“Nippur de Lagash”, “Dago”, “Savarese”, “Helena”, “Amanda”, “Dax”, “Morgan”, “Anahí”, “Warrior”, “Pepe Sánchez”, “Dennis Martín” y tantos otros son hoy los custodios de su creador, Robin Wood, el encarnaceno que conquistó al mundo y se hizo dueño de varias generaciones a través de la historieta, en el oasis que, junto a su esposa, Graciela, encontró en la tierra que lo vio nacer.
Mateo Fussari, Robert O’Neill, Noel Mc Leod, Roberto Monti, Joe Trigger, Carlos Ruiz, Rubén Amézaga y Cristina Rudlinger son algunos de los seudónimos a los recurrió para no copar los índices de las revistas de Editorial Columba, sin embargo Robin Wood es su verdadero nombre.
Durante varias décadas dio vida a entre quince y veinte guiones semanales, hace muy poco, en 2017, contó a PRIMERA EDICIÓN que aún sus días lo encontraban llenando cuadernos de nuevas aventuras. Aunque ya, lamentablemente, con 75 años, su pluma se llamó al silencio.
Wood conoció el mundo, sí, literalmente. “Volé sobre el Himalaya en avioneta, no lo hacía por inspiración, lo que quería era ver, siempre me quedó lo que decía Richard Hillary, el primer hombre que subió al Everest, le preguntaron ‘por qué está subiendo montañas’, y él, muy inglés, dijo ‘me las ponen delante’ y yo lo mismo, escuchaba el pitido de un tren y decía ‘mmm’, a veces tomaba trenes que no sabía dónde iban, por eso siempre llevaba mi pasaporte en un bolsillo atado a la pierna”, recordó a este Diario en una oportunidad el “padre” de Nippur, para quien no existieron “malas experiencias” en viajes, a pesar de que sus kilómetros recorridos se cuentan por millares, por ejemplo, con el tren siberiano fue de Milán a Hong Kong, donde descubrió que Mongolia existía.
Rusia le encantó, Hungría también, Polonia. Vivió en Australia dos años, pero se aburría mucho, porque son como los americanos; también en California, donde los hombres se levantan, las esposas los llevan al trabajo en coche, porque las distancias son inmensas, y la idea de ir caminando a algún lugar no existe.
Europa del Este, Viena, Hungría, el palacio del conde Docuan, en Valaquia, quien en realidad era un príncipe y sobre él escribió un libro, pues entendía que Bran Stoker (autor de “Drácula) “era un irlandés que probablemente estaba en pedo todo el tiempo y le salió una obra maestra, pero en Valaquia es un héroe, derrotó a los germanos que entraban por el río, a los turcos, derrotó a todo el mundo y en una terrible batalla, en la que murieron casi todos, su cuerpo desapareció, entonces surgió la leyenda de que continuaba vivo y seguiría por siempre protegiendo a la ciudad”.
La historia fue su mayor fuente de inspiración, Nippur, por ejemplo, narra la vida de un general exiliado que recorre los reinos más importantes de la antigüedad, coincidiendo con personajes mitológicos como Perseo o el Minotauro. Mientras que Dago transporta a la Venecia de la primera mitad del siglo XVI. Los superhéroes no lo atrajeron en lo más mínimo, lo real era su pasión, entendía que el villano es más humano que el súper hombre y situaciones como la guerra civil española, “una masacre estupidísima” lo llevó a “Johan”, uno de sus personajes, un rufián que va tratando que no lo maten y al mismo tiempo robando, mintiendo, fornicando, muy humano.
Sus inicios
Hace ya un par de años, en el bar de un hotel encarnaceno, Robin recordó sus inicios a este medio. “Empecé ganando, a los 18 años, un premio literario en Asunción y a los 20 otro. Un viejo amigo, Rómulo Perina, me había hecho participar, era un análisis de la historia y cultura de Francia, obtuve dinero, una medalla, y me dijo ‘prepará tu maleta’ (tenía una bolsa de marinero nomás, aclaró riendo), ‘te vas a Buenos Aires porque aquí vas a terminar de pinche en una oficina o de mecánico en el obraje, te vas, sabés escribir, sabés leer, tal vez tengas inteligencia’”, memoró.
Y se fue. Trabajó de oberero “pobre” durante años, mientras tanto estudió dibujo y descubrió que era pésimo. Recorrió las bibliotecas de Buenos Aires y se cruzó con Lucho Olivera, quien comenzó a dibujar a Nippur.
Como su vida, el saberse autor de una historieta publicada y en la calle también parece un guión. “Lucho me dijo que estaba harto de los malos guiones que le daban y me pidió que escriba uno”. Un día, al pasar por un puesto de diarios vio una publicación de su amigo, “quería ver el dibujo, que me encantaba, abrí y leí Robin Wood, como soy un tipo inteligente y rapidísimo, pensé ‘este nombre lo conozco’, y el diariero, por supuesto, se ocupó de recordarme que no era una biblioteca, miré la dirección de la editorial y fui. Allí, cuando decidieron que no iba a pedir limosna ni ropa vieja, me dijeron ‘lo contratamos y le pagamos tanto’, unas diez veces lo que ganaba por mes en la fábrica, ‘por las tres que entregué’, pregunté, ‘no por cada una’”. Y entonces conoció algo que hasta entonces no sabía, “comer todos los días”.
(Publicado el 17 de marzo de 2019 en el suplemento Ko’ape de PRIMERA EDICIÓN)