N de la R: La introducción del presente artículo corresponde a la editorial del diario del 20 de marzo pasado.
En Argentina suceden ciertos desequilibrios que explican en gran medida el paupérrimo estado de las cosas. Sólo en Argentina, por ejemplo, una expresidenta varias veces procesada por la Justicia puede no sólo seguir en libertad sino que además puede viajar al exterior con la anuencia judicial, aunque el motivo sea cuidar de una familiar con algún padecimiento.
Sólo en Argentina, que sufre una de las peores crisis de su historia, puede un funcionario autofirmarse un suculento bono de poco más de un millón de pesos, aunque la explicación siguiente sea que el dinero va a repartirse entre los empleados de su oficina (o es mentira, o la resolución fue escrita con un ambigüedad que asusta).
Sólo en Argentina la falta de credibilidad casi absoluta en los gobernantes de profesión política tiene como efecto resultante, por ejemplo, que un presentador de televisión evalúe sus chances para ocupar el famoso, aunque devaluado, sillón de Rivadavia.
Sólo en Argentina sufre la presión fiscal y es demandado el que produce bajo todas las normas escritas, talladas y elucubradas por el Estado.
En contraposición, sólo en Argentina sucede que el que emplea en negro y evade todas las reglas existentes crece a niveles siderales casi riéndose de la estructura del Estado y del que cumple cabalmente con todas las normas, por más arbitrarias y rebuscadas que sean.
Sólo en Argentina se pagan tarifas dolarizadas por servicios de países del subdesarrollo.
Sólo en Argentina asume un presidente proclamado bajo la promesa del cambio y, como una de sus primera medidas, decide condonarle la deuda a una empresa familiar.
Sólo en Argentina pueden volver a ser candidatos quienes tienen encima severas sospechas por casos de corrupción asociadas al partido que integraron y por el que volverán a presentarse.
Sólo en Argentina sucede que preocupa más la crisis de un país a casi cinco mil kilómetros de distancia que la brutal pobreza ahí nomás, a la vuelta de la Casa Rosada, o la que se desarrolla vertiginosamente en cada barrio del país.
Sólo en Argentina pueden la expresidenta multiprocesada y el presidente responsable de la debacle aspirar a otro mandato y que al mismo tiempo esas candidaturas sean funcionales entre sí.
Los estados con presidencialismos tan fuertes terminan así, escribiendo páginas insólitas en los libros de historia. Tanto poder reunido en una sola persona jamás puede terminar en algo bueno.
Así las cosas, el caos y la crisis nacional llegan a los niveles más ínfimos. Sucede en los aspectos más insólitos como el fútbol, atravesado hasta las tribunas por la política.
Cuando se pierde la vergüenza y los que gobiernan dejan de percibir la dignidad de ser correcto ya no hay límites. Cuando eso pasa todos nos transformamos en meros números. Sólo valemos los votos que representamos y bajo el actual sistema nosotros y nuestros votos somos funcionales a los que detentan el poder. Al fin y al cabo servimos cada dos o cuatro años para ir a votarlos y a comernos sin chistar lo que venga por el período para el que fueron elegidos. Así de crudo es el sistema democrático que defendemos en cada elección. Por eso siempre tenemos que optar entre lo “menos peor”. Por eso llegamos a ser un país con tremendas proyecciones, pero en constante o cíclico subdesarrollo.
La democracia es otra cosa, es poder intervenir en cada instancia y no sólo al principio. Es poder corregir el rumbo cuando el camino que se nos trazó se tuerce.
Democracia es que exista un proyecto de Estado en el que entremos todos y que se respete más allá de las definiciones partidarias. Un proyecto en el que todos podamos ver claramente que lo que se persigue con tal o cual medida es el crecimiento parejo de todos los sectores y no de los que siempre crecen más.
Esa sería una de las respuestas posibles a la maldita pregunta de si estás con éste o el otro. Pareciera que estar en el medio es ser “tibio” cuando ninguno de los extremos “calientes” resolvió en verdad la eterna crisis de los argentinos, muy por el contrario.
El sistema, tal y como está planteado, les conviene. Por eso jamás se les cruza por la cabeza plantearnos alternativas. Jamás nos dicen, por ejemplo, las ventajas de una democracia parlamentaria en las que los parlamentarios actúan como verdadero contrapeso y no como apoyo logístico. En todo caso plantean amplias alianzas en campaña que terminan acotadas en la práctica y con socios más expectantes de un cargo que de un proyecto.
El agónico andar del país en los últimos lustros es una verdadera tragedia y al mismo tiempo un escándalo de mentiras y engaños y hasta tomadas de pelo. En el pasado algunos ocultaron datos críticos de la realidad y en el presente otros se jactan de no esconder los índices de la miseria que gestionan ¿Hay mérito en simplemente decir la verdad y no hacer algo concreto al respecto? ¿Acaso hay que felicitarlos por hacer algo tan normal como decir la verdad? ¿Es tan grave el estado de las cosas que esperan que los felicitemos por hacer algo bien de vez en cuando? No, no y sí.
Y lo verdaderamente triste en toda esta historia es que nos exigen estar de un lado o del otro. Lograron que entre todos construyamos nuestra propia posición siempre en oposición al otro. Nos trasladaron sus luchas de poder y las hicimos nuestras por el “bien de la democracia”.
Paradójicamente es en esa apropiación que radica el éxito del sistema y, por tanto, el éxito de sus impulsores.
¿Qué pasaría si el voto no fuera obligatorio? Parece imposible hoy, pero quizás, en algún momento y de tanto hastío, el voto en blanco crezca tanto que supere al segundo en preferencias. De hecho un fallo de la Cámara Nacional Electoral en 2002 sostiene que “son los votos válidos afirmativos los que cumplen tal finalidad al haber existido una intención clara por parte del elector de atribuir los cargos en disputa a los representantes (…) el voto en blanco, en cambio, si bien se trata de una herramienta valiosa que permite a los votantes manifestar su disconformidad con todos los candidatos y propuestas (…) representa una manifestación válida aunque (implica), en los hechos, una abstención de elegir entre las diversas propuestas formuladas en un sistema legal de sufragio obligatorio”.
En otras palabras, se incluyen en la medición sólo los votos con boletas de candidatos, mientras que los nulos y blancos se descartan.
El sistema siempre debe ser democrático, no existe alternativa. Pero convendría que quienes detentan el poder protejan esa democracia con acciones respetables porque cuando la creciente disconformidad se manifieste en las urnas y sea elevada entonces entenderán que el sistema ya no funciona y que el poder que detentan no es en realidad legítimo.
“Ustedes no hacen nada y nosotros nos morimos de hambre por su culpa”, reclamó días atrás un pequeño en Tucumán, seguramente guiado por un mayor, aunque no por ello deja de ser una verdad incontestable.
“No podemos cobrar tanto para no hacer un carajo”, reconoció el jueves una legisladora argentina en una sesión en la que se volvieron a ver mezquindades y el ejercicio irresponsable del poder. Al menos lo saben… y a veces lo reconocen.
Por Guillermo Bez