Cruzaste los mares con la vista siempre adelante, pero el alma siguió mirando atrás, con un puñado de ropas, apretabas la esperanza de un futuro de promesas y la firme convicción de que alguna vez esas grises montañas de tu infancia te vieran regresar.
En medio de un mar tempestuoso, el horizonte que parecía un misterio muy pronto se transformaría en tu hogar. Mientras el frío calaba hondo en tus huesos, aquellos besos y abrazos que ayer te despidieron se transformaron en el abrigo junto a aquel recuerdo a la distancia que de repente se convirtió en esa vieja canción que siempre alegre repetías desde tu niñez.
Fue así que una solitaria sonrisa te hizo comprender que no emprendías esa travesía en solitario, más bien te acompañaba una parte de tu esencia y todo aquello que quizás se encontraba en carta que la leíste tantas veces hasta quedar en tu memoria, esa misma que te recordaba todo el amor que por siempre te estaría esperando para compartir un almuerzo junto a esas melodías que alegraban tu alma.
Ese mar que se grabó en tus ojos y el ancla del dolor de aquella interminable partida que te llenó de ausencias, pero siempre tu conciencia buscó un futuro mejor. Fue así que llegaste a una tierra roja semejante a tu corazón y una selva que lentamente con su hechizo fue atrapando tu ilusión, y el calor que te brindaban sus paisajes pronto abrió sus surcos en aquel escondido rincón, aunque no hablaran el mismo idioma llegaron a quererse como si fuesen la una sola esperanza, un mismo destino y una nueva vida donde renacer. Con los años en contraste aquellos hermosos ojos con quien compartirías, tus angustias, deseos y un mismo amor. Fue así que lentamente ibas sintiendo que la vida a modo de revancha te daba una nueva oportunidad, aceptando el desafío de no volver a naufragar en aquello que un día se volvió cuesta arriba porque no te dejaron continuar.
Ahora todo es distinto porque encontraste tu lugar que te has ganado a base de esfuerzo, sacrificio y honestidad. Extendiste tu mano y encontraste a nuevos hermanos a quienes amaste de verdad. Juntos con los mismos valores hicieron grande esta tierra bajo una misma bandera que adoptaron como propia y en ella encontraron la liberad.
Es por ello que hoy tus hijos guardaron tus tradiciones e hicieron suyos aquellos sueños de mantener vivo aquel anhelo de justicia y prosperidad. Hoy ese sentimiento se viste de fiesta con los colores de numerosas banderas que flamean con los vientos y se tiñen de esta hermosa tierra. Es ahí donde quedó tu alma: en esas prendas y en un idioma que hoy resuenan tan familiares.
Hoy el alma de aquel inmigrante se confunde en una danza que finaliza con un grito alegre y se comparte en ese plato, que alguna vez una madre preparó con amor. En este día se comparte la alegría de que todas esas voces se congregan en una joven nación que hermana a sus hijos y los llena de orgullo por todo aquello que han dejado como herencia y que se mantendrá viva mientras exista hombres que sigan cultivando esas raíces como si fuese el renacer de una hoja verde de yerba o el retoño suave de una hoja de té.
Aunque en algún rincón todavía se encuentre guardada esa carta que se volvió amarilla, donde una tarde con manos temblorosas juraste que volverías, sin saberlo cumpliste tu promesa porque tus pensamientos y deseos volvieron una y otra vez a cruzar los mares.
Reencontrarse con los cielos y montañas grises, pero tu corazón y tu cuerpo quedaron en este lejano rincón, que se transformó en tu casa junto a un profundo anhelo de que tus hijos jamás tengan que partir.
Por
Raúl Saucedo (Periodista de PRIMERA EDICIÓN)
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