Por Hernán Centurión
Desde diciembre de 1983 hasta estos días, basta con mirar cada uno de los discursos de asunción presidencial para sentir las esperanzas que pudo haber tenido el pueblo argentino ante una nueva etapa política que comenzaba. Sólo hay que poner las palabras clave en el buscador de Internet para encontrarlos. Al ser un acto tan solemne, cada frase allí expresada tomaba un valor trascendental para el destino de la República. Pero no todos creían lo que decía el flamante presidente. Los anteojos ideológicos se antepusieron siempre para avalar o despreciar lo que se exponía. Pasó con los peronistas al escuchar a Alfonsín. Lo mismo con el gobierno de Menem y así sucesivamente. Finalizada cada una de las administraciones y aun más con el tamiz del paso del tiempo, se pudo establecer cuánto valieron realmente las palabras de esos discursos iniciales y las que lo siguieron.
Para muchos de los que lo votaron en 2015, el gobierno de Mauricio Macri dejó un amargo y vomitivo sabor a nada. La revolución de las low cost, las rutas sin sobreprecios y con ofertas transparentes no sirvieron en una economía que empeoró en la sensibilidad del día a día, en el llegar a fin de mes. Para las clases más desfavorecidas, la ayuda social no alcanzó para pagar los alimentos cada vez más caros. Para todo lo demás, los números fueron sólo interpretaciones para polemizar hasta el fin de los tiempos.
Después de los escándalos de Lázaro Báez llevándose prácticamente el total de las licitaciones de la obra pública en Santa Cruz y su amistad con Néstor Kirchner, se reafirmó esa idea de los “negocios de la política”. Lo mismo hizo el Grupo SOCMA de los Macri, desde hace más de 40 años con los gobiernos de turno. Ambas familias construyeron fortunas sospechadas de haberse hecho a través de negocios turbios con fondos del Estado. Pero también es cierto que al ser gobierno, una familia logró sacar a mucha gente de la pobreza y la otra regresó a todos a su estado anterior. En este punto se abrió una gran polémica, porque si bien es cierto que los Kirchner tomaron las riendas del país con una cifra cercana al 50% de pobres, cuando entregaron el poder esa cifra descendió al 30%, pero de ninguna manera estaba en el 5% como quiso hacer creer CFK ante la FAO. Violencia es mentir. Ni Macri ni el kirchnerismo salen indemnes si analizamos sus “relatos”. Pero tampoco les importa, porque la militancia “banca” cualquier cosa que digan.
Se puede hablar de la bonanza de las commodities que tuvo Néstor y “la herencia” que recibió Cambiemos de la administración de Cristina, pero no hay excusas que valgan, en estos últimos cuatro años priorizaron la economía financiera y no les importó el sector productivo. El resultado fue un efecto multiplicador de cierre de PyME con las consecuencias microeconómicas devastadoras.
Cambiemos cumplió la palabra de desarrollar un plan de transparencia que bajó los precios de las obras públicas. Legítimamente lo usaron como bandera de su gobierno, la cual fue enarbolada hasta el último minuto. Dentro de lo destacable de los cuatro años de Macri, esta fue una de las pocas cosas que hicieron bien, al punto que esta política de “transparencia” va a ser continuada por la administración de Alberto Fernández, tal como lo expresó en su discurso, aunque sin atribuir una continuidad de la gestión anterior.
Sólo puede explicarse la adhesión del 41% de los votos que tuvo Macri porque la otra opción era la soberbia del kirchnerismo. Sí, fueron soberbios y eso no lo contó ningún periodista del Grupo Clarín, lo pudo ver la gente directamente. “Por mí que sean lo que quieran pero los elegiré siempre porque saben interpretar lo que le pasa al pueblo y gobiernan para la gente”, diría un votante. Puede ser cierto, pero en los ocho años de Cristina presidenta, dejaron en claro que gobernaron para su sector, el resto estaba equivocado. Valorable reflexión de Alberto Fernández el martes pasado ante la asamblea legislativa al afirmar que la grieta debe cerrarse y que va a gobernar para todos los argentinos, aún para los que no los votaron.
