Por Javier Pelozo
El aislamiento global ante la pandemia del coronavirus no se constituye como única reacción. Desde el estallido de la influenza AH1N1 al COVID-19. Discriminación, distancia, disputa de derechos y libertad, los métodos para combatir la guerra sin enemigo a la vista. La incógnita gira en torno a si el planeta cambia sus relaciones, si la humanidad se deshace del “lobo del hombre”.
En avión, en barco, por encomienda, por perfiles de redes sociales, adentro de una carta, con el ósculo de un murciélago a un pollo, el rastro de saliva en la única manija de puerta que aún se conserva en Osaka -donde hoy todo se abre y cierra con sensores y se toca casi nada- o como fuera que el destino lo haya decidido. La pandemia COVID-19 se renovó y del chancho en México estalló once años después transformada en aislamiento obligatorio, ansiedad, pensamientos cruzados, temor y algo pegajoso en las manos que le dicen alcohol en gel. Sugiero refregar jabón y cantar dos estrofas de “tangled up in blue” de Bob Dylan en un inglés imperdonable y el mundo se salva en pocas horas.
La primera dosis de vacuna (etapa exploratoria) para frenar la pandemia en Argentina, llegó el viernes pasadas las 21.30 desde la Residencia de Olivos. El presidente Alberto Fernández con DNU en mano ordenó el aislamiento cuasi total, dispuso los controles, recalcó que no cunda el pánico y dio retos de director de escuela, aún con suavidad pero con las amonestaciones en el bolsillo si no le hacemos caso.
Limpiar-se, mantener distancia y todas las precauciones posibles.
La medida primordial: alejar del riesgo a personas mayores de 60 años y a todos los integrantes de grupos o segmentos débiles.
El coronavirus detuvo el planeta, lo puso en cuarentena, en meditación profunda. Mientras las demás crisis continuaban con su daño, la gripe sin origen certificado y bajo sospecha de vientos asiáticos, venció la eventualidad y se erigió como el primer flagelo. Puso al mundo en guerra y en cientos de laboratorios a científicos a luchar contrarreloj, por lo pronto -y por lo menos- hasta que llegue un placebo.
En esta etapa de aguardar y prevenir, el carro como siempre debe ir detrás del caballo. La acordada responsabilidad indica que en la memoria se guardan temores: la peste negra que redujo la población europea a la mitad en el siglo XIV, o la gripe española en 1918 que se devoró los pulmones de más de cincuenta millones de personas. Ni el nefasto resultado de la Primera Guerra Mundial la superó.
Mientras barbijos y guantes de látex se reproducen y portan como uniforme de batalla, también se replican episodios de xenofobia y discriminación que deben ser podados de retoños, sin más tolerancia. Ciudadanos chinos o cualquier rostro con ojos rasgados puestos bajo sospecha por estas horas, resucitan el antisemitismo y racismo de las etapas mencionadas.
La libertad fue puesta a enjuagar también. Las restricciones de tránsito son consideradas obligatorias, hay que frenar la circulación del virus y se cerraron las fronteras de países, provincias, ciudades, barrios y vecindades.
Corridas a supermercados y farmacias para saciar la ansiedad se comunicaron y criticaron en Argentina. Es innegable, atemoriza la reacción. Pero la velocidad de la información también indica que en otros puntos del planeta, y también rodeados por círculos rojos de la pandemia, el vecino que todavía debe ir a trabajar retorna con barbijos y guantes y los reparte al “de al lado y al de enfrente”, sin pedirle un yen o yuan, sin alarmarse ante la contingencia, sin perder la calma pero con la atención responsable y suficiente.
La patología respiratoria se propaga con facilidad. No hay ojo que capte su velocidad y, por momentos, se parangona muy superior a los 50 megas de la conexión hogareña de internet promedio, al menos de los proveedores digitales argentinos.
Mientras un turista tose en el buquebus en Capital Federal y otro carraspea en la aduana del puente Tancredo Neves en Foz de Iguazú. En Wuhan, bautizada como cuna del COVID-19, once millones de chinos se restablecen a tranco lento pero certero y su aislamiento se convirtió en modelo para la mayoría mundial de infectólogos o epidemiólogos.
De este “modelo chino” se copiaron durante los últimos días los ensayos europeos tras sus rotundos fracasos, como Italia y España. Pero también fue un freno para la política Trump (de emperador con tintura), que minimizó el alcance de la enfermedad y hoy utiliza sus facultades de guerra para disponer recursos federales y ordenar producciones sin límite de respiradores, barbijos, guantes y “todo lo que se pueda”.
La cuarentena se enfrenta a la libertad y a los derechos, será debate incluso hasta en las derivaciones o etapas postcoronavirus. Es otro conflicto por resolver que, sobre una mesa rota o sucia, no se puede tratar.
Por lo pronto el planeta pide freno y calma. Si la salida será oportunidad para volverlo justo y equitativo, es apenas interrogante aún.
Como fríos datos para mascullar mientras el otoño se despierta en este hemisferio, la cantidad de víctimas fatales y totales provocadas por el nuevo virus señala poco más de 66.500 y 1.225.360 infectados. Estados Unidos lidera el ranking con 312.249 casos y 8.503 fallecimientos. Lo acompañan España con 130.759 infectados y 12.418 muertos, e Italia con 124.632 infectados y 15.362 muertos. Más atrás quedó China, donde todo esto comenzó, con 82.602 casos confirmados y 3.333 muertes. (*)
Los archivos de galenos aparecen hoy con telarañas y apenas atravesaron tres juegos olímpicos (Beiging, Londres y Río de Janeiro), Tokio aguarda hasta julio próximo, pero valen abrirse: la gripe porcina o el virus AH1N1 fue declarado como enemigo y epidemia el jueves 23 de abril de 2009 en el sureste mexicano y pocas horas después los múltiples contagios estallaron en Estados Unidos y Canadá.
Se desató la sorpresa y el miedo entre la población mundial cuando la Organización Mundial de la Salud esperaba la nueva oleada de gripe aviar. En siete habitantes de una población mexicana se manifestó la mutación y la velocidad de contagio alarmó a Estados Unidos y al resto mundial.
De la misma manera que Wuhan, el Valle de México se convirtió en el chivo expiatorio, en el objetivo de cuestionamientos y flanco de la discriminación. La gripe AH1N1 tuvo su pico hasta el 2012 y provocó más de 570 mil muertes en los veinte focos globales.
Del universo de la ficción, espacio perturbado por la realidad, en 1859 el escritor británico Charles Dickens en su novela “Historia de dos ciudades” lo puso en papel: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Lo poseíamos todo, pero no teníamos nada; caminábamos directamente hacia el cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo. En el trono de Inglaterra había un rey de mandíbula muy desarrollada y una reina de cara corriente; en el trono de Francia había un rey también de gran mandíbula y una reina de hermoso rostro. En los dos países, los ilustres del Estado, administradores de reservas de panes y peces, tenían muy en claro que las cosas no iban a cambiar jamás. Era el año de Nuestro Señor, 1775”.
Lo que sucedió catorce años después se conoció como “Revolución francesa”.
(*) Las cifras consignadas corresponden al 05/04/20