Prepara la lente, enfoca lo que está por retratar y en ese instante perfecto solo importan ella y su cámara. Tamara Araceli De Olivera, de 23 años, es una fotógrafa como cualquier otra -u otro-, con un pequeño detalle que la hace distinta: es hipoacúsica de nacimiento y en las fotos encontró la manera de representar ese mundo del que escucha solo un poco pero al que ve con gran claridad. Al encuentro con PRIMERA EDICIÓN no llega sola, la acompaña su intérprete Cecilia Candia y también se suma su mamá Silvia. “Tamy”, como la llaman, algo escucha y también habla, pero se comunica mejor a través de la cámara fotográfica. Hoy sus fotos cotizan en alza: a través de Facebook y por el boca a boca, se convirtió en su trabajo y, de repente, se encuentra retratando imágenes de cumpleaños, modelos y bailarinas de danzas árabes, entre otros. “Me gusta hacer todo tipo de fotos”, asegura a través del movimiento de sus manos, movimientos que interpreta Cecilia ante la atenta mirada de Silvia, que no deja de sorprenderse y entre risas asegura que “ella habla, me resulta raro verla haciendo los movimientos con las manos porque conmigo habla”.La relación de Tamara con la fotografía comenzó cuando la joven tenía 19 años. “Me pidió que le compre una cámara. Le presté y se compró una chiquita, después fue invirtiendo el dinero que ganaba”, cuenta Silvia. Se nota, hoy Tamara maneja una cámara profesional y “tiene todos los elementos, desde telones, luces, sombrillas. Todo como para hacer el trabajo completo”, asegura su mamá.La disminución de la audición agudizó su sentido de la vista. Esta es la explicación que encuentra Silvia en el porqué del gusto por las imágenes y la fotografía. “Ella ve todo. Si queremos encontrar algo la buscamos a Tamara. Tiene muy buena vista y memoria. Yo creo que ellos lo desarrollan más al no escuchar. De ahí creo que nace lo de la fotografía. Siempre nos mostraba cosas porque se da cuenta de cosas que uno no ve. Así se dio cuenta de que a través de las imágenes se podía expresar”.Entonces, la fotografía se volvió el trabajo de Tamara, que ahora vive de lo que gana por retratar los momentos más felices de las personas, como un cumpleaños, una fiesta de 15, algún evento o lo que surja.Su historia“Es difícil darse cuenta cuando un chico tiene hipoacusia porque tienen un resto auditivo. Por ejemplo, yo ponía música y Tamara bailaba; estaba durmiendo, se daba un portazo y se despertaba; o un cohete la molestaba y a mí, como mamá primeriza, me costaba darme cuenta”, recuerda Silvia. A los tres años, Tamara no hablaba como otros niños de su edad y su fonética era monosilábica. Allí comenzó la preocupación. “Cambié mucho de pediatra porque no sabían decirme qué le pasaba. Me mandaban a tener otro bebé para que ella esté estimulada, otro me mandó a comprar un perrito. Ninguno analizó la posibilidad de la hipoacusia”, cuenta Silvia.Al tiempo Silvia volvió a quedar embarazada y fue su ginecólogo, el doctor Juan Ramón Paredes, quien le dijo que Tamara podría no estar escuchando bien. “Estábamos en el Nosiglia y él llamó al neurólogo infantil y le pidió un turno. Cuando llegó el turno, le hicieron un potencial evocado para analizar la recepción cerebral de estímulos auditivos. El diagnóstico fue que tenía perdido el lado derecho y el lado izquierdo escuchaba en un 60%. Ese resto auditivo es lo que le iba a permitir, con un audífono, hablar. Ahí comenzó todo”.La visita al otorrinolaringólogo en ese momento las espantó. El diagnóstico fue negro: Tamara perdería el poco de audición que tenía y ni audífonos ni una operación cambiarían la situación. Entonces Silvia pidió la derivación a Buenos Aires para ver qué más podía hacer por su hija. La burocracia retrasó ese traslado por dos años. Cuando se concretó, en el Centro Superior de Otorrinolaringología de Buenos Aires rechazaron los estudios realizados en Misiones, le hicieron nuevos y le colocaron audífonos. “No puedo explicar su carita en ese momento. Abrió los ojos y me miró como diciendo qué es esto. Se ve que percibió los sonidos”. Un par de días después, volvieron a Misiones con el par de audífonos para Tamara. Al tiempo comenzó las clases en la Escuela Especial 10 y hubo un intento de integración en la Escuela 219, pero fue difícil y Tamara volvió a la 10 donde terminó la primaria. La secundaria, sin intérprete y sin profesores especiales, la terminó en la Proyección 2000. Tamara asegura que no tiene proyectos de ir a la universidad por el momento, ya sabe y muy bien lo que necesita para trabajar de lo que le gusta.Hoy vive una vida normal, como la de cualquier chica de 23 años. Tiene hace un tiempo un novio “oyente” y se codea con amigos con discapacidades auditivas, como ella. “No se siente menos, pero es también porque en casa siempre la tratamos igual y eso es fundamental”, dice su mamá. Mientras tanto, Tamara, algo tímida, sonríe.Fotos: J.C.Marchak





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