Elsa es la segunda de ocho hermanos. Se recibió en la Escuela de Enfermería de Posadas. Como no se conseguía trabajo en la zona, optó por incorporarse a las Fuerzas Armadas como personal civil. Llegó entonces al Hospital Naval de Puerto Belgrano (a unos 1.500 kilómetros de las Malvinas) en 1980, donde prestó servicio durante la Guerra de Malvinas. Es una persona sumamente solidaria que permanentemente se ocupa de reunir donaciones para las escuelas rurales y comunidades guaraníes de Misiones.
Por esto y mucho más, este 2 de abril no podíamos dejar pasar una charla con ella y Primera Plana, que se emite por 89.3 FM Santa María de las Misiones, la contactó y le preguntó cómo vive este día, a 37 años de aquella guerra.
Amable y de voz calma, con la sabiduría que sólo una experiencia como la que le tocó vivir puede dar, comentó que la génesis de esa ayuda humanitaria que realiza se dio “durante la guerra, porque cuando yo estaba en la sala 2A de pre y pos cirugía después del 2 de mayo, día en que hunden el crucero ARA General Belgrano, me destinan a trabajar con los quemados”, allí al ver a todos los soldados que ya habían sido atendidos “amputados, algunos fracturados, ya enyesados, se nos ocurrió con mis compañeras acercarles hojas, o un lápiz y un cuaderno para que escribieran a sus padres”.
Gracias a esta iniciativa, Elsa descubrió que muchos de ellos no sabían escribir. Luego preguntó de dónde eran: “Yo de Monte Caseros, Corrientes. Yo de Misiones. Yo soy de Chaco. Yo de Formosa”, fueron las respuestas de aquellos jóvenes soldados y fue entonces que “nace un poco la idea de llevar a las escuelas rurales de donde yo nací, crecí y de donde egresé, los elementos necesarios. Por ejemplo siempre estoy pidiendo útiles escolares para que esos niños sepan leer, sepan escribir y puedan informar a sus padres lo que les está pasando”. Así que la ayuda silenciosa que Elsa viene dando hace 37 años tiene una historia detrás.
Los años pasan volando y los 24 años que tenía aquel entonces, aunque alejados hoy, no están ausentes ya que lo vivido se convirtió en “experiencia que nos mantiene para toda la vida”. Dolorosa y difícil experiencia, pero única en lo profesional porque “ver esas heridas que no es habitual ver en los hospitales, como por ejemplo un pie de trinchera o heridos de ametralladoras, quemados, entonces en lo profesional fue una formación para toda la vida”.
Y como toda experiencia traumática por lo violento de la guerra, “en lo personal también deja esa marca interna que te transforma para toda la vida. Ninguno de nosotros, tanto los heridos como el personal que los asistió, somos iguales después de esa guerra”.
Al ser consultada acerca de las miradas de la sociedad, las de ayer y las de hoy, Elsa consideró que “hoy en día la mirada es distinta, se los reconoce (a los exsoldados). Muchos fueron reconocidos hace poco como veteranos de guerra. Nosotras las enfermeras no sabemos por qué razón nos quedamos calladas treinta años, todas iguales no podíamos hablar, no podíamos volver a ese escenario de la guerra en el que trabajamos. Era muy doloroso, era muy triste. No podíamos volver, era algo que nos bloqueaba. Hace seis años yo empiezo a hablar con mi sobrinito porque en la escuela estaban hablando del 2 de abril, entonces me pude abrir y pude empezar a hablar de esa experiencia y a partir de ahí empecé a hablar. Empecé a contactar a mis compañeras y así se fue haciendo cada vez más grande. Hoy salgo a los colegios, a las escuelas, a las unidades militares, al instituto de historia, a las escuelas de enfermería a contar y eso nosotros lo tomamos como un reconocimiento”.
Contar lo vivido, un acto que puede parecer tan simple para muchos, pero como Elsa misma dijo a ellas les llevó décadas, también puede servir de cura, de sanación y es exactamente eso lo que esta mujer afirma que comenzaron a hacer al hablar de sus vivencias: “Sanarnos nosotras mismas porque le comento que trabajamos hasta mediados de diciembre de ese año cuando se fueron de alta los últimos pacientes y nosotras comenzamos a ser invisibles para la historia de nuestra patria. Empezamos a trabajar sin un día de franco siquiera, pasamos a trabajar cubriendo nuestras guardias y no hubo reconocimiento de nuestros superiores de la Armada Argentina para la cual trabajábamos“.
Y agregó que nadie fue capaz de decirles si estaba bien o mal lo que hicieron, si había algo que mejorar o no, que todo el sacrificio y el dolor que vivieron fue “un trabajo más y nosotras sentíamos que nuestra alma estaba muy quebrada. Todos los días nos encomendábamos a Dios, que es quien nos daba la fuerza para continuar”, para que “borrara un poco de nuestra mente y se ve que lo fuimos escondiendo en algún lugar de nuestra alma y bueno ahí quedó hasta que pudimos empezar a contar aquella historia”.
Sin embargo y a pesar de esto, sentenció con la firme convicción de quien sabe que hizo lo correcto: “Yo cumplí con mi profesión de enfermera y con nuestra patria”.