Cualquier persona que razone no puede avalar en su sano juicio el desastre económico al que llegó (incluso más de un año antes) el mandato de Cambiemos. El resto del tiempo fue todo soportar solamente malas noticias. “Vinieron a hacer negocios sólo para ellos” sostienen algunos, pero cuesta creer que alguien quiera llevar a su proyecto político al borde de la desaparición sólo por hacer más dinero del que ya tenían.
Probablemente los “focus group” de Durán Barba tuvieron mucho que ver. La información de que había mucha gente “bancando” a pesar de todo puede haberlos confundido.
¿Hubo gobiernos peores que otros? por supuesto. ¿Hubo gobiernos que hicieron mejor las cosas? por supuesto. ¿Hubo gobiernos más corruptos que otros? claramente. Como dijo off the record un conocido dirigente, “la política es para hacer negocios”. Y como lo dijo abiertamente Luis Barrionuevo en los 90 “tenemos que tratar de no robar por lo menos dos años”.
Mauricio Macri tenía hasta hace poco 144 denuncias en los tribunales federales de Comodoro Py. De esas, una de las más complicadas es el haber intentado condonarse a sí mismo parte de la millonaria deuda que los Macri le deben al Estado argentino por no haber pagado el canon tras la privatización del Correo Argentino en los ‘90. Explicó un reconocido abogado penalista, “de todas esas denuncias le van a quedar tres o cuatro y la va a tener difícil”.
El expresidente vio que la tenía difícil el día después de las PASO. Logró rearmarse y a las pocas horas salió a decir que había escuchado la voz de las urnas y que se iba ocupar de paliar el problema económico a la gente. Fue como escuchar la fábula del pastorcito mentiroso.
Al mirar hacia atrás y recordar todos sus discursos públicos, siempre estructurados en un par de ideas y en frases repetidas hasta el hartazgo, se puede caer en cuenta que su palabra se devaluó exponencialmente en la medida que se derrumbaba la economía.
Parecía la voz de esos profesionales psicólogos que contratan los clubes para motivar al equipo cuando se están por ir al descenso. Y nos fuimos todos a la B.
Cada vez que hablaba un funcionario sobre la economía o inclusive en una asunción presidencial, el economista Juan Carlos De Pablo decía: “Todo muy lindo, la patria, los pobres, el desarrollo, pero no le crean nada de lo que dicen. Esperen a que hagan y después hablamos”.
Como se señaló en un párrafo anterior, sólo la aversión al kirchnerismo puede explicar la devoción de los votantes de Macri. Pero como la letra de la canción, “no se puede vivir del amor”. Y acerca de esto, la materia que la militancia política (no importa cual fuere) siempre se lleva a marzo, es la religiosidad dogmática de creer que su dirigente no se equivoca, no roba y si hace algo mal es culpa de los otros que le ponen palos en la rueda o de la herencia.
Tal como aquel primer discurso de Néstor Kirchner en mayo de 2003, lo que dijo Alberto Fernández tuvo tintes de venir de quien puede llegar a ser un estadista. No lo sabemos, se sabrá con el tiempo, sobre todo por los archivos de cuando era anti-Cristina, aunque eso es harina de otro costal.
En principio hay que darle una chance, no nos queda otra, y ver si “volvieron mejores”, o van a repetir los mismos errores por los cuales perdieron el poder en 2015. Con muy poco pueden lograr mucho crédito. El principio puede ser que la palabra de la clase gobernante recupere valor y respeto del conjunto de la sociedad, no sólo de los propios.
Macri decía que había venido para decir la verdad, pero hasta ayer muy pocos soportaban oír la realidad edulcorada que nos contaba. Lo mismo pasó con el relato de los últimos años de CFK. No importa quién, cada uno a su modo nos quiso “tomar el pelo”. ¡No fue magia!, ¡Sí se puede!