“Rápido”, ha dicho Valente, no necesariamente implica que sea un sea crecimiento sano, sostenido y/o productivo; mucho menos que vaya a ser distribuido equitativamente. En este caso, la ambición velocista se apoya sobre las expectativas creadas por la autoridad monetaria chilena. Esta elevó el piso del desempeño económico desde un rango de 3% a un 3,25% para este 2018, apuntalado por un aumento del 4,5% en la inversión, casi un punto por arriba del 3,6% previsto en el IPoM anterior.
La razón del tal optimismo oficial va en la misma línea con los resultados del Índice Mensual de Actividad Económica (Imacec), una aproximación del producto interno bruto (PIB), que aumentó 5,9% en abril respecto al mismo mes del 2017. Así, la economía chilena habría crecido a su ritmo más veloz en el último quinquenio, un pulso agitado por circunstancias extraordinarias que, aparentemente, favorecerán una etapa más dinámica del ciclo económico para el país austral -mientras sigan-.
Si bien los últimos datos han superado los pronósticos y nadie descarta la continuidad de este escenario, el contexto de inestabilidad geopolítica internacional juega en contra de las estadísticas.
La cada día más inminente guerra comercial entre Estados Unidos y otros, así como una Reserva Federal más agresiva con sus alzas de tasas de interés, son las principales razones que alertan sobre la vulnerabilidad a choques externos que, más temprano que tarde, se harán sentir.
De cara a lo inevitable, habría que preguntarse qué tan preparado está Chile para afrontar dichas turbulencias, en especial, cuando la principal actividad económica del país -la minería- responde a las volatilidades de los mercados financieros internacionales, y cuando el desempeño del principal producto de la escasa canasta exportadora -el cobre- sigue en declive.
Cobredependencia y vulnerabilidad cambiaria
A inicios de la semana pasada el metal rojo profundizó su caída, descendiendo por debajo de la barrera psicológica de los US$3,10. Al cierre de jornada del 19 de junio, el precio del cobre se cotizó en US$3,09 -su peor nivel desde el 31 de mayo pasado-.
La baja en términos porcentuales fue de 2,39% respecto del cierre previo, anotando su mayor caída desde el 12 de abril, cuando marcó 2,52%.
En la medida en que sube el precio internacional del cobre, el valor del dólar en Chile baja. El efecto también se produce a la inversa. Por tanto, aprovechando la caída del precio del cobre, el dólar cerró en alza hasta alcanzar los 637 pesos chilenos.
La caída se da en momentos en los que escala la tensión comercial entre Estados Unidos y China, que anunció represalias a las barreras aplicadas por Washington. Esta situación agrava los riesgos depreciativos de corto plazo para monedas exportadoras de materias primas, como lo es Chile. Las condiciones internas tampoco son ideales.
Ámbito laboral
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), entre febrero y abril de 2018, la tasa de desempleo se ubicó en 6,7%, lo que supone una baja de dos décimas respecto a lo registrado en enero, pero que en términos interanuales anotó una variación nula.
De hecho, el propio Banco Central de Chile ha reconocido que el mercado laboral se mantiene rezagado, particularmente por “la debilidad de la creación de empleo asalariado privado”.
Las reformas tributaria y laboral, sumadas al estancamiento de la economía en términos per capita, han generado unas condiciones precarias a nivel laboral que no siempre se ven reflejadas en la tasas oficiales de desocupación.
Según el INE, entre febrero 2014 y diciembre 2017, un aproximado de 619 mil personas se sumaron a la Población Económicamente Activa. Esto supuso un crecimiento de 2% anual de la fuerza de trabajo nacional.
En el mismo período, el total de ocupados aumentó sólo en 354 mil personas.
De esos 354 mil trabajos que se crearon durante ese tiempo, al menos 320 mil (90%) se desempeñaban como asalariados del sector público o cuentapropistas, que mayoritariamente no tienen acceso a cotizaciones de las AFP ni al sistema sanitario. Tan sólo 34 mil trabajos se generaron en el sector privado.
Al cierre de 2017, prácticamente uno de cada tres trabajadores se desempeñaba en condiciones de informalidad laboral. En total, la estimaciones nos dan la cifra de 2.520.550 ocupados en el país; es decir, un 30% del total de los empleados se ubicó en el segmento informal.
Según el Servicio de Fiscalización de la Inspección del Trabajo, el funcionamiento del sistema laboral chileno presenta una de las desproporciones más grandes de América Latina, en tanto, según propias estimaciones, solo logran fiscalizar a un 10% de las empresas del país.
Eso sin contar que en Chile el fenómeno de los “NiNis” se expande con pavorosa rapidez: en el país existen más de 500 mil jóvenes que no estudian ni trabajan, de los cuales casi el 70% son mujeres.
La precariedad laboral es el pan diario en un sistema que perjudica al empleado y privilegia al empleador que, a su vez, genera cuantiosas ganancias a costa de los derechos fundamentales de los trabajadores: salud, seguridad social, salario digno, y una organización colectiva que le permita discutir sus problemas cotidianos y luchar por más conquistas.
Estas variables se encuentran cuando se revisa la relación economía-productividad. La recuperación estadística parece encaminada, pero el modelo de desarrollo chileno y sus limitaciones económicas siguen siendo cuestionables. El debate se eleva sobre si será sostenida -o no- en el largo plazo, y si será productiva -o no- para el mercado laboral.
La necesidad se mantiene sobre la diversificación de la estructura productiva con cambios que redunden en mejoras para su población en términos de inclusión y redistribución de riquezas, que impidan a los desequilibrios y vulnerabilidades seguir cobrando ajustes más costosos.
Por Crismar Lujano. Artículo publicado en celag.org