Por Ana Camblong
Bueno, cuando nos ponemos a divagar y contemplamos con distraída reflexión el embrollo de actividades, obligaciones y tiempos libres, se nos presenta un paisaje complicadito de recuerdos, actividades en marcha, anhelos en suspenso, voces, imágenes, ropa, comidas, bebidas, reuniones, trabajos, remolinos vertiginosos de lo que podríamos llamar con el poeta: “signos en rotación”… una vorágine arrolladora, sorprendente, casi inmanejable de interpretaciones y sentidos que nuestra memoria procesa como puede, a los tumbos y con lo que tiene a mano, es decir: cada cual con lo que heredó, consiguió y pudo elaborar.
Un “paisaje semiótico” compartido e individual, laboral y familiar, global y local, impregnado de afectos, sensaciones, pasiones y percepciones, valores, creencias y experiencias pasadas y presentes, proliferantes, abigarradas y volcadas a la corriente imparable del infinito trajinar de la especie.
Salimos entonces a recorrer los meandros de nuestros pensamientos y de pronto desde aquella página olvidada en el bosque de libros, se asoma con tímida sencillez la sabiduría antigua, nos hace señas y nos deslumbra con su fulgor sin estridencias. Se acerca y nos dice al oído: “Así como se establecieron puntos cardinales (Sur, Norte, Este y Oeste), para orientar travesías y diseñar mapas, de semejante manera hemos determinado cuáles son las ‘virtudes cardinales’ que deberían orientar la convivencia humana. Estas ‘virtudes cardinales’ son: Prudencia, Fortaleza, Justicia y Templanza”.
Si hoy escucháramos aquel dictamen y reflexionáramos un instante acerca de las incidencias de estos ejes potentes “incardinados” en los ajetreos de la vida humana, podríamos apreciar la concentración de significaciones y sentidos que condensan y expanden estas metas orientadoras. Cada una requiere su propia descripción, alcances y pertinencias. Sin embargo, en este apretado ensayito de lectura, propongo detener el ENFOQUE en la Templanza por razones que me dispongo a compartir con ustedes amigos-lectores.
En primer lugar, convendría revisar el olvido en que hemos sepultado este arcaico valor. Segundo, considerar la dificultad que experimentamos al tratar de analizar sus significaciones y sentidos. Tercero, pensar en la posibilidad de que las demás virtudes se reúnan en la Templanza con el fin de “catar” la dimensión simbólica de sus injerencias.
Nos largamos a revisitar algunos vestigios en nuestra propia memoria para armar un diminuto inventario de fracciones movedizas que podríamos asociar con lo que entendemos por Templanza. Así, escarbando en este acervo, recogemos los siguientes términos: “moderación”, “equilibrio”, “armonía”, “dominio de sí mismo”, “control”, “justa proporción”, “coraje”, “sabiduría”, etc.
El torbellino caótico de significados se parece al humito de un sahumerio que se dispersa, impregna el ambiente y no sabemos bien cómo “asirlo” pero lo sentimos y sabemos más o menos de qué se trata. Paradójicamente, experimentamos la certeza de que la Templanza relaciona su significado nodal con todo tipo de límites, con normas comunitarias y reglas básicas de respeto a los demás y a sí mismo/a.
Pensamos que la Templanza en tanto “moderación” implica rendir tributo a las demás “virtudes cardinales” porque se necesita Prudencia para un desempeño adecuado y en su punto justo; se requiere Fortaleza para sostener con firme serenidad y “coraje”, la convicción en el manejo de los límites; a la vez, supone ejercer y acatar la Justicia en todas sus formas y en todos los ámbitos.
Si bien en nuestro país la Institución de la Justicia nos viene deparando un disgusto tras otro, tales desencantos no nos liberan de nuestros propios compromisos tanto de obrar con justicia como de esperar justicia de nuestros entornos cotidianos: amigos, familiares, jefes, funcionarios, vecinos, comerciantes, etc. En síntesis, la Templanza encuentra en la “moderación” un sinónimo que entrecruza los filamentos de su amplia trama de sentidos. A propósito, recordemos el dicho de nuestra región cuando alguien reprende diciendo: “che, tené modo”… El llamado de atención en su contundente brevedad, solicita un comportamiento “moderado”, es decir mesurado y adecuado a normas y circunstancias.
