Hoy, agradecido “con todo lo que me dio la vida”, delegó la responsabilidad en su hijo Claudio Ariel (38) y, ya jubilado, espera “poder dormir un poquito más y concurrir a algún evento”.
Sentado en la galería de su casa, tereré de por medio, asegura que su vida “no fue fácil”, con una familia numerosa, compuesta por sus padres y doce hermanos, “humildes pero trabajadores”. El menor, José Rosa Godoy, que tiene un kiosco en Lavalle y López y Planes, vendía diarios y “yo andaba por Buenos Aires porque papá estaba enfermo y había que gestionar más recursos”. Lo llamaron diciendo que su padre estaba en el lecho de muerte y “vinimos entre tres hermanos que estábamos allá. Gracias a Dios era una falsa alarma que le prolongó la vida un poco más. Pero al tiempo falleció y decidí quedarme por acá. A través de mi hermano José empecé a vender. No tenía otro recurso, sin trabajo, sin oficio, me metí de lleno en la actividad”, recordó este vecino de Santa Rita, que vive en el barrio desde hace cuarenta años.
“Gracias a Dios y trabajando, pude lograr de todo”, agregó el hombre, que conformó su familia con Hilda Ramona Acosta (59) y tuvieron cinco hijos: Ariel, Rita Hilda, Carmen del Rosario, Horacio Adrián y Alberto Fabián. Admitió que a su historia la construyó luchando. “
Muchas veces me iba de a pie a mi lugar de trabajo. Las calles eran de tierra, y en épocas de lluvia no se podía cruzarlas, tenía que intentar por los costados, por los yuyales. En esa época no me levantaba tan temprano porque el diario se imprimía un poco más tarde. A las 5, por ahí, lo recibía en Lavalle e Ituzaingó. Después empezó a salir más temprano y tuve que adaptarme”.
Desde hace unos diez años “me estaba levantando a la 1, 1.05 porque me traían los paquetes a casa. Mientras esperaba los fardos, me tomaba unos mates. Como soy católico, tengo mis oraciones para agradecer, principalmente por la salud y por mi trabajo. Creo que Dios me escucha porque en todo este tiempo me fue bien”.
Orgulloso, acotó que durante 45 años de trabajo “nunca fallé, nunca tuve vacaciones, nunca tuve un descanso, no fui a las fiestas que organizaban mis parientes, como quince años, cumpleaños o casamientos, porque me tenía que quedar a dormir. Las reuniones siempre empiezan después de las 22. Cuando ellos estaban empezando a bailar, yo ya estaba trabajando. Eso fue por respeto a mis clientes porque yo vivo de esto”.
Más tarde, la movilidad fue la bicicleta aunque, en ocasiones, manos anónimas se llevaron el rodado desde el patio de su casa y, en otras, intentaron robarle la bici camino al trabajo.
La lluvia, el frío, el calor, “no existieron para mí. A veces estaba cayendo el cielo -como se dice vulgarmente cuando se refiere a una tormenta- pero me tenía que ir aunque me mojaba todo. Ahora será mi hijo mayor el que me va a cubrir. Él sufrió mucho conmigo porque de criaturita, cuando tenía cuatro o cinco años, era mi compañero de trabajo. En ese lugar donde estoy, sobre avenida Uruguay y Monteagudo, era feo. No había viviendas, la estación de servicios y el supermercado California no existían, pero ahí me mantuve”. Previamente y durante unos cinco años permaneció en Lavalle e Ituzaingó porque daba la impresión que era una zona de mayor movimiento. “Hasta que descubrí la esquina de Uruguay y Monteagudo, donde me instalé hasta ahora. Hace poco, gracias a Dios, me jubilé. Después de mucho sufrimiento. La gente siempre me preguntaba si yo vivía de esto y le contestaba que sí, que aveces se comía y que había días que no. Pero con la venta del diario, si uno se dedica, se vive. Y yo viví muy bien”. Mediante esta actividad, Godoy pudo comprar unos terrenos y lograr que sus hijos estudiaran e hicieran cursos aunque no pudieron ir a la facultad “porque me resultaba caro”.
“Llegó un momento que estuvimos mal, apenas había para comer. Y si bien mi señora nunca trabajó afuera, tenía sobre sus hombros todas las tareas de la casa, que no eran sencillas con cinco chicos”, manifestó.
Y reiteró que “luchando, llegué a la jubilación. Voy a dormir un poco más tiempo aunque no creo que me fuera a quedar en casa porque soy deportista de alma. Primero fui boxeador. Eran los tiempos de Pepito Pérez, Federico Oscar Godoy, Roque “Rocky” Galván, de eso hace más de 40 años. Tengo 24 peleas, solamente una perdida. Después fui maratonista por muchos años, tengo trofeos por todos lados. Mi trabajo me demandaba toda la madrugada hasta media mañana. A las 11 estaba en casa. Comía, dormía un rato y salía a entrenarme”, relató.
Los tiempos de los domingos se complicaban un poco porque en el rubro de Godoy el movimiento comienza más tarde. Es que hay clientes que “se levantan cerca del mediodía y van en busca del diario porque saben que me van a encontrar. Por lo general se quejan que a lo largo de toda la Uruguay no hay diarieros, solamente yo. En ese sentido llevo una ventaja por sobre mis colegas. Así que trabajo hasta las 12 y llego a casa a las 13.15”. En la zona en la que se ubicó presenció muchos accidentes de tránsito, “algunos muy feos, incluso con fallecidos. A mí me chocaron pero no me pasó nada. Fue a cien metros, en Mendoza y Uruguay, donde destrocé un Renault 12 cuando apenas había salido al mercado. Se cayeron partes, el paragolpes, espejos, pero me salvé porque Dios es quien me protege, siempre pido que lo haga”.
A su entender, durante la Guerra de Malvinas fue cuando más diarios se vendieron, y eso que eran dos ediciones por jornada. “A la mañana así como recibía, vendía todo. Llegó un momento que no pude terminar el reparto para mis clientes y ya quedaba sin diarios. A la tardecita salía de nuevo, con pocas hojas pero con todas las novedades. Así como recibíamos los ejemplares, y se terminaba la labor. Así estuvimos durante unos meses”.