Károy Benkó (52) se ganó por estos lares el mote de “amigo”. Es que a este vecino recién llegado de Hungría se le dificultaba el castellano y esa fue la primera palabra que aprendió para poder entablar las primeras conversaciones.
Pasaron diez años de esa proeza, que ya se convirtió en anécdota. Ahora, ya establecido en una chacra que cuida y produce, junto al río, y en compañía de su esposa Benkone Pal Aniko y su hijo Barna, asegura que haber venido a Corpus fue “una suerte”.
Contó que llegaron a Buenos Aires, donde vivieron durante nueve meses. Pero como no le gustaba la idea de vivir en las grandes urbes, comenzaron a indagar a través de Internet sobre las posibilidades que se presentaban en el resto del país.
“Pensábamos que si viene un extranjero que no sabe el idioma, lo más fácil es dedicarse a la agricultura. Buscábamos adonde ir, primero pusimos los ojos en Córdoba pero era todo muy caro, y nos encontramos con Misiones, pero no sabíamos adonde podíamos ubicarnos”, agregó.
Posadas era una opción pero la descartaron “porque no queríamos vivir en la ciudad”. Entonces se inclinaron por San Ignacio, hasta donde “venimos sin conocer absolutamente a nadie. Fue ahí donde conocí al dueño de esta chacra, cuyo padre había fallecido. El 10 de enero me preguntó si queríamos cuidar la propiedad, le dije que sí pero que primero quería ver la casa, si tenía luz y agua, para poder vivir tranquilo”.
El 15 de enero ya se habían ubicado en el nuevo hogar. El propietario de la chacra le sugirió que podía trabajar la tierra, que podía usar el galpón, y así pasaron más de diez años. Al comienzo cumplía tareas en el arenero y hacía algunos trabajos de metalúrgica, “pero ahora solo nos dedicamos a la chacra”, en la que cultivan zapallitos de tronco, melón, mandioca, sandía, batata, pepinos, y todo lo que esté al alcance de la familia”.
En el taller, “hago arreglos para los que necesitan. Si viene un amigo y necesita soldar algo, lo hago, lo ayudo, pero no para afuera. La verdad que una amistad vale más que un pariente. Porque ayudo a mi amigo, y él lo hace cuando yo necesito. Al vecino que rompió la rastra, lo ayudo a arreglar, y él me pasa la rastra en el terreno”.
“La chacra anda así. Si la gente anda bien, lo ayudo y me devuelve el favor. Es una buena costumbre, quien tiene chacra y ve a una persona trabajando, la ayuda. No con dinero, pero te da un pedacito de tierra para que plantes, te viene a arar un pedacito, y eso ayuda mucho”, explicó.
Dijo que, gracias a Dios, desde la Municipalidad de Corpus también ayudan a los chacareros, “cuando uno no tiene los medios. En mi caso, vinieron y rastrearon media hectárea, me dejaron algo de semillas, que cuando uno no tiene nada, significa mucho”.
Entiende que Argentina es el único país donde “si alguien trabaja, puede vivir tranquilo. No importa qué es lo que haga, porque es un país grande. Cuando venimos tenía 35 millones de habitantes, ahora tiene 50 millones, por lo que todo lo que se produce, se necesita. Si una persona quiere trabajar, puede tener trabajo, y vivir tranquilo y en paz”.
Sostuvo que “acá no se pagan muchos impuestos en comparación con Europa, pero la gente no lo sabe. La gente no sabe la suerte que tiene de vivir en Argentina, van a la escuela y no hay que pagar, tampoco en el hospital, dan útiles. La gente no sabe la suerte que tiene”.
Insistió con que fue a muchos países, pero que como Argentina no hay ninguno. “Es la verdad. No importa la parte política pero acá, si alguien quiere trabajar, lo puede hacer. Yo no quiero más, quiero trabajar y vivir tranquilo, no quiero ser rico. Dormir bien y tranquilo, nada más”.
Lamentó que en países europeos no hablen bien de Latinoamérica porque “los vinculan al narcotráfico. Mis cuatro hijos, que trabajan en Austria, me dijeron que no viniéramos, que acá nos iban a matar y, después, cuando vinieron a visitarme, no querían volver”.
“Los llevé a caminar, nadie nos molestó, todos nos saludaban, y no lo podían creer. Mi yerno no quería volver, no se puede pagar esa tranquilidad que tienen acá, nos decía. El año pasado vino mi hermana y mi cuñado desde Hungría, y fueron a Cataratas y, al regresar, nos dijeron que esto es mucho más lindo que el Niágara. Ella lloraba de la emoción”.
Para Benko, Argentina es la Europa de Latinoamérica. “Es el país más lindo, tiene gente inteligente. Muchos dicen que los argentinos tienen la nariz muy arriba, lo escuché en México, por ejemplo, pero si tiene la nariz para arriba tiene razón, porque es más inteligente: escritores músicos, pintores, tienen muchos y buenos artistas, médicos, eminencias. Entonces está bien que tenga un poco la nariz arriba”, dijo, entre risas.
Sobre su hijo menor, Barna, confió que “se considera más argentino que húngaro. Cuando él habla en húngaro, intenta traducir, y muchas veces no es el mismo significado, no se puede entender”, dijo, quien se acostumbró al mate, al tereré y para quien el asado se convirtió en “mi comida favorita”, además de las empanadas y algo de reviro.
“Como vivimos acá, tenemos que acostumbrarnos a las comidas que tienen acá. Mi señora cocina muy rico, pero a mi también me gusta. En la escuela de mi hijo, dos veces hicimos algo para comer. Las dos veces cociné yo. La primera vez la gente miraba raro porque hice niños envueltos. Arriba pusimos queso crema, miraban raro, pero cuando probaron, vinieron a servirse más. La segunda vez hice estofado con ñoquis”, manifestó.
Al venir a Corpus, la familia desconocía la existencia de la comunidad húngara en la localidad. “Fue una suerte, una sorpresa. Cuando conocimos a Ignacio “Pocho” Nemeth, el me contó que acá hay una comunidad grande de descendientes de húngaros. Así que ya muchos vinieron a vernos, a visitarnos, a preguntarnos como está la cosa. Y nos estamos conociendo“.
“Lástima que son muy pocos los que hablan el idioma. Solamente la señora Tompos y Clara Chonka, de Santo Pipó, pero de acá cerca, nadie. Conozco a gente de Chaco, que lo hace. También vino un sacerdote que llegó desde allá y charlamos”, celebró.
Trabaja a la par de su esposa, que en su país de origen tenía un local y se dedicaba a la peluquería. Aquí, el cambio fue rotundo. Cocina, prepara mermeladas, hace embutidos, se ocupa de los animales de granja, y aunque teme a las arañas y a las víboras, tuvo que aprender a carpir y a fumigar para lograr buenos cultivos, con algunos desventajas, como la helada, que echo por tierra la plantación de melón que venía en camino. Pero eso no los amilana porque están felices con la elección que hicieron.
“Vivir al lado del río es hermoso. Lo único malo es que la costa tiene más humedad y como no somos jóvenes, no es bueno para la salud, ya nos duele la columna, la rodilla. Los primeros cinco años sufrimos mucho por el calor pero los inviernos de allá son muchos más crudos”, dijo Károy, que cuando en Corpus hace dos grados sale en mangas cortas y todos lo miran, cosa que no pasaba en la ciudad que dejó a diez mil kilómetros de distancia.