El clásico chanchito de cerámica parece haber quedado definitivamente relegado a una pieza de museo. En un movimiento que busca modernizar el acceso al sistema financiero, el Gobierno nacional ha ratificado la posibilidad de que adolescentes, a partir de los 13 años, puedan invertir en bonos, acciones y Cedears. La medida, que profundiza una regulación iniciada en 2023, plantea un interrogante central: ¿Estamos ante una oportunidad de educación financiera real o frente a una exposición prematura de menores a la volatilidad del mercado?
Para desgranar las implicancias de esta normativa, Perla Haydee Dieminger, contadora, magíster en Gestión Pública y coach en finanzas personales, dialogó con la FM 89.3 Santa María de las Misiones y encendió varias luces de alerta.
Un mercado de adultos para mentes en formación
La normativa permite la apertura de cuentas subcomitentes bajo la supervisión de padres o tutores. Si bien el argumento oficial es fomentar la educación financiera, Dieminger sostiene una postura cautelosa. “Esta cuestión exige precaución y cuidado de los padres para incentivar a un niño aún no formado” afirma la especialista, subrayando que estamos hablando de preadolescentes a quienes “las leyes laborales les impiden generar dinero por su propia cuenta”, pero que paradójicamente el Estado considera aptos para asumir riesgos bursátiles.
La contadora pone el dedo en la llaga sobre una contradicción legal y social vigente en Argentina: “Si soy tarefero y mi hijo de 13 me acompaña a la tarea, eso es explotación infantil. Pero si es una empresa familiar, el hijo puede atender la caja”. Ahora, esa incongruencia se traslada al plano financiero: un chico no puede trabajar, pero sí puede comprar deuda pública.
¿Educación o evasión?
Uno de los puntos más controversiales que deslizó Dieminger es el posible uso instrumental de estas cuentas. “¿Se trataría también de blanquear dinero de los padres a través de la presión sobre los hijos?”, cuestiona.
La experta advierte que, legalmente, el dinero que maneja un menor es responsabilidad del tutor. Esto abre la puerta a que adultos inhabilitados o con intención de diversificar capitales no declarados utilicen las cuentas de sus hijos, bajo la excusa del aprendizaje. “Bienvenidos al mundo real”, sentencia Dieminger al ser consultada sobre si esto podría servir para que los adultos hagan sus propios negocios.
La brecha de la desigualdad
Argentina es un país de contrastes, y la educación financiera no escapa a esta lógica. Mientras se habilita la compra de acciones, las estadísticas educativas muestran falencias graves en áreas básicas. “Hay chicos que no saben reglas básicas de matemática y álgebra”, señala la coach financiera, advirtiendo que esta medida es para un “sector mínimo de la sociedad”.
La diferencia de oportunidades entre un adolescente de la Capital Federal y uno del interior profundo, como Misiones, es palpable. “Las realidades económicas son muy distintas”, explica, sugiriendo que esta herramienta podría ensanchar aún más la brecha entre quienes tienen acceso a capital cultural y financiero, y quienes apenas cubren necesidades básicas.
El riesgo psicológico
Quizás el aspecto más delicado sea el impacto emocional. El mercado de capitales es, por definición, riesgoso. “En la bolsa, lo más seguro es perder antes que ganar”, recuerda Dieminger.
En un contexto donde se lucha contra la ludopatía adolescente y las apuestas online, la línea divisoria se vuelve difusa. “¿Qué es la bolsa si no otra apuesta, legal, pero apuesta al fin?”, reflexiona la entrevistada. La preocupación radica en la inmadurez emocional de los jóvenes para procesar el fracaso financiero. “Si un adulto no soporta la presión de la bolsa, ¿qué va a hacer un menor?”, se pregunta, haciendo alusión a la inestabilidad propia de la adolescencia.
A pesar de los riesgos, la herramienta ya está disponible. Para los padres que decidan acompañar a sus hijos en este proceso, la clave es la moderación y el acompañamiento real, no el abandono frente a una pantalla.
Dieminger sugiere:
Supervisión constante: No ser un padre “contentador” que da dinero para tapar ausencias.
Diversificación: Enseñar que nunca se pone “todo en la misma bolsa”.
Montos bajos: Se puede empezar con sumas pequeñas (desde 1.000 o 10.000 pesos) para entender la mecánica sin arriesgar patrimonio.
Alternativas más seguras: Una caja de ahorro gratuita con tarjeta de débito puede ser un primer paso más sano para aprender a administrar ingresos y gastos antes de saltar a la inversión de riesgo.
Como conclusión, el debate está abierto. Es un tema “para hablarlo en la mesa familiar el domingo”, como sugiere la autora del próximo libro sobre finanzas sanas para la familia. La tecnología financiera avanza rápido, pero la madurez emocional y la responsabilidad parental deben, obligatoriamente, marcar el ritmo.




