Desde hace tiempo, vivimos en un loop: familias mbya guaraní recorren, llevados por promesas de mejor calidad de vida, las calles posadeñas. Durante días, semanas e incluso meses, permanecen en la ciudad, ofreciendo sus artesanías o pidiendo colaboraciones.
Después de ese lapso de tiempo, son trasladados a sus aldeas, donde la mayoría carece de los servicios básicos. Allí, la vulnerabilidad y abandono los obliga a regresar… y la rueda vuelve a girar. Tan valorados están los pueblos originarios en la provincia y tan invisibilizada su presencia en la ciudad.
Pese a que se iniciaron campañas desde distintos sectores con el objetivo de solucionar esta problemática, lo cierto es que las iniciativas son sólo parches que no brindan una solución definitiva.
Lejos quedó la promesa de que facilitarían lugares para la venta de productos mbya y que se abriría una guardería para que los niños y algunas madres mbya no estén en la calle mientras los adultos realizan sus ventas. Lejos también quedó la posibilidad de brindarles viviendas a las familias que quisieran establecerse en la ciudad.
De hecho, en enero de este año, la situación se repitió: un operativo de asistencia había colaborado para el traslado de familias de pueblos originarios pertenecientes a unas siete comunidades.
Un mes después, la historia volvió a foja cero. La problemática se repite y parece no tener fin ¿Cuántas veces más los subirán a los móviles para llevarlos a sus aldeas?
“El problema es alimentario”
“¿Qué es lo que más les gusta de acá?”, preguntó PRIMERA EDICIÓN a uno de los integrantes de la comunidad mbya guaraní de Cuña Pirú. “La comida”, respondió. “¿Y qué es lo que más falta en la aldea?”; “comida”, reiteró.
Actualmente él, junto a miembros de su comunidad, están a metros de la terminal posadeña vendiendo limones y pidiendo dinero.
“Nos quedamos hasta que vendemos los limones y artesanías. Después nos vamos”, respondió un miembro de otra de las comunidades que encontró su punto de asentamiento en la plaza 9 de julio. Ellos también opinaron lo mismo: en su aldea lo que falta es alimento.
“El problema es alimentario”, aseguró a PRIMERA EDICIÓN el diputado provincial Roque Gervasoni, quien recientemente hizo un reclamo público a los organismos de la órbita. Agregó que “si los llevamos a sus aldeas sin solucionar el problema de fondo, no sirve. Hay que trabajar la cuestión de cómo se sustentan”.
Es importante destacar que la mayoría de los mbya no tienen el hábito de cultivar y, “por más que le des las herramientas, no lo van a hacer porque no forma parte de su cultura”, aseguró.
Gervasoni opinó que a raíz del problema alimenticio y económico, “tomaron los malos hábitos del blanco. Acá tienen el dinero fácil y muchos tienen problemas de adicciones”.
En este sentido, un extrabajador de un casino posadeño contó que “siempre veía a los hombres de las comunidades mbya que venían a jugar. Tienen vicios, como cualquiera”.
Es por ello, que el diputado cree que lo mejor es “asistirlos en sus propias aldeas”, pero que no sea “una vez al mes para la foto, sino todos los días”. Finalmente destacó que la asistencia no sea sólo alimenticia y económica, sino de salud física y mental para abordar los vicios.
Formas de vida incompatibles
La realidad es que se trata de un tema verdaderamente complejo en el que abundan las opiniones, pero escasean las soluciones concretas.
El problema no es que una forma de vida sea mejor que la otra, sino del desfasaje que se produce entre sus costumbres y las de la ciudad, que son incompatibles. Este inconveniente suele generar malestar en los habitantes de la capital misionera. “Siempre que vienen dejan todo sucio, van al baño ahí nomás en la calle”, dijeron a PRIMERA EDICIÓN unos vecinos de la plaza 9 de Julio.
“Entiendo que la gente se enoje, pueden tener razón”, opinó Gervasoni, aunque añadió que “les falta empatía, pero la situación está mal. No deberían estar acá nuestros hermanos mbya”.
Sin embargo, su estilo de vida que no es compatible el de la ciudad, dejó también de serlo en su propia aldea debido al avance de “los blancos” en sus tierras, que cada vez se reducen más.
Dado a que sembrar sus propios alimentos no forma parte de sus costumbres, enseñarles a hacerlo, significaría “colonizarlos” o “arrebatarles su cultura”. Y una vez más, se gira en un círculo donde las posibilidades se reducen y sus recursos también.
¿Cómo proceder sin imposiciones, pero sin indiferencia? Al respecto, el diputado consideró que “además de asistirlos en sus aldeas, tenemos que apoyarlos en el turismo”.
El problema está, y es hora que dejar de mirar para un costado y buscar soluciones que lleven a acciones concretas con respecto a la presencia mbya en las ciudades, en un marco de conciliación entre ambas culturas.
Porque dejar que vivan de las limosnas cada vez que llegan a la ciudad, no es respetar sus tradiciones… es abandonarlos.
Proteger sus tierras
Cerca de 20 comunidades originarias están bajo la protección de la Ley 26.160, que determina el cuidado de las tierras que pertenecen a estas comunidades. Sin embargo, no siempre se respeta.