El hecho que Emiliano Julián Medina (12) fuera electo Mejor Compañero entre todos los alumnos que concurren a la Escuela 284 “Tomás Espora” causó un gran revuelo en su familia y en la comunidad jardinense. Su imagen, portando la bandera de Misiones, se replicó en las redes sociales y hasta un canal de la televisión nacional inmortalizó este momento tan emotivo con un mensaje sobradamente inclusivo.
“Lo que queremos transmitir es que a través de Julián muchos otros chicos pueden seguir ese modelo, de contagiar, de invitar a otros, de decirles que sí pueden. Pero no hay que dejarlos solos en la escuela, sino acompañarlos, como familia, desde los primeros tiempos”, señaló emocionada su mamá, Sandra Brítez, mientras recibía felicitaciones y saludos de familiares que se cruzaban un instante a celebrar esta noticia.
Julián nació el 6 de noviembre de 2007 y a los tres meses empezaron con la estimulación, una palabra que en los comienzos -Sandra admite- no la entendía. “Comenzamos nuestro ingreso a la escuela, sin saber qué era lo que nos esperaba, siempre buscando las alternativas para Julián, cómo estimularlo con las manos, con los pies, con la vista. Compraba todos los juegos didácticos que estaban a mi alcance, para que él pudiera sentir”, manifestó.
La ventaja que tuvo es que, a una semana de su nacimiento, también llegó al mundo su prima Ariadna Brítez, “y eso lo estimuló muchísimo porque ambos crecieron juntos, se autoestimularon juntos, hacían todo un proceso de trabajo de estimulación temprana, que mayormente se da en la casa. Media hora en una escuela especial no nos servía, no nos alcanzaba, buscábamos la orientación. Los profesionales hacían eso con nosotros, nos orientaban, nos abrían la puerta, y eso fue fantástico. Hasta los tres años Julián fue a una escuela especial, potenciado siempre desde la casa, con toda su familia, con cada uno de sus integrantes. Ahí comenzó nuestro trabajo para ver qué hacíamos a los cuatro años”.
Así, junto a su esposo, Héctor Medina, Sandra se acercó al nivel inicial -una extensión de la Escuela 284-, hablaron sobre la posibilidad del ingreso de Julián con la maestra Rosana Haas, quien le respondió que “sí, encantada, ¿porqué no? Hablamos con la directora, Estela Kopp, y con ellas coordinamos y comenzamos un trabajo hermoso. Rosana nos inspiró en muchas cosas, nos dio confianza, le dio esa confianza a Julián, de decir vos podés ser independiente. Me decía él puede venir solito o dejalo acá conmigo. Los trabajos que hacían eran fabulosos, prácticamente los mismos, no había diferencias. No tenía maestra integradora. Y ella no tuvo miedo”, agregó.
“Muchos otros profesionales decían, pero tiene síndrome de Down, y yo le corregía: pero es un niño. Y nosotros confiamos en él, él sintió nuestra confianza, lo soltamos a esta sociedad con todos los prejuicios que había, pero en ningún momento lo sentimos desde que él inició la escuela”, sostuvo.
Al comenzar el primer grado, empezaron una etapa distinta. Tuvo un acompañamiento con una maestra integradora y fue toda una novedad. La inquietud era: “Qué hacemos, cómo hacemos”. Siempre contaron con profesionales como la fonoaudióloga, Karina Rosemberg; la psicopedagoga Gimena Pavón, y la directora, Julia Echenique. Mamá, fonoaudióloga, psicopedagoga, directora, maestra, maestra integradora, conformaron un equipo. “Nos sentábamos, aunábamos criterios e hicimos esto, llevamos adelante un gran trabajo. Todos los actores que trabajamos con él, estamos atentos a los planes que tiene la maestra. Elaboramos el Proyecto Pedagógico Institucional (PPI) de inclusión para que él pueda trabajar a lo largo del año con las mismas actividades o similares que sus compañeros. No fue difícil, porque Julián es un nene muy tranquilo, dócil, tiene una personalidad muy linda. Y eso favoreció muchísimo. Está dentro de los mejores promedios de la escuela porque respondió a su PPI”, explicó.