Dicho esto, habría que advertir que aquí procuramos analizar la Templanza en relación con el manejo de los signos, con las posibilidades de controlar la gestualidad, las distancias, los modos de vestir, de movernos, de mirar y en particular de controlar o no, los usos del lenguaje. Si bien los antiguos hablaban de “virtudes”, aquí tan solo nos referimos a las posibilidades disponibles de “estabilizar” nuestras actividades interactivas. Dicho de otro modo: trabajar día a día en el manejo de nuestros desempeños semióticos, no solo para optimizar nuestra propia destreza, sino también para lograr agradables y satisfactorias interacciones con los demás. Por supuesto, todas nuestras acciones (“prácticas semióticas”), conllevan en su propia ejecución, creencias y valoraciones regidas por posiciones estéticas (me gusta, no me gusta, expresaría el livianito Facebook) y éticas (condiciones de convivencia comunitaria). Por esta vía, la Templanza no es una edulcorada versión de “buenos modales”, sino el ejercicio de intervenciones soberanas con firmeza templada sin dejarse arrastrar por torbellinos inconducentes. Ganar o perder, éxitos y adversidades requieren “temple”, los desbordes son errores estratégicos en las relaciones.
Claro, cuando somos testigos de actuaciones desaforadas y gritos “destemplados” muchas veces ni siquiera reaccionamos porque ya se han convertido –lamentablemente-, en hábitos de reincidentes “destratos” y “maltratos”. Esta violencia a repetición se instala en el cotidiano y hace de “la mala onda” una costumbre que jamás se preguntará en qué consisten los “modales bien temperados” por el equilibrio y la consideración del/a otro/a.
Así como antes estampábamos en el inicio de las notas “de mi mayor consideración” (fórmula que cayó en desuso), hoy podríamos tener “mayor consideración” con el fin de ejercitarnos en el manejo afable de nuestros signos. Alguien que logra moderar, equilibrar y armonizar sus “prácticas semióticas”, seguramente cuenta con una “firmeza” que le permite afrontar esos “vendavales” intempestivos, desconsiderados y crueles, manifestados tanto en detalles nimios como en grandes desplantes y agravios personales.
No eludimos el conflicto, las controversias o desacuerdos, por el contrario aceptamos las diferencias como basamento inexcusable de relaciones democráticas. Y por eso mismo, creemos que hace falta más que nunca, mucha Templanza para atravesar tiempos críticos y difíciles. Ninguna disidencia nos exime de la “responsabilidad” de nuestros actos. Ninguna “grieta” justifica debates fanáticos, agresivos, plagados de consignas gastadas, bizarros (dedito para abajo), que ahondan nuestra “herida absurda” sin ningún resultado que valga la pena. Ninguna diferencia social o cultural habilita condescendencias vergonzantes y humillantes. Al mismo tiempo, constatamos que ninguna inercia habitual de crispación podrá erradicar la sonrisa, el buen humor, los abrazos, las palabras delicadas, cuidadosas y gentiles.
Una bruma de indicios incómodos revolotean actualmente como intentando poner “paños fríos” al revoltijo banal y desopilante que experimentamos a diario, cuando el fraseo coloquial implora: “bajá un cambio”, “pará un poco”, “déjame terminar la idea”, “no te des manija”, “tratá de escucharme”, “te pasaste de rosca”, “te fuiste al pasto”, “derrapaste mal”… y así alegremente insistiendo en límites que se corren con imperceptible falta de respeto y riesgosos extremos. O lo que es lo mismo: carentes de “templanza semiótica”… que es lo que queríamos revisar. Esas galaxias de indicios emergen de la mera interacción y ponen en escena las alertas de una supervivencia afligida y medio atorada por los aprietes de “proporciones” descontroladas.
CAUTE, decía el gran filósofo Spinoza, “ten cuidado”… Estar atentos, pensar y repensar, “medir” nuestras intervenciones, sus efectos y consecuencias. Cuidar el “ambiente” dicen los ecologistas, y nosotros los semióticos decimos “cuiden las semiosferas” para que se mantengan “respirables”: las tensiones constantes, el estrés fomentado por ausencia de “mesura”, arruinan encuentros, conversaciones y reuniones. La Templanza semiótica refiere al “buen habitar” en climas “templados” por procesos educativos que se inician en la infancia y continúan durante toda una vida. Es bastante patético que cuidemos el planeta y nos matemos de polución semiótica y vacío de sentido… Je, je, je, “tené modo”… aunque sea de vez en cuando.