Eduardo “Edo” Tomás Car nació en el Imperio Austro Húngaro, reino que al dividirse pasó a formar parte de la ex Yugoslavia y posteriormente Croacia, sobre las costas del Mar Adriático, el 3 de abril de 1912, en el seno de una familia religiosa. Al hablar de su país de origen, comentaba con nostalgia y alegría: “Croacia es una chica linda de mil novios que siempre vive inquieta. Hermosa con sus valles y cerros, de gente buena y tranquila. Por eso esa disidencia con la Iglesia Ortodoxa Rusa. La gente no lo ha superado. Yo ya lo superé, para mí, en cualquier iglesia está lo que busco: la soledad, Dios, la fe, la vida. Los croatas son católicos, apostólicos y romanos, occidentalistas. En cambio los serbios son ortodoxos, orientales y han vivido casi cinco siglos bajo la opresión turca”.
Conoció a su padre, Tomás, recién cuando tuvo ocho años, porque viajaba por el mundo, África, Australia y América, para conseguir dinero. Su madre, Luisa Canderlic, cosía. Ella lo mandó a estudiar comercio, aspiraba para él que fuese sacerdote o comerciante, pero le gustaba la música y el fútbol. Formó su primera banda en Crivkénica, su pueblo natal, donde tocaba el trombón. Se divertía yendo a pasear con amigos por las islas cercanas y tocando música.
Vino a Argentina en un barco que partió de Génova en 1929, cuando tenía tan sólo 17 años. Trajo consigo un bolsito y nada de conciencia de lo que estaba haciendo. Siempre creyó que viajaría por un tiempo y luego volvería a su Crivkénica. Llegó a Buenos Aires casi de casualidad, porque el barco que los llevaba en realidad iba a Estados Unidos. Se hospedó en el Hotel de los Inmigrantes y después partió para un pueblo llamado Azucena, en la provincia de Buenos Aires, donde empezó a trabajar en una cantera. Luego se trasladó a Tandil, donde conoció a un médico con el que aprendió el oficio de masajista, primero, y enfermero, después. Aprendió a hablar español valiéndose de un diccionario. Se hizo naturista y empezó a hacer ayunos. Allí se hospedó en la pensión y restaurante que tenía la familia de Zulma Di Ricco, con quien se casó unos años más tarde.
Una vez que contrajo matrimonio se mudó a Mar del Plata. Pero antes del viaje nació en Tandil su primera hija, Zulma Beatriz. Más tarde llegó Silvia Ester.
Su encuentro con la pintura
Muchos años más tarde “Edo” afirmaba que “este deseo de manifestar mis sentimientos por medio de la pintura lo tuve desde siempre. A veces por esas cosas que tiene la vida queda quieta la inspiración, pero es un ser dormido, se despierta en el momento preciso, cuando puede”.
La primera vez que Eduardo Car expuso fue en 1953, en la inauguración de una muestra colectiva en el Primer Salón Municipal de Arte Pictórico. Era la época del “boom” de Mar del Plata. Apenas un par de años antes había tocado una paleta, a través de un amigo de apellido Torry.
En ese momento, la ciudad vivía el auge de trabajar con máquinas de coser. Con su esposa instalaron una fábrica de tejido y es allí donde además “Edo” aprendió el oficio de picapedrero y comenzó a construir los frentes de piedra de las casas de las familias más acomodadas. Hasta llegó a trabajar en la construcción del emblemático Hotel Provincial, obra del arquitecto Ezequiel Bustillo.
En 1967 volvió a su país, donde se desató la “Guerra de los 7 días”. Permaneció seis meses y regresó muy enfermo, lo que no le impidió exponer una serie de obras en una galería de Mar del Plata.
La llegada a Iguazú
Su hija Silvia y su nieta María Laura lo evocan con devoción, mientras revuelven fotos y papeles viejos: “Él era un gran colorista… autodidacta, pero con lo que tiene la raza eslava con relación al arte. Decía que acá no se hacía nada por el arte, por eso sufrió mucho. Era un hombre fuera de serie; un gran soñador. Venía de una familia y de una cultura muy diferente, aunque fue un perfecto argentino que honró esta tierra y que murió sin entender muchas cosas. Murió siendo él, nunca se adaptó, pero vivió honesto consigo mismo”, contó Silvia.
Eduardo (que en croata se dice Edo) Tomás Car, llegó a Puerto Iguazú a fines de la década del 70. Su hija recordó que era un gran estudioso y que tenía baúles llenos de libros.
Acá tenían un primo, Roberto Mana, que en esa época estaba en “Casa Brasil”. Había llegado antes y los convenció que vinieran de vacaciones a Cataratas. “Cuando mi mamá vio lo que se vendía y a cuanto en Iguazú dijo “no muevo más una máquina, no quiero saber más nada con la fábrica y empezó ella con el negocio, que primero se ubicó frente a lo que ahora es la feiriña”, confió Silvia.
Económicamente les fue muy bien. Como Zulma amaba su trabajo, libró bastante de las tareas a Edo para que pudiera seguir pintando. En Iguazú alcanzó su plenitud como artista y tal vez haya hecho sus mejores obras.
La tienda de los Car se llamaba “Mac-Car-Man”, se vendía mercadería de muy buena calidad. El negocio fue todo un impacto y fueron muy felices, adaptándose al espacio físico, ella más al ámbito social que él, que siempre fue más reservado. “Era el típico artista que necesitaba un mecenas”, comentó Silvia recordando que a su padre no le gustaba vender sus cuadros, y que deseaba que otra persona se ocupara de eso.
Falleció en el año 1995, un mes antes de concretar un viaje a Croacia que había planificado junto a su hija Silvia.