acordaron encontrarse un jueves, en un lugar discreto. Andrea sabía que eso decantaría en un montón de problemas si se llegara a saber, más que nada porque su marido trabajaba en la misma empresa.
Llegó el día, para Andrea era la primera vez de trampa y por lo que vio en Gustavo éste tenía demasiada maña con todo eso.
No importaba, ya había tomado la decisión y no se echaría para atrás. El encuentro fue increíble, Gustavo la abrazó por primera vez en casi un año de charlas, se tomó el tiempo para besar sus párpados, sus manos…le soltó el cabello y enredó sus dedos en él. Esa mujer olía a campo, a jazmines, a caparrones de enero… Estaba extasiado, era increíblemente bella, aún más en sus brazos.
La besó con dulzura, mientras Andrea temblaba, de miedo, de intriga…de pasión.
Por primera vez en muchos años se sintió complacida y amada. Gustavo fue detallista, cortes al extremo, dulce y sensible, todo lo que no tenía en su casa.
Volvió con el alma plena.
Las conversaciones por Messenger eran más que frecuentes, estaban empezando algo más peligroso que un juego. Se estaban enamorando y ninguno tenía la valentía de expresarlo.
Pero nada se puede ocultar, empezaron por decirse “te quiero” hasta que un “te amo” de la boca de Andrea los dejó perplejos, abrazados en esa habitación donde se encontraban los jueves. Los dos sabían, que era algo sin vuelta atrás, más aún cuando Gustavo la beso con pasión diciéndole –Te amo.
La suerte estaba echada. Nada podía cambiar o remediar lo dicho, menos lo que sentían.
Tenían un amor que los consumía, los arrebataba, los llevaba a la locura y a la realidad con la misma rapidez de un parpadear.
Los dos comprendían que la realidad los golpeaba cada vez que volvían a sus casas, a sus vidas “reales”. Pero era inevitable, se necesitaban con urgencia, confiaban en el otro, en ese amor clandestino que los hacía vivir otra vez y amenazaba con romperlos también.
Andrea estaba dispuesta a dejar todo por él. Ya no sentía nada por la persona que vivía con ella, no había ningún tipo de conexión posible, su alma, su vida, su amor estaba con Gustavo. Él lo sabía, pero la culpa, el miedo y los prejuicios impedían que él tome una decisión.
Fueron amantes por dos años, se veían los jueves, se abrazaban y besaban con la intensidad de dos personas que tienen la certeza que no volverán a verse, las despedidas dolían, la distancia mataba de a poco el alma de Andrea. Lo amaba, ya había dejado de ser un juego.
Se dormía en las noches pensando en él, en su cabello oscuro sobre la almohada, en su piel y en sus brazos rodeando a otra mujer que no era ella. Tenía celos, sentía la ira consumiendo su corazón… La vida le había dado la oportunidad de amar nuevamente, solo hacía falta tomar decisiones que él no se atrevía.
Nunca le pidió que dejara a su esposa, poco a poco la llama de Andrea se fue apagando, solo sonreía los jueves cuando veía a Gustavo y se sentía la única mujer en su vida.
Pero todo eso la estaba apagando, no estaba dispuesta a vivir eternamente en la mentira, no soportaba saber que no podía ser feliz con alguien por prejuicios, por cobardía.
Poco a poco se fue entregando, la depresión la fue consumiendo. Tenía el alma enferma de tristeza, el corazón roto y le faltaban abrazos.
Murió un domingo, en la soledad de su habitación, abrazada a su almohada. Tal vez con la esperanza de que el gran amor de su vida sienta a la distancia que se despedía.
En el certificado de defunción dice que su corazón se detuvo, como se detienen las máquinas cuando dejan de funcionar.
Este cuento integra el libro “En las redes”.
En realidad Andrea murió de tristeza, de soledad, de pasado, de amor. La asesinó cruelmente el prejuicio…la dejó morir la cobardía.
La autora
Mónica Analía Ortíz, nació en Colonia Liebig el 14 de octubre de 1979. Hija de Martín Ortíz y Juana Ríos. Cursó sus estudios primarios y secundarios en la Escuela Normal Mariano Moreno de Apóstoles. Cursó sus estudios terciarios en el ISFD de Gobernador Virasoro, Corrientes.
Se desempeña como docente en el Colegio Secundario Antonio Biale de Colonia Liebig y en la Escuela Normal Mariano Moreno de Apóstoles. En cuanto a su trabajo literario puede decirse que incursionó en la misma a partir de los 12 años
Es miembro del Grupo de Escritores de Apóstoles y la Región (GEA) desde el año 2014 y preside el mismo desde el año 2016. En su haber literario se encuentran las siguientes obras:
Palabras de una mujer (2015) Poemario
Desnuda (2016) Poemas y relatos.
Las aventuras de Samy y Anita (2017) Cuentos infantiles
Madrugadas y silencios (2018) Poemario
En las redes (2019) Cuentos cortos.
En el año 2018 fue galardonada como Premio Corrientes por su labor y trayectoria literaria por la Fundación Poepí Yapó. Participó en diversas antologías nacionales e internacionales, como así también de encuentros literarios en región.