Con el paso de los años, quienes ya soportamos los diferentes Gobiernos de distintos partidos políticos, vemos con preocupación que los Presidente de la Nación intentan instalar su propia versión no sólo de la historia sino también de la realidad, como si ésta fuera modificable solamente con palabras. Especialmente, los mandatarios lanzan con énfasis estos relatos elaborados por asesores “cinematográficos” en tiempos difíciles de la economía, con tal de esquivar las críticas populares a los errores y desmanejos propios -y los de sus funcionarios- con un argumento de película.
Los que prometían el cambio hace más de tres años siguieron transitando en el mismo camino que le cuestionaron a sus antecesores para llegar al poder. Y el ejemplo más actual, por cierto muy nefasto, lo dejó Mauricio Macri ante la Asamblea Legislativa el 1 de marzo pasado.
A esta altura de los problemas sociales y de las finanzas públicas, decir que la inflación bajó o que la economía creció, solamente se puede entender como una “tomada de pelo” a los miles de nuevos pobres e indigentes que tiene el país; a numerosos empresarios que no soportan la recesión, tienen a sus PyME quebradas y ahogadas por la presión fiscal de un Estado que todos los días quiere más plata en impuestos; a los trabajadores que llegan a la mitad del mes con sus salarios; a los desempleados; y a los ciudadanos en general hartos de las mentiras.
¿Cómo puede aceptar el Presidente del país adueñarse de un discurso que sabe irreal? La respuesta, en este caso, es muy simple: la ambición de poder que lo lleva a buscar una reelección en el cargo, en octubre, cueste lo que cueste.¡Tanto esfuerzo realiza la población sin poder ver resultados positivos que repercutan en sus hogares!
“Ajuste” es la palabra de los últimos tiempos que más se le escucha decir a los gobernantes pero que, en la práctica, sólo lo hacen los más vulnerables, los que reciben cada “mentira oficial” como un castigo similar a no poder llevar más el pan a la mesa familiar. Aun así, el Presidente y su Gobierno siguen pidiendo “un esfuerzo más”, como si se tratara del primero hecho y el último por realizar.
Las pequeñas y medianas empresas, que generan y sostienen miles de empleos a lo largo y ancho del país, no dan más. Si esperaban del discurso presidencial anuncios o medidas para salir del “pozo” al que fueron empujados por el modelo económico que se implementa, se habrán quedado con las ganas porque el Presidente sigue viendo una realidad que no es tal. Si falla en el diagnóstico, fallará en las decisiones.
Además de los discursos “esperanzadores” -característicos de Cambiemos- una gran cuota de la responsabilidad de haber llegado a este presente angustiante, es solamente de Mauricio Macri que eligió a cada uno de sus colaboradores, al “mejor equipo de los últimos 50 años” del que no queda casi nadie.
El Presidente designó, evidentemente, a mucha gente que no estaba preparada para el lugar asignado y no contaba con la experiencia suficiente para la administración del Estado. Y, a su vez, los que podrían haber sumado algo terminaron expulsados de la Casa Rosada por el entorno presidencial parte de una burbuja que aleja al primer mandatario de la cruel verdad. A medida que la crisis a la que nos han llevado los gobernantes de turno avanza, aparecen cifras dolorosas.
El Barómetro de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) reveló al diario español El País que casi tres millones y medio de argentinos logran alimentarse una sola vez en el día. Lo que se traduce en que “uno de cada cinco niños argentinos sufre mala alimentación por pobreza”.
Esto sucede en un país que produce y podría multiplicar los alimentos por las características de su clima y su geografía.
Sin embargo, la corrupción casi generalizada y las ambiciones personalistas generaron una quiebra tras otra de la Argentina, haciendo cada vez más difícil revertir sus consecuencias por “líderes” que pretenden tomar decisiones basados en mentiras.
Mentir genera desconfianza y rechazo. Así, no será posible nunca conseguir nuevos inversores y generadores de empleo, la estabilidad económica necesaria para buscar un crecimiento, la inclusión social tan necesaria frente a una mayor población pobre e indigente.
Así, ningún país será viable porque quien conduce sus destinos carece de un elemento fundamental: la verdad.