Destacó al grupo de chicos que lo acompaña desde el comienzo. “Son los de siempre, a los que desde primer grado Julián les llevaba materiales a los que ellos no tenían acceso, como el abecedario compartido. A través de los materiales didácticos los compañeros aprendían con él, y se acercaban a él. Fue una relación muy linda y los cumpleaños siempre festejaron juntos, a él lo incluían siempre”, contó. Así creció esa amistad desde salita de cuatro. Y se mantuvo hasta sexto grado. “Lo bueno que tiene es que la escuela siempre estuvo abierta para esto. Todos los cambios de maestros que tuvo no lo afectaron porque el grupo era el mismo. También destaco a la familia que rodea a todos los compañeros de Julián. Detrás de cada compañero hay una familia que está entendiendo que su hijo comparte ese espacio. Son la base del amor y de la diversidad. Los sí me abrieron un montón de expectativas. Soy una mamá activa, mi esposo siempre me acompañó, y las hermanas, Camila y Candelaria, también. Y así comenzamos esa ilusión que él pueda darse con otros”, celebró.
Confió que su hijo, que escribe en la computadora, trabaja mucho con la tecnología, conoce su DNI, realiza cálculos, fue desarrollando de a poco su lenguaje, pero que comprende cada cosa que lo chicos le dicen. “Sabe los horarios de la campana, cómo tenía que pararse para saludar a la bandera”, a la que ama profundamente y muchas veces funde su mirada en la enseña que flamea a lo alto del mástil.
Estos días se produjo una revolución en el seno de la familia Medina-Brítez porque la maestra Miriam Quiroz informó que Julián fue electo como Mejor Compañero dentro del grupo compuesto por unos veinte niños. “Fue el único votado, y su voto fue en blanco, porque no hace trazos. Para nosotros fue maravilloso. Era una elección de grado y para nosotros era re lindo, porque era la relación que él conquistó con sus compañeros. Solito, sin mamá, sin papá. Y vimos eso como algo grandioso, fantástico”, relató la mujer, que confesó que Julián “cambió mi forma de mirarme, la vida, todo”.
Pero pasaron dos semanas y recibieron la notificación que fue electo Mejor Compañero de la escuela, junto con la nómina y la manera en que se concretó la elección. “De todos los mejores compañeros se hizo la lista y entre todos, el más votado, fue Julián. No nos esperábamos. Fue maravilloso. Toda la familia se revolucionó con esto. Ninguna de las docentes tuvo temor de su comportamiento con la bandera porque él es muy ordenado en su forma de actuar, comprende perfectamente las normas y procederes”, expresó Sandra, que también es docente.
En el establecimiento, situado a unas pocas cuadras de su domicilio, comenzó los ensayos con sus pares y con la maestra, y salieron perfecto. Como en casa no había bandera, un palo de escoba sirvió de guía para saber cómo pararse, cómo juntar las piernas y mirar hacia el frente, porque “él estaba tan enamorado de su bandera que no la dejaba de mirar y se agachaba mucho”.
El día del traspaso, Julián desbordaba de emoción y ansiedad porque entendía qué era lo que iba a pasar. Sus compañeros lo rodearon y con la sola presencia, lo tranquilizaron. Cuando escuchó su nombre, subió al escenario para recibir la bandera de Misiones, y cantó el himno con mayor fervor que cualquiera de los presentes.
Esta explosión en las redes sociales “nos sorprendió, pero nos sirve para transmitir que hay que creer en ellos, tener confianza y hacerlos independientes para que sean útiles para su vida y no sólo para la sociedad. Estoy segura que, si concurre solo a un lugar, otros lo conocen y no lo van a dejar solo, no le va a pasar nada. Jamás sufrió desprecio ni bullying y si pasó no lo sentimos”, declaró Sandra, al tiempo que aclaró que “nadie quiere figurar con esto. No es lo que buscamos. Él es muy simple, muy conocido en todos los ámbitos de la localidad”.