Es la hora del recreo y los chicos del aula satélite de la Escuela 113 están jugando a la pelota… con una naranja. Otra vez entraron a robar al salón y ahora, además de otras cosas, se llevaron ese elemento de alegría que les servía para los ratos de descanso entre materias.
“Los chicos” de la escuela, son todos varones y esa peculiaridad se da por mera coincidencia, ya que desde salita de 5 a sexto grado, no hay niñas en la matrícula, salvo por la hija de la maestra, quien también es alumna porque acompaña a su mamá, la docente de grado, Lilia Jorgelina Bitón. Junto a ella viaja todos los días desde San Ignacio.
Situado a dos kilómetros de la zona urbana de Mártires, el aula satélite de la Escuela 113 permanece gracias a la lucha de las familias que viven al borde del Yabebirí y resistieron su cierre.
Cuando la escuela núcleo se mudó más a al centro del pueblo, hubo tentativa de cerrarla pero lo cierto es que la resistencia de los padres ayudó a que prosiga.
De tener que mandarlos a otro lugar, “seguro que la mayoría iba a tener que hacer abandono temprano de la escuela”, reflexionan las maestras. Es que los alumnos, todos de bajos recursos viven entre siete y diez kilómetros de la escuela, y el trayecto lo recorren nada menos que a caballo.
“Si tuvieran que hacer el recorrido a pie no podrían llegar para el horario de entrada que es a las 7.45. En una escuela de la ciudad tienen otras vivencias de seguro, la mayoría de nuestros alumnos no tiene celulares, ni siquiera relojes y se guían el sol para llegar a tiempo”.
Con las mochilas en la espalda y junto a algunos compañeros que vienen de a pie, los pequeños jinetes nunca faltan. La escuela es para ellos (además del lugar donde aprenden a leer, escribir y sumar), un ámbito de contención.
Por otra parte, en las horas de taller, junto a la profesora de huerta, Mónica Espíndola, ademas de las tareas regulares, el grupo intenta, por otra parte, poner en práctica algunos de los conocimientos incorporados en las capacitaciones de Robótica para diseñar un sistema de riego automático para la producción.
La dinámica y las luchas
En la sala, los niños ocupan sus lugares asignados. Los pizarrones -que ocupan dos amplias paredes- están divididos para que cada uno copie las tareas que corresponden.
“Algunos se ubican mirando hacia un pizarrón y el resto hacia al otro y así trabajamos, divididos en grados”, explicó Bitón. “Hay que destacar el trabajo del maestro rural para que estos chicos no queden fuera del sistema, además todos los chicos tienen un muy buen nivel. Sin un aula cerca, era difícil para los padres, que los manden más lejos aún”, dijo en tanto, la directora Alicia Balaiche.
Ambas docentes contaron con preocupación que los robos y ataques son una constante hacia el edificio. Éste se encuentra en una zona sin demasiados habitantes y es común que al volver a clases se encuentren con el vandalismo.
“Lidiamos permanentemente con eso pero cuando no encuentran nada para robar nos encontramos con el desastre de los libros rotos, los colores y el material didáctico”, contó la directora. Sin embargo, la Municipalidad prometió ver la forma de colocar rejas y candados, hasta ahora siguen en espera…
Un poco de historia
Para llegar a su edificio núcleo actual, los docentes y directivos pasaron del edificio de escuela núcleo que ahora es el aula satélite en la zona rural, a dar clases en un salón municipal que, además, se usaba como sala velatoria.
“Hasta que se inauguran las nuevas instalaciones en 2015 estuvimos dando clases allí, porque la mayoría de los alumnos era de la zona urbana”, contó Balaiche. Actualmente, asisten a la escuela núcleo 195 alumnos. En el predio de al lado está el Nivel Inicial. Para el dictado de clases, aunque el edificio es nuevo, no cuenta con los salones para todos los grados, por lo tanto dividen la cursada en dos turnos, que son cubiertos por las mismas maestras, quienes a diario viajan desde otras localidades para dictar clases.