Inquieta, alegre y jovial, Valentina Mortola siempre tuvo curiosidad por conocer la tierra de sus ancestros. Con 18 años, se inscribió en un intercambio de estudios con un objetivo: viajar al Viejo Mundo para perfeccionar su idioma. Nunca imaginó que esa travesía la llevaría mucho más lejos, al cementerio donde, al día de hoy, descansan los restos de su tatarabuelo. “Cuando estuve ahí sentí mucha emoción. Hoy sé que es mi lugar en el mundo. Por eso planifico volver y tal vez vivir unos años allí”.
En vez de ir a Bariloche ella pidió ir a Italia, en un intercambio. Yo le dije que podía ir pero con una amiga para no ir sola, y empezamos a organizar con el colegio y la casa donde se iba a quedar”, explicó Ana Gabriela González, madre de Valentina.
Después de tres meses de residencia en Italia, la estudiante regresó al país para comenzar, en agosto, la carrera de Diseño Gráfico en Buenos Aires.
Preparada para emprender el nuevo viaje, hoy la maleta de Valentina va cargada de recuerdos, anécdotas y documentos que acreditan que sus ancestros vivieron en aquel pueblo llamado Santa Margherita Ligure, en Génova.
Nada de miedos
Desde chica se preguntó de dónde venían sus antepasados. Como muchos misioneros, lo único que sabía era que eran italianos.
A los 16 años tomó la decisión de estudiar el idioma italiano y “surgió la idea de viajar”. De conocer aquel país europeo que tanto describían sus abuelos paternos.
“Y cuando estaba cursando quinto año del secundario, decidimos irnos en un intercambio con una compañera de mi colegio”.
Las adolescentes buscaron información en Internet y se toparon con la Scuola Toscana, una escuela de lengua y cultura italiana para extranjeros, se encuentra en el mismo casco antiguo de Florencia, en Piazza Santa Croce.
“Nos contactamos con el colegio. Elegí el programa que quería hacer y el colegio me acomodó en una casa de familia”.
Durante los meses de enero, febrero y marzo pasado, las estudiantes recorrieron distintos puntos de Italia: Florencia, Roma y Milano. “Estuve en el Vaticano, recorrimos museos y plazas. Fue increíble”.
Por la mañana asistían al colegio: dos horas aprendían gramática, y otras dos horas de conversación. “Al mediodía me preparaba el almuerzo. A la tarde volvía a la escuela y hacíamos el recorrido por la ciudad para practicar el idioma”.
La ruta de los ancestros
La última semana que estuvo en Italia, Valentina tomó un tren y se fue a Santa Margherita Ligure, en Génova. Su familia le había relatado, muchas veces, que sus ancestros eran de esas tierras y ella estaba segura que encontraría más información.
“Quería hallar el acta de nacimiento, matrimonio y defunción de mis tatarabuelos para hacerme la ciudadanía italiana”.
Previo a la travesía, Valentina se armó un itinerario: “Tuve que hablar con muchos familiares que no conocía, todo por teléfono, preguntando datos para armar un árbol genealógico con toda la información de mi tatarabuelo”.
Llegó temprano a la Comune di Santa Margherita Ligure. Y allí, en esa Municipalidad presentó todos los documentos y datos que tenía “que eran mínimos”.
Pero “por suerte me pudieron dar el acta de nacimiento y matrimonio”. Aunque no tenían el documento de defunción. “No sabían si se traspapeló y mientras me imprimían los papeles fui al cementerio y comencé a buscar entre las tumbas”.
En medio de la búsqueda, Valentina se encontré con un señor que la ayudó. “Comenzó a buscar entre unos libros mi apellido y nombre de mi tatarabuelo”, pero no lo encontró.
Entonces “pregunté en qué otro lugar y me dijo: ‘podes ir al cementerio que está a cinco minutos en tren’”. Y por supuesto, Valentina fue hasta Camogli, un espléndido pueblo que se asoma al golfo Paradiso, en la maravillosa Ribera Italiana de Levante, en Génova.
Allí y después de una intensa búsqueda le confirmaron que su tatarabuelo había fallecido en ese pueblo. La emoción fue enorme.
“Me dijeron que pase al día siguiente, por la mañana, para retirar los papeles”.
Al otro día se levantó temprano y retiró todos los documentos. “Y con eso me volví, con toda la información”, relata complacida.