Tanto el pensamiento religioso como la razón primitiva piensan, que la razón u origen de todas las cosas es el instante del caos indefinido.
Caos no de desorden sino magma que posee toda la potencia, de lo que será, pero por ahora no tiene forma. Este proceso (según narran en Teodícea, en la Biblia o cosmogonías mesopotámicas y otras) significa un cambio radical de los estados de la materia. Se piensa que se pasa de lo gaseoso a lo líquido y de lo líquido a lo sólido (“de la noche pasamos a la luz”).
La verdad en el caos nada es ni gaseoso ni líquido ni sólido, todo está en continuo cambio.
La gran pregunta que nos acompaña desde los griegos es: ¿cómo es posible que haya algo, nosotros, árboles, ríos, hormigas, el universo, en lugar de no existir nada de esto? Algo que de inexistente pasó a tener forma. Y quizás de la señal de ese instante surjan las nuevas creaciones en la ciencia, en el arte.
Transitar, reflexionando por ejemplo en lo transitorio del agua de un arroyo, la metáfora de una imagen sutil, fugaz, que se escurre entre los dedos si la queremos retener, que al calor se transforma en vapor hasta desaparecer.
Otro, la luz iluminando la naturaleza y cómo van cambiando las formas, más luminosas, más oscuras, formando figuras orgánicas sutiles, que no se parecen en nada a los objetos que podemos encontrar en nuestra vida cotidiana. Estos estados de la materia, es un viaje de la imaginación que nos hace ir a otro mundo, un recuerdo, un deseo, nos abraza y viajamos.
Ahí nos “damos cuenta” (C.Skliar – 2017) ”, un aprendizaje sin nuestro cuerpo, sin nuestra biografía, es una fórmula vacía, seca. Aprender es “darse cuenta”, sí.