En la noche, los pensamientos se transforman en poemas que salen a buscarla para tratar de detenerla nuevamente, recorren el cielo llevado por los vientos quienes pronuncian su nombre como un suave lamento que se enciende desde el corazón mismo de nobles sentimientos.
Será el misterio que encierra su estrella o quizás simples serán las sombras que crean una ilusión, que se apodera de aquel instante y necesitan del silencio de su compañía que brinda la ausencia mientras la esperan volver.
Serán esos besos guardados que quedaron en aquel lugar donde todas las noches se enseñó a querer y comprender con el tiempo que otros labios jamás volvieron a florecer y quedaron marchitos esperando que su fina figura regrese y los recoja con sus manos, los apriete sobre su pecho para volver a escuchar aquella respiración agitada cada vez que él la abrazaba para volver a amarla, una y otra vez.
En la noche surgen los suspiros que dicen su nombre y la vuelven a recordar, tal vez sea la magia de ese momento donde vuelven todos los pensamientos que, cansados de naufragar llegan hasta aquel lugar creyendo que aquella sonrisa puedan encontrar y junto al dulzor que nacía de su boca y se derramaba sobre su blanca piel, como un torrente de fresca miel que quitaba cualquier amargura mientras la besaba desde la frente hasta los pies.
En la profundidad de la noche, puede transformarse un instante que se hace eterno y en esa inútil espera de poder ver su inquieta figura danzar por rincones y recostarse en aquel sillón con sus brazos abiertos y las puntas de su pelo derramadas por el suelo, incluso algunos de los rincones aún guardan el eco y el encanto de su risa que se quedó colgada en algún retrato en la pared.
Una noche que con su milagro le regalará otro instante la compasión para que vuelva a observar nuevamente aquella mirada, que se asemeja a la belleza y el brillo de un lucero, que apesar de su distancia, su sola presencia reconforta.
Una noche que será el perdón de un camino polvoriento en el que sus pies descalzos recorrerán con recuerdos cargados en la espalda, donde hace un tiempo atrás arrojó un manojo de orgullo para que sea más liviano su equipaje.
Una noche que guarda los encantos que volverán a desvelar los deseos y que querrán volver a compartir un momento con el verdadero amor, que se transformará en real y así disfrutar del reencuentro entre los deseos, recuerdos y todo aquello que es verdadero, que nace del alma, que se vuelve propiedad intangible del hombre.
Una noche que nace de la humilde alegría, que se convierte en toda la riqueza que guarda el corazón, donde un invierno puede volverse un hermoso paisaje de praderas verdes donde no cantarán los pájaros sólo la tenue lluvia que adorna ese callado momento en un nido de amor.
Una noche que se transforma en un simple soñar en silencio donde se vuelven a revivir los momentos que no se volverán a sentir durante el día porque tiene voces que aturden y luces brillantes que enceguecen ocultando la realidad, que se encuentra en la simpleza de amar en la oscuridad.
Una noche que permite en su silencio encontrar la complicidad de tantas verdades que no necesitan respuestas, solamente esperar la penumbra donde no alumbra el sol para que los recuerdos regresen con su calidez para contar todo aquello que por un momento se permitió olvidar.
Una noche se vuelve celosa porque sabe que aquel hombre vuelve a rescatar aquel amor del olvido para que se transforme otra vez en su desvelo, que no necesita un cuerpo y un alma para ser querido.
Por
Raúl Saucedo